A pesar del desfinanciamiento y del abandono del gobierno, el campo de la ciencia y la tecnología sobrevive. Entre otras cosas, gracias a que sus principales abanderados, los científicos, cosechan elogios que provienen de múltiples geografías. Esta vez el turno le tocó a Carolina Vera, doctora en Ciencias de la Atmósfera e Investigadora Principal del Conicet, que fue distinguida con el premio “Cleveland Abbe” de la prestigiosa Asociación Meteorológica de Estados Unidos. Este reconocimiento reluce por partida doble, ya que es la primera vez que se distingue a una especialista que trabaja en una institución por fuera de Estados Unidos, Europa o Australia.

“Estoy muy contenta porque no solo se reconoce los avances en el conocimiento de las ciencias de la atmósfera sino también su aplicación para el beneficio de la sociedad. Siento que me representa porque, desde siempre, mis investigaciones fueron en ese sentido. También fui distinguida por la comunicación, lo cual me sorprendió notablemente. La divulgación es una parte importante de nuestro trabajo”, señala a Página/12 con orgullo desde Ginebra (Suiza). Sin embargo, la fiesta no es completa porque se dificulta celebrar cuando la situación doméstica permanece nublada. “El Cleveland Abbe no es solo para mí sino para la investigación del clima en Argentina. No trabajo sola sino en equipo, un equipo que sufre muchas dificultades por las medidas que toma este gobierno”, apunta.

El galardón recibe ese nombre en homenaje al meteorólogo estadounidense que, hacia la segunda mitad del siglo XIX, concentraba sus esfuerzos en inaugurar y lanzar un servicio público con profesionales dedicados a estudiar y comunicar la especialidad. El premio será entregado el 12 de enero de 2020. En el documento que notifica la buena nueva, se destaca a Vera por su “devoción desinteresada por avanzar y comunicar la ciencia del clima al mundo y, en especial, a los tomadores de decisiones”.

En concreto, ¿qué se reconoce? La meteorología es la ciencia que estudia los procesos físicos que se desarrollan en la atmósfera a partir de la descripción y el análisis de los fenómenos producidos y las leyes que los rigen. Por su parte, el calentamiento global es uno de los tantos modos en que se expresa el cambio climático. Los seres humanos son los responsables de encender la hornalla que calienta más y más el ambiente, una olla que se presta a hervir en un futuro cada vez más cercano y que Vera y compañía pujan por apagar.

Esta investigadora desarrolla sus trabajos en el campo específico de la “comprensión y análisis de la variabilidad y predictibilidad climática en el sudeste de Sudamérica” desde el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA). Además, es docente de la UBA y se desempeña como referente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), que opera bajo la órbita de la ONU. 

El cambio climático

¿Qué es el IPCC? Aunque las personas realicen esfuerzos individuales por intentar torcer el curso de los acontecimientos y eviten por todos los medios “calentar” a la Tierra, son los Estados los que deben arremangarse y colocar manos a la obra si el asunto es transformar de manera definitiva la situación actual. Conscientes de esa necesidad, en 1988, referentes del mundo comenzaron a participar de esta institución que reúne a especialistas internacionales con el compromiso y los conocimientos suficientes para establecer diagnósticos confiables e instar a sus gobernantes a aplicar programas de acción para reducir las consecuencias del efecto invernadero.

“Estamos trabajando en un proyecto que apuntala la toma de decisiones por parte de los pequeños productores agrícolas. Realizamos un nuevo reporte que vincula cambio climático y tierra, es decir, cómo la variabilidad afecta a los procesos de degradación de suelos. En teoría debería ser aprobado por los gobiernos el 6 de agosto”, describe Vera. Y completa: “Se trata de profundizar todo cuanto tiene que ver con desertificación y seguridad alimentaria. La gran pregunta que nos hacemos en este preciso instante es: ¿cómo alimentar a la población mundial sin dañar a nuestras fuentes de recursos naturales?”

El propósito, en esta línea, es congeniar estrategias globales ya que aunque los gases se emitan en Italia, Brasil, Afganistán o en cualquier parte del globo, la atmósfera los difunde en el término de semanas por todo el planeta. Sucede que existen responsabilidades comunes pero diferenciadas. La mitad de las emisiones se explican a partir de lo que ocurre en regiones como Estados Unidos, China y Europa occidental. Según los últimos exámenes, a fines de siglo XXI, el noroeste argentino será la zona del país con los aumentos más grandes de temperatura con un incremento que oscilará entre los 3 y 4 grados. Para tener una referencia de lo que ello significa, hoy la temperatura promedio de la Tierra se halla 1.1 grados respecto al período industrial (1880-1900).

Como se podrá aventurar, el principal escollo lo constituyen los conflictos de intereses. En el ámbito internacional, los países firman consensos que nunca respetan del todo (sin ir tan lejos, hace dos años Donald Trump retiró a Estados Unidos de la Cumbre de París, espacio que Barack Obama había impulsado); mientras que en el escenario local escasean las políticas públicas capaces de instrumentar transformaciones para reducir las emisiones y delimitar los aumentos de las temperaturas. ¿El motivo principal? Existe una industria muy potente vinculada a la explotación de combustibles fósiles, a la que le conviene deslindar el uso intensivo del petróleo como responsable del cambio climático y que pone a disposición sus instrumentos de lobby para, todavía en 2019, callar lo que la evidencia científica grita a viva voz: ¡somos los responsables! Como resultado, mientras la lógica cortoplacista e individualista gane la partida, la situación será, sencillamente, irreversible.

 

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