Desde Río de Janeiro

Desde principios de junio dos buques iraníes permanecen varados en el puerto de Paranaguá, en la sureña provincia de Paraná. Uno de ellos, el Bavand, está cargado con unas 50 mil toneladas de maíz. El otro, Termeh, debería haber zarpado el domingo 9 de junio para el puerto de Imbituba, al sur de Paranaguá, para recibir otras tantas toneladas de maíz.

La insólita situación se debe a que la estatal Petrobras se niega a proveer combustible a los buques, alegando temer sanciones de los Estados Unidos. Consultado sobre el tema, el presidente Jair Bolsonaro, un ultraderechista que tiene a su par norteamericano Donald Trump como guía, contestó en su estilo típico: ‘Ustedes saben que estamos alineados con la política de los Estados Unidos. Por eso hacemos lo que tenemos que  hacer’.

Tanto la estatal petrolera como el presidente deberían saber que las sanciones impuestas por Trump a Irán abren excepciones para venta de alimentos y medicinas. Y, hasta donde se sepa, el maíz es alimento.

Bolsonaro, además, debe – o debería – saber que una tercera parte de todas las exportaciones brasileñas de maíz tienen como destino Irán. Y que buena parte de la urea empleada en la fabricación de fertilizantes brasileños viene de Irán. Además, los iraníes son buenos compradores de soja y carne de Brasil.

Otro punto que el presidente parece despreciar es que el comercio bilateral con los iraníes deja elevados superávits para Brasil. En el primer semestre de 2019, o sea, ya con Bolsonaro ocupando el sillón presidencial, ese superávit ha sido de nada depreciables mil 273 millones de dólares. Brasil exportó a Irán exactos mil 299 millones de dólares, un aumento de casi 18% en comparación con el primer semestre de 2018, mientras que los iraníes vendieron al país escasos 27 millones de dólares.

El combustible que Petrobras se niega a entregar fue comprado por la empresa brasileña Eleva, que importó la urea iraní. La propietaria de los buques, la Sepid Shipping, instalada en Irán, efectivamente aparece en la lista de empresas sancionadas por Washington, pero quien compra el combustible es una empresa brasileña. No hay dinero iraní en la compra que la estatal se niega a entregar.

La Petrobras asegura que hay otras empresas que venden diesel en el puerto de Paranaguá, lo que es verdad. Ocurre que la única empresa que vende el tipo de diesel utilizado tanto por el Bavand como por el Termeh es la estatal. Además, por razones de seguridad se descarta que se llenen los tanques buques a partir de otro buque.

La estatal brasileña dice que la urea está entre los productos iraníes sancionados por los Estados Unidos.

También es verdad. Pero esas sanciones empezaron a ser aplicadas el pasado mayo, y la venta del producto a la Eleva había sido debidamente autorizada antes por Washington.

O sea, ninguno de los argumentos de la Petrobras se sostiene. Se trata de destacar la nueva política externa brasileña, transformada en seguidora absoluta de lo que determina Washington.

El tema viene causando roces diplomáticos – por ahora discretos – entre Brasil e Irán. El martes 23, el embajador iraní fue hasta el ministerio de Relaciones Exteriores, en Brasilia, para informarse sobre las eventuales iniciativas del gobierno de Bolsonaro para el problema. Salió sin oír nada concreto. El tema deberá llegar a la Corte Suprema.

Esa situación tensa es la primera experimentada, en términos concretos, por las relaciones Brasil-Irán luego del alineamiento absoluto de Bolsonaro a la política externa de Trump.

El mismo martes en que estuvo en el ministerio de Relaciones Exteriores, el embajador iraní Seyed Ali Saghaeyan concedió una entrevista a una agencia de noticias diciendo que su país estudia la posibilidad de suspender las compras de maíz brasileño.

Lo que está en riesgo es uno de los principales destinos del maíz exportado por Brasil. Para no mencionar, desde luego, algo que había antes de la llegada del nuevo gobierno, un viejísimo concepto llamado ‘soberanía’.