El compromiso físico con los libros nace en las manos. Las editoras y editores artesanales ponen el cuerpo en papeles de calidad, ilustrados con tipografía o con obras originales de artistas plásticos, para generar libros de tiradas reducidas –de 30 a 100 ejemplares como máximo- con textos insólitos de poesía y narrativa en español, francés y alemán; primeros libros de autores contemporáneos, pero también la literatura afrodescendiente de América Latina, con un protagonismo central nunca antes contemplado. En la inmensa galaxia que propone la 8º Feria de Editores (FED), que se está desarrollando en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) y se extenderá hasta este domingo con entrada libre y gratuita de 14 a 21 horas, con más de 250 editoriales de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú y Uruguay, hay un puñado de editoriales artesanales que son como la periferia de la FED. Antonio Werli y Sol Gil de Ínsula, Lucas Oliveira de Funesiana -la decana de las editoriales artesanales creada en 2007-, Ariel Fleisher de Ediciones Kalos, Sol Correa de Buchwald y Matías Cukierman de Amauta&Yaguar hablan con Página/12 del gesto político que implica el trabajo que hacen como “una vía alternativa a los modos imperantes del mercado editorial”.

Cukierman plantea que ser editor artesanal en el siglo XXI es “desafiar lo común” porque “estamos acostumbrados a que todo lo hace una máquina, que cada vez más va reemplazando al hombre en las actividades que va haciendo”. Para el editor de Amauta&Yaguar el desafío consiste en “retomar formas de trabajo antiguas que resignifican el valor del libro artesanal dentro de lo industrial”. “Hay un compromiso físico con los libros, más allá de un compromiso intelectual –subraya Sol Correa de Buchwald-. En lo artesanal está el cuerpo presente en todo el proceso. Eso es la ontología de lo artesanal; un compromiso total desde elegir el material, poner la mano en el papel y coserlo, que genera que el libro sea diferente”. Werli, de Ínsula, hace hincapié en los procesos artesanales de edición. “La idea de Ínsula, que tiene un taller completo de impresión y encuadernación y hasta fabricamos papel, es más bien vernos como artesanos del libro que como editorial artesanal. ¿Qué significa esto? Significaría que al momento de hacer un libro queremos elegir el texto, editar el libro, hacer el diseño, la composición, y después también la materialización, la impresión, la encuadernación, la elección de papeles. Queremos ponernos en el lugar de la tradición del libro que empieza con la invención de Gutenberg”.

Un gesto político

En su página web Buchwald informa que concibe la edición artesanal “no como un fetiche en relación a los materiales, sino más bien como un gesto político, una vía alternativa a los modos imperantes del mercado editorial”. Correa precisa que lo artesanal permite jugar con las reglas. “No estamos fuera del mercado porque queremos vender y sobrevivir, pero tenemos unas reglas bastante propias, sobre todo en la distribución porque nuestros libros son ediciones acotadas y nosotros decidimos dónde ponerlos o no. Por eso en nuestro caso decimos que no es tanto por bibliofilia que elegimos lo artesanal, sino para poder jugar con otras reglas adentro”, explica la editora de Buchwald. El editor de Funesiana cuenta las dificultades iniciales del proyecto. “Nos costó ponernos de acuerdo porque se encarecía mucho la idea de lo que podía valer nuestros libros. Para nosotros era barato hacerlo y saltamos a un lugar en que las reglas las teníamos que poner nosotros. Lo que sale 100 no te cuesta 100, pero esto en el mercado vale 100. No queríamos vender a 100, podemos vender a 80. Los que estaban vendiendo a 100 un objeto de peor calidad lo veían como una competencia tremenda –recuerda Oliveira-. También tuvimos que salir de esa lógica en la que estábamos de creer que competíamos con la gente que estaba en las librerías. Y nada que ver. Fue todo un aprendizaje. Soy editor por amor al libro y por la necesidad de poner el cuerpo, de estar ahí encuadernando, doblándome y pinchándome. Es clarísimo que puedo no hacerlo si voy a una imprenta. Ser editor artesanal también es llevar adelante tu propia idea; es una responsabilidad mucho más grande, es poner en juego un tipo de cultura editorial, un tipo de concepto de autor y un tipo de perfil. Ser editor artesanal no es solo saber coser un libro, sino también ver adónde te vas a meter”.

