El primer libro de cuentos de Delfina Korn, alumna de Hebe Uhart que también publicó la novela Decir mi nombre en la editorial de ebooks La Colección, cuenta las historias de personajes que se se abandonan al deseo.

El deseo no es solo una potencia activa que pugna por doblegar la voluntad ajena: a veces puede ser la necesidad de descubrir hasta dónde nos lleva nuestro abandono al otrx. Como en América, de Franz Kafka, o en la película Dead Man, de Jim Jarmush, estos cuentos narran las aventuras de personajes que se dejan llevar por esa pulsión, y así aparecen, enredados y arrastrados, en Senegal, en Ciudad del Este, en Lima, en el interior de un hospital o en un salón de danza africana en pleno Once.

En el último cuento de este libro, “Hasta que sangren los pies”, una alumna de danza africana se ve atraída por Katila, su profesora senegalesa. Katila se entrega a la danza sin restricciones, da clases con el cuerpo enyesado. Katila revela a su alumna una verdad: “Vos tenés un problema: amás demasiado tu corpo”. “Cuidaba mis huesos como oro”, descubre la protagonista. Y asume que para bailar, debe “vomitar sangre”. Aunque le advierten que Katila golpea a sus alumnas, la alumna termina entregándole su vida. Alumna y maestra no miden el daño, mejor dicho, se dañan a cambio de su amor por la danza. Y si es fácil entender que nadie debería salir herido de una relación, Delfina Korn explora en estos cuentos qué se gana y qué se pierde en un intercambio donde el daño es la regla.

Los cuentos muestran un deseo que no empodera sino que quiebra. “El otoño pasado murió mi perro y tuve un deseo repentino de llamar a mi ex novio”. Así comienza “Ciudad del Este”, uno de los cuentos más conmovedores de este libro, en que Delfi se enamora de Hernando, un estudiante de periodismo que vive en Paraguay. Tanto el deseo de Delfi por Hernando como el amor de la nieta por una abuela despótica, en “Arriba los corazones”, no lleva a los personajes a un lugar mejor. Los relatos muestran un fascinante vaivén: por un lado, nos arrojan en la cara la prodigiosa autoridad de la abuela, o el poder que ejerce el bello cuerpo de los varones sobre las protagonistas, y por otro lado, devela el placer del sometimiento a ese poder. Enseñan en el doble sentido de la palabra: muestran y permiten comprender los dos polos del deseo: marcar, ser marcadxs.

“Le tengo pánico a las aguas compartidas”, confiesa la protagonista de “La pileta equivocada” cuando la desenfrenada y borracha familia de su amiga la invita a meterse a un jacuzzi en una mansión en Lima. Entre la pulsión a abandonarse a la aventura y el temor a romperse se juegan estas historias, pues a medida que las recorremos, entendemos que el deseo marca los cuerpos a través de una parafernalia de objetos, como en un gigantesco potlatch. Para el capricho de la abuela, despótica con sus hijas, nietas, mucamas y enfermeras, la puerta nunca está lo suficientemente bien entornada, pero tampoco nunca son suficientes los corpiños, hamburguesas, facturas, propinas y regalos que despliega a lo largo y a lo ancho de hospitales y restaurantes. En este libro, el goce, como una regadera que no se agota nunca, esculpe los cuerpos ebrios de los varones, los de esas mujeres que cocinan días enteros para desplegar banquetes y se envuelven en plástico y en cremas reductoras, que incluso llegan a tatuarse el delineado de sus ojos. Ese deseo se deposita en una píldora, que Delfi intenta a toda costa darle a su perro moribundo, hasta que al fin él decida tragarla y salvar su vida.

Cuentos atravesados por voces que nos enseñan que ese deseo que nos levanta y aplasta, que nos vuelve monstruos ridículos y desopilantes, puede llenarnos y despojarnos, como una mujer que pierde la ropa para descubrir su cuerpo ante las exclamaciones de un amante.