Personas cálidas y artistas talentosas, compositoras, perfomers e improvisadoras, Victoria Barca , Guillermina Etkin  y Bárbara Togander tienen trayectorias en la escena experimental local que se cruzan con prácticas en el teatro, siempre a partir del disfrute de hacer música. Con participación en composiciones para diversas obras del circuito oficial, entre las tres están consolidando todo el flash de la experimentación en lo profundo del teatro argentino.

“Hacer música es jugar”, dice Togander, una referente para las nuevas generaciones, en gran medida por su presencia en la escena jazzera local, donde destaca por su manera de usar la voz. “En muchos idiomas se dice ‘jugar música’: play music, spiel musik, jouer de la musique, spela musik”, retoma la compositora y artista vocal nacida en Suecia, que vive en Argentina desde adolescente. Bárbara hace sonar su voz como una cinta en la que se grabaron recortes, audio a la inversa, scat espástico, pedazos a capella y vértigo auditivo. Y aunque pisó escuelas de músicos y conservatorios (Música Popular de Avellaneda, López Buchardo), otra formación le parece más importante: “La de tocar, hacer música, jugar; no creo en la enseñanza académica”, revela quien pasó por compañías de teatro danza, bandas techno y grupos de culto como Los Capitanes de la Industria. “La institucionalización del sonido, algo físico que existe en la naturaleza, estuvo a cargo de personas en las que no confío: el nombramiento de las notas y de las distancias estuvo a cargo de la Iglesia Católica Apostólica Romana, con todo lo que conlleva.”

Guillermina Etkin comenzó acercándose y alejándose del piano de su padre, en su casa. Estudió en su adolescencia, mayormente clásico; y a los 19 empezó a tomar clases con Carmen Baliero, para profundizar en la composición. Con ella le agarró el gusto a experimentar con el sonido y la música. “Me sedujo probar, tomar la materia del sonido de una forma distinta a como estaba acostumbrada.” Empezó a revisar a Violeta Parra y Zitarrosa, pero también a John Cage y The Residents. Estudió composición con medios electroacústicos (Universidad Nacional de Quilmes) y empezó a trabajar en sus proyectos, a componer para obras de teatro y danza, a tocar en vivo y a dar clases. Así armó el combo de pop experimental Vigilante Margarita, junto a Cecilia López y Cecilia Grammático, y ahora Sr. Woman, con Marianela Portillo y Carla Crespo. “Cuando compongo, lo que más me gusta es jugar con los géneros musicales. Me gusta hacer una canción romántica, música bailable, música imposible de bailar, algo tanguero, hip-hopero, jazz. Y como no manejo realmente ningún género, me divierte el mutante que termina saliendo.”

Después de cebarse con la batería de chica, Victoria Barca empezó a los 21 a vincularse con artistas que encaraban la música desde la experimentación, y eso la fascinó. “Me puse a tocar guitarra sin saber más que algunos acordes y me enamoré”, dice quien con su primera banda, Chindogu, compuso temas sin rasgueos, que conectaban a la vez con las melodías de teclado y los ritmos de batería. Formó El Bien, un dúo country punk de canción experimental junto a Ignacio “Yoto” Sandoval; y el dúo de guitarras loopeadas Dos Ossos, donde usó pitch shifter para derretirlo todo. Para su actual proyecto solista, Vic Bang, incorporó el Ableton Live. “Siempre trato de probar cosas nuevas, porque la experimentación es mi manera de aprender y de hacer música”, dice Barca, y un claro ejemplo es Blop, su flamante disco publicado por Abyss.

En base a esa experimentación y el aprendizaje autodidacta, Barca compuso junto a Franco Calluso la música de La madre del Desierto (Teatro Cervantes), un movimiento improvisado que combina guitarra melódica y noise, con reminiscencias al folclore y momentos de ruidismo puro. “Remarcamos ciertas acciones o palabras con algún sonido, es un recurso como de dibujos animados”, compara. Etkin compuso, también para esta temporada del Cervantes, la música de Un domingo en familia, con dirección de Juan Pablo Gómez. A esta obra coral ambientada en la última dictadura cívico-militar argentina, Guillermina la encaró desde el trabajo rítmico: “Los primeros ensayos fue juntarnos con les actores a hacer palmas, partiendo de ritmos locales pero también de juegos de palmas de niñes”.

Togander compuso para la adaptación de Hamlet de Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo en el Teatro General San Martín. “Fue una de las cosas más difíciles que hice. Quise ir para un lado y aparecieron interferencias, y tuve que encontrar un maridaje entre hacia dónde quería ir y hacia dónde iba la obra. Esta Hamlet tiene una mezcla enrarecida, con música compuesta con clarinete que remite mucho hacia un lugar, y todo eso intervenido a lo largo de la obra hasta que el ruidismo y lo digital comienzan a comerse lo más convencional”, reseña. Hay laptop y también toque en vivo por Matías Corno: un violín roto intervenido por una pelota de ping pong, arco y gongs.

 

Pero otro elemento en común entre las tres, además de lo poético de su trabajo manteniendo el juego y la búsqueda en la música para el circuito oficial de teatro, es el hecho de que forman parte de un grupo llamado Sonoras. “Estamos comunicadas pasándonos información, compartiendo cosas que nos pasan, alertando y trabajando en esto porque todavía es necesario”, explica Guillermina. “Todas enfrentamos situaciones en las que se hace necesario visibilizar un trato que no termina de ser igual. Tiene que ver con el aspecto técnico: como si se partiera de que por ser mujer no estás en el tema. Hay un prejuicio que hay que desterrar ya, porque no es real. Las mujeres estamos pisando fuerte en los escenarios musicales y teatrales, al punto de que en la última programación del Cervantes, todas las compositoras somos mujeres: Carmen Baliero, Liza Casullo, Florencia Sgandurra, Victoria Barca.”