El editor de Funesiana subraya que él decide los lugares dónde va a estar. “El librero me resulta un intermediario innecesario. Cuando lo planteo, el primer enojado es el librero que piensa que le estamos denigrando su trabajo, pero lo que simplemente estamos haciendo es obviándolo. No es agresivo, sino que es parte de una política. Es algo más complejo que decir no me gustan los libreros. Mucha gente se enoja porque cree que estás en contra de las librerías. Para que esa opinión se valide -o no- decimos que las librerías son el cáncer de la literatura. Y nosotros somos la cura”.

De elefantes y avispas

A Oliveira le gusta provocar, meterse con ciertos lugares “sagrados”, con el sentido común del mundo de la edición que parece postular “mejor no hablar de ciertas cosas”. Fleisher interviene y opina: “Peor son los distribuidores, que se llevan entre un 40 y hasta un 50 por ciento del precio del libro –precisa el editor de Ediciones Kalos-. Somos libreros y distribuidores nosotros mismos y participamos en distintas ferias, donde vendemos nuestros libros”. Correa comenta que en su caso, por los libros de Buchwald, se lo compran en firme un puñado de librerías como El gran pez (Mar del Plata), Mal de archivo (Rosario), Casita de Libros (La Cumbre, Córdoba), Malisia (La Plata) y varias librerías en la ciudad como Corneja (Villa Urquiza) y Falena (Chacarita). “Ese comprar en firme es un acuerdo que no todos consiguen –advierte Oliveira-. El librero entiende de literatura y lo compra porque le da valor a su librería. Más allá de que estén de acuerdo o no con que las librerías son el cáncer, no se puede hablar, es un tema tabú. No se puede decir que el acuerdo que un autor hace con una editorial es malísimo y solo beneficia al librero y al distribuidor, otro personaje súper importante que tiene una camioneta con nafta. Esta discusión la daba antes en los blogs, pero después la empezamos a dar con los libros en sí, probando que se seguían publicando y que llegaban a la persona que los pedía. Hay editoriales que son como elefantes, muy lentas para moverse. Nosotros somos como avispas que respondemos de modo más cercano. Mi trabajo es llegar y yo llego”.

Fleisher cuenta que Ediciones Kalos tiene un taller tipográfico donde hacen los libros con tipografía de plomo. “Usamos una máquina que se llama linotipo. Hacemos 40 ejemplares, imprimimos con ese plomo y después lo volvemos a fundir. Nunca reimprimimos las ediciones. Como hacemos campañas de suscripción, cuando un lector está interesado en un ejemplar lo compra antes con descuento y se le ofrece la posibilidad de que el colofón lleve su nombre: impreso especialmente para… y cuando recibe el libro queda con su nombre como parte de la tirada y se hace una distinción entre los ejemplares numerados y los nominativos, que son los que llevan el nombre. Todo esto lo hacemos con un maestro impresor de 86 años, que se llama Rubén Lapolla”. Cukierman señala que como Amauta&Yaguar tiene tiradas de 50 ejemplares no pueden estar en librerías. Pero han escogido algunos puntos estratégicos como Espacio Malcolm (Villa Crespo), un centro cultural de la comunidad afroargentina, la librería del Centro Cultural Conti, la librería La Libre y el Centro Cultural Rosa Luxemburgo. Werli, editor y traductor que nació en Francia y vive en Argentina, trabajó doce años en librerías y desestima que sean una enfermedad. “El problema no es la librería, el problema es el funcionamiento del sistema. La distribución se lleva una parte importante del precio del libro, la librería tiene un margen muy chico en comparación con otros productos. Para los libros artesanales la librería no es el canal de venta adecuado. Los editores artesanales tienen que encontrar otra manera de difundir su trabajo porque si hacen 50 o 100 ejemplares no los pueden distribuir en librerías”, admite el editor de Ínsula.

