Uno de los efectos más reconocidos del consumo de marihuana es la distorsión de la percepción. Lo dicho se aplica a Pico de Neblina (estreno de ayer por HBO, irá los domingos a las 21) aunque más por la coyuntura que debido a las virtudes y/o defectos de esta ficción. Difícilmente podría darse en el Brasil de Bolsonaro un escenario como el que plantea la ficción con la legalización de aquella hierba para todos sus fines. Desde ese marco, o pretexto argumental, se sigue a un dealer de San Pablo que tendrá que acomodarse a esta nueva realidad. La entrega fue creada por la dupla de padre e hijo conformada por Quico y Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El Jardinero Fiel), consta de diez episodios y también podrá verse por GO -su plataforma on demand-.

“¡Viva maconha y viva Brasil!”, lanza un diputado entre vitores y abucheos propios de una sesión fogosa que culmina con la aprobación de la ley en cuestión. Desde lo más alto de la favela se ven los fuegos de artificio en la urbe paulista. El contraste con los dealers que habitan en los barrios pobres es total. Allí arriba nadie festeja. El único que tiene una mentalidad diferente a la de sus colegas es Biriba (Luis Navarro) para quien la crisis representa oportunidad. Hijo, además, de un bandido histórico de Vila Madalena al que quiere dejar enterrado en el olvido. El protagonista es un “cara” con aspecto bonachón, verdadero as para vender sustancias, narco por necesidad ya que toda su familia depende de su trabajo.

Todos exprimen al máximo a Biriba quien, aunque le cueste, tiene pasta para el crimen. Además de su hermana, madre y sobrinas está Salim (Henrique Santana), un traficante que desea pasar a las grandes ligas del hampa vendiendo cocaína y quiere aprovechar las virtudes de su amigo. Por otra parte, está Vini (Daniel Furlan), un fumón de clase acomodada y asiduo cliente de Biriba. “Vos no sos traficante, sos un artista”, le suelta este federado en fracasos que quiere entrar en el negocio de la marihuana tras haber mordido el polvo con varios “parripollos”. Juntos fundarán el “Empório Maria Joana”, local que tiene las mismas chances de volverse un boom o un crash.

Pico de Neblina, entonces, pivotea al veinteañero entre dos mundos: la vida en la favela y la parte acomodada de la ciudad, sus sueños de grandeza y su cotidianeidad entre narcos. Lo mismo sucede con los dos géneros que tantea la entrega: el drama duro y la comedia zumbona característica del género cannábico. Más allá del comic relief que representa Vini, la ligereza en algunos momentos puntuales y las elecciones musicales (“Así habló Zaratustra” en versión ska; “Mamãe Natureza” por Caetano Veloso), ésta es una historia difícil que lucra con la violencia, la corrupción policial y los caminos sin salida.

Del mismo modo que en las producciones brasileñas previas de la señal (El Negocio, Magnífica 70 y Psi), se opta por tópicos alejados de las bondades del país tropical. Vale decir que Ciudad de Dios luce como tótem, influencia y marca de fábrica (Meirelles padre dirigió algunos de los episodios). Aunque sin el frenesí estético y de montaje del largometraje, hay un vínculo claro en la suciedad de la imagen, la fuerza simbólica de ciertos elementos junto con la jerga y el foco en los desclasados. “Aprendí de mi padre a tener la sensibilidad social de contar historias que tocan a las personas. Esta serie no está a favor ni en contra de la legalización, pero habla sobre el tema a través de la boca de los personajes. Cuantos más debates tenemos, más iluminaremos a las personas con información”, dijo Quico sobre la serie. A todo esto, ¿qué diantres significa Pico de Neblina? El nombre también juega a varias puntas. Refiere al punto más alto del gigante sudamericano, a los aires grisáceo del porro y a la cumbre personal de la favela donde se crio el protagonista y de la que Biriba sueña con escapar.