Andrea Camilleri, el padre del comisario siciliano Salvo Montalbano, murió a los 93 años en el Hospital Santo Spirito de Roma, donde se encontraba internado desde el lunes 17 de junio, tras sufrir un infarto. El escritor italiano encendía unos 60 cigarrillos al día, uno detrás de otro, sin parar, echando humo como si fuese una chimenea. Aunque estaba ciego por un glaucoma, nunca dejó de escribir. Imaginaba la página que tenía que dictar a su asistente como si estuviera mirando una escena teatral.

Italia llora la muerte del máximo exponente de la novela negra -que vendió más de 26 millones de libros en su país y unos 35 en todo el mundo, fue traducido a 40 idiomas, y ganó el prestigioso premio Pepe Carvalho en 2014. El escritor se destacó tempranamente en la dirección teatral de obras como Seis personajes en busca de un autor, de Luigi Pirandello; Rinoceronte, de Eugène Ionesco; y Esperando a Godot, de Samuel Beckett, entre otras. También trabajó en la adaptación de obras para la radio y la televisión.

Camilleri nació el 6 de septiembre de 1925 en Porto Empedocle (Sicilia), ciudad donde no solo han colocado un Montalbano de bronce en la plaza central, sino que los turistas pueden hacer un tour para visitar los lugares que frecuentó el personaje, como los bodegones y restaurantes en los que se puede pedir los platos que el célebre comisario comía. En su ciudad natal, el escritor padeció el auge del fascismo y la II Guerra Mundial mientras cultivaba su afición por la poesía y la narrativa, y su militancia comunista.

Montalbano, apellido en honor al escritor español Manuel Vázquez Montalbán, nació para demostrar que Italo Calvino no tenía razón cuando decía que no se podía ambientar en Sicilia una novela negra. Para eso inventó la localidad de Vigàta, un Macondo siciliano donde Montalbano investiga asuntos de actualidad como la mafia, la corrupción, los femicidios y los inmigrantes, entre otras cuestiones. A diferencia de otros detectives literarios es compasivo, prefiere la comida a bebida, la buena literatura a la música y cree en la dignidad del hombre como ser racional.

“Yo no quiero a Montalbano, no me es simpático, a lo que más llego es a soportarlo”, reveló el escritor en una entrevista con el diario El mundo de España en 2018. “El filósofo francés Merleau-Ponty decía que el verdadero héroe de nuestros días es el hombre común y corriente contemporáneo. Me gusta mucho esa idea de Merleau, y partí de ella cuando creé a Montalbano. Creo que un héroe, por ejemplo, es la persona que tiene que liquidar una sociedad y que no se desvía de su camino, que sigue adelante con su misión a pesar de las presiones y las amenazas mafiosas. Un héroe hoy es quien consigue cumplir con su deber. Seguramente todos conocemos a alguno de estos héroes, de esas personas honestas, leales y comprensivas con los demás que cumplen con su obligación”. Cuando Camilleri estaba escribiendo el quinto o el sexto Montalbano, su mujer le dijo: “¿Te das cuenta de que con ese comisario estás haciendo un largo retrato de tu padre?”. Ella tenía razón.

Del comisario Montalbano publicó 27 libros, entre los que se destacan El perro de terracota (1996), El ladrón de meriendas (1996), El olor de la noche (2001), La paciencia de la araña (2004), El camino de arena (2007), La sonrisa de Angélica (2010) y La pirámide de fango (2014), entre otros títulos. Cuando estaba por cumplir 80 años, se le ocurrió una solución para hacer desaparecer al comisario: una metanovela en la que se enfrentan el autor, el personaje literario de Montalbano y el Montalbano televisivo de la serie que fue producida por la RAI, interpretada por el actor Luca Zingaretti.

Antes de que se arrepintiera, escribió la novela en la que muere Montalbano y se la mandó a Elvira Sellerio (1936-2010), editora también de Leonardo Sciascia (1921-1989) y Antonio Tabucchi (1943-2012), con la indicación de que lo metiera en un cajón y que no lo publicara hasta que Camilleri decidiera hacerlo o hasta su muerte. El año pasado la rescató de ese cajón para echarle un vistazo y descubrió que en los doce años transcurridos su escritura había evolucionado. Entonces la reescribió. La trama, según contó, sigue siendo la misma. Pero le cambió el estilo. Y volvió a mandar la nueva copia reescrita a la editorial, que ahora podrá publicarla.

“Cuanto más viejo, más precisión se tiene de los recuerdos de juventud. Leonardo Sciascia lo llamaba la presbicia de la memoria”, afirmaba Camilleri. “La oscuridad no se puede combatir. No hay nada que hacer. Hay que agarrarse a la memoria, repasar –advertía sobre cómo tramitaba la ceguera-. Pido que me lean algunas páginas de nuevas novelas, periódicos. Pero la lectura por parte de terceros no es igual. La relación que tienes con el libro se construye a través de los ojos y la palabra impresa. Es más íntimo. No hay intermediarios que te unan a través del oído a esa palabra. Hoy la lectura ya no es tan mía como cuando podía ver”.

El escritor, que se definía como comunista, confesaba que el resurgir del fascismo en Europa era la peor de sus pesadillas. Los lectores podrán elegir, entre tantas páginas, las frases y ecos que han dejado las lecturas de las novelas de Camilleri. “Los recuerdos, ya se sabe, son como un ovillo: se va devanando el hilo, pero de vez en cuando se introducen algunos recuerdos que no has llamado, que no son agradables, que te desvían del camino principal y te introducen en callejuelas oscuras y sucias donde, como mínimo, los zapatos se llenan de barro”.