Tras diez años sin dirigir, la cineasta Sofía Mora volvió a tomar la cámara. Luego de la ficción La hora de la siesta, ahora Mora se decidió por el documental y enfocó sobre la figura del arquitecto Rodolfo Livingston. La realizadora no lo conocía sino que su primer encuentro con el profesional del diseño fue a través de su amiga y guionista Candelaria Frías. Frías, que fue la guionista del documental que Mora finalmente concretó y que se titula Método Livingston, leyó los libros del arquitecto y lo había visto personalmente a través de amigos. “Estaba muy entusiasmada con la idea de hacer un retrato sobre él, así que me pasó sus libros y así me contacté con él, lo conocí personalmente y el proyecto avanzó”, recuerda la directora. Tras su paso por la Competencia Argentina del Bafici, Método Livingston se estrena a comienzos de agosto en el Malba.

Rodolfo Livingston es un legendario arquitecto argentino de 87 años, que tiene un método muy particular de diseño con la escala humana como prioridad y así se lo puede conocer en el documental de Mora. El documental es un retrato de este profesional, dueño de un carácter envidiable y de una férrea ideología: en los 60 abrazó la Revolución Cubana y nunca más le soltó sus brazos ni olvidó las palabras necesarias para defenderla. A lo largo del film, se ven edificios de Buenos Aires, con crítica incluida de Livingston, como así también hay momentos de reconocimiento al arquitecto. Este profesional del diseño es también un teórico: escribió Cirugía de las casas y Arquitectos de la comunidad. El documental de Mora se completa con un valioso material de archivo que va desde un informe realizado para La noticia rebelde hasta una fugaz aparición en un móvil de Crónica TV el día que murió Fidel Castro, que deja asombrada a la movilera. Pero el material más incisivo es el de su presencia en el programa Tiempo Nuevo, de Bernardo Neustadt, para hablar de la mala educación de los argentinos el día que el periodista amigo del poder de aquellos años iba a entrevistar al entonces presidente Carlos Menem.

-El título del documental tiene que ver con algo real porque él tiene un método propio y muy particular, ¿no?

-Exacto. Rodolfo desarrolló lo que él tituló “El método” y la película se llama Método Livingston retomando la idea que él tiene para la arquitectura: una forma de trabajar que está ligada con lo humano, con conectar con los clientes, con las necesidades reales de cómo pensar los espacios. Pero la película toma “Método Livingston” también como una forma de mirar la vida y una forma de pensar.

-¿Qué te dijo cuando le comentaste que querías hacer un documental con él?

-Le encantó. Livingston es un hombre con un ego muy grande y me parece que hizo un aporte muy grande a la cultura. Además, tiene una historia de vida muy interesante. Así que se entusiasmó enseguida.

-En ese sentido, ¿lo definirías como un documental de personaje?

-Sí, sin duda. Es un retrato muy personal, un intento de un acercamiento humano a su persona, a su trabajo también.

-¿Era lo suficientemente rico para retratarlo como personaje?

-Sí, era muy rico. Obviamente, nos dimos cuenta de que tenía un recorrido y por eso buscamos mucho material de archivo porque nos parecía que eso completaba la mirada sobre él. Yo le decía: “Rodolfo, sos una de las pocas personas que conozco que resiste su propio archivo”. Es impresionante ver que las cosas de las que él hablaba hace 20 o 30 años las sigue diciendo y defendiendo. Así que eso fue muy interesante.

-¿Siempre tiene ese estilo provocador y divertido?

-Sí, es un provocador que se sale de las normas y le gusta repensar. El siempre dice que vivimos muy acotados a ciertos paradigmas que están establecidos y que, en verdad, cada tanto hay que repensarlos y empezar de nuevo. Y pensar de nuevo cómo se sigue. Tiene esa característica.

-¿Cómo fue el trabajo de investigación para encontrar el valioso material de archivo que tiene el documental?

-Gran parte de ese material lo tenía Rodolfo porque él fue coleccionando sus apariciones públicas. Otras las busqué en el Archivo General de la Nación. También por distintas fuentes archivistas. Y él también tiene un archivo personal de filmaciones de 16 mm, Súper 8, fotos. Así que fue un trabajo en conjunto con él porque nos cedió ese material y yo también busqué por mi lado.

-¿Cómo fue entrar en la casa de un arquitecto que dice: “En casa de herrero, cuchillo de palo”?

-(Risas). Eso fue muy loco. Para mí había que empezar por su casa. Por el trabajo que él hace y por la importancia que él le da a la casa y a la forma en que uno vive, me pareció que había que retratar primero que nada al arquitecto en su espacio. Fue muy interesante verlo a él reflexionar sobre su propio lugar. La casa de Rodolfo es mágica, llena de plantas, animales, mucha luz y me parece que claramente está pensada para vivirla. Y vivirla en escenas, en ceremonias, que sea un lugar de encuentro, un lugar para estar solo, para conectar con la naturaleza.

-Algo que lo distingue de otros arquitectos no es solamente su estilo sino también que es un teórico y un pensador. ¿Es suficientemente conocido?

-Por un lado, no es tan conocido porque no tiene una gran obra pública, pero a la vez hay mucha gente que leyó sus libros y que lo conoce por la Facultad. Es una persona conocida por su aporte como un pensador, más que por su obra, porque se especializa en reformas de casas. Entonces, son cosas más privadas y no tienen tanta repercusión pública.

-Así como es querido, ¿es denostado por su ideología?

-Yo creo que se lo respeta más allá de compartir o no su ideología. Quizás por esto de que tiene un pensamiento libre y que tiene mucho sentido del humor. Eso siempre genera admiración y simpatía, compartas o no su visión.

-¿Fue difícil sostener su presencia todo el tiempo en el documental?

-Sí, es difícil hacer un retrato porque uno piensa que la gente se va a cansar de verlo. Pero también es cierto que él tiene un gran sentido del humor y eso fue fundamental a la hora de armar el retrato. Esos son los aires que él da. Y el archivo lo termina de completar y permite poder mirarlo hacia atrás y mirar también no sólo a él sino también la época en la que él habla. Y, a la vez, se puede observar cada momento histórico en el que lo hacía.