Primeros libros y rescates

Buchwald, que empezó en 2017, ha publicado varios libros de Walter Benjamin (La tarea del traductor. Franz Kafka, Calle de una sola mano y Angelus novus. Textos sobre filosofía de la historia); Viajes y hoteles de Joseph Roth y Nuevos poemas, edición bilingüe, de Rainer Maria Rilke, entre otros títulos del alemán. Correa puntualiza que el nombre de la editorial es bastante polisémico. En alemán “buch” es libro y “wald”, selva o bosque. “Editamos autores alemanes que estén en dominio público hasta que tengamos un soporte como para poder pagar derechos”, reconoce Correa. Ediciones Kalos arrancó en 2013 y está especializada en poesía. “Todo surgió por el interés de Rubén Lapolla por la poesía, en particular algunos autores en rescate, argentinos medio olvidados de la década del 20. A mí me interesan los contemporáneos clásicos con materiales muy dispersos y que no se pueden conseguir. Nuestra política es que si nos gusta a nosotros, que no somos tan especiales ni tan raros, le tiene que gustar a muchos otros lectores”, plantea Fleisher sobre el catálogo de Kalos integrado por Tour Eiffel de Vicente Huidobro, Poemas (1918-1921) de Ricardo Molinari, Metapoemas de Jacobo Fijman y Maspleonasmo de amor, de Oliverio Girondo, entre otros.

Aunque el proyecto se ideó en 2009, hasta que se inauguró el estudio y taller y se publicó el primer libro de la Amauta&Yaguar, en 2017, Con todos los que soy, de Antonio Preciado, pasaron ocho años. Después fueron saliendo Canciones del fin del mundo de la ecuatoriana Yuliana Ortiz Ruano, Horas de meditación de Horacio Mendizábal (1847-1871), obra dedicada al entonces presidente Domingo Sarmiento en la que despliega un abanico de poemas que tratan de las sensaciones de los afrodescendientes frente al desdén y el rechazo; y Tirarle al blanco y pegarle al negro de Candelario Obeso (1849-1884), precursor de la poesía negra en Colombia, entre otros. “Detectamos que hay un sector de autores que no tienen circulación y queremos mostrar a esos autores que no están en los ámbitos literarios. Queremos recuperar autores que en su momento fueron reconocidos, pero que acá no llegan, pero también darle lugar a autores nuevos que no se conocen porque hay cierto criterio de que el autor tiene que ser blanco, caucásico y católico, el hombre blanco europeo. Nosotros mostramos esa otra parte de la cultura americana que no tiene lugar en el canon”, revela Cukierman. Ínsula –editora nómade, imprenta tipográfica, librería errática, textos insólitos- lanzó su primer título en 2016. Desde entonces ha publicado Nomenclatura y apología del carajo de Francisco Acuña de Figueroa, El tiempo en el arte de Alfred Harry y Ensayo sobre sí mismo precedido de Yo y yo de Victor Segalen, entre otros. “Publicamos textos que nunca se habían publicado acá o que no estaban circulando –comenta Gil-. Queremos que nuestro catálogo redefina el canon literario clásico, tratamos de crear nuevas genealogías, por ejemplo, para ser concretos, publicamos el Manifiesto de la cocina futurista, de Jules Maincave, un texto que a pesar de que el movimiento futurista es conocido estaba inédito. También publicamos Los fusilados, la única novela que escribió el mexicano Cipriano Campos Alatorre, que sirvió de influencia e inspiración para que Juan Rulfo escribiera Pedro Páramo”.

 

Funesiana, la decana de las editoriales artesanales, ha publicado primeros grandes libros que han hecho y siguen haciendo mucho ruido, como Escolástica peronista ilustrada de Carlos Godoy y Luro de Luciana Sousa, novela editada en 2016 por la que fue elegida entre las 39 mejores escritoras latinoamericanas menores de 39 años como parte del proyecto Bogotá39. “Yo publico primeros libros porque me gusta meter gente en el mercado editorial, darles visibilidad desde un primer libro. A los dos años que salió Luro, Tusquets la volvió a publicar, nunca vi algo así. Lo que pido es que pongan que el libro fue publicado primero por Funesiana por respeto al trabajo de edición; con eso ya está: me siento pago. Las grandes editoriales ya no descubren a autores: descubren editores que están descubriendo autores. Se ahorran un paso en términos de pragmatismo. Algunos están siguiendo atentamente el trabajo de editoriales como Funesiana. Ya no leen más a los autores, sino que ven qué estamos publicando los pequeños editores”.