Desde hace más de 30 años, Argentina es una de las principales referentes, en arqueología a nivel mundial, tanto por los trabajos dentro de nuestro territorio como por la gran cantidad de profesionales que realizan colaboraciones en el exterior. Claro que hay algunas especialidades en las que los y las profesionales nacionales se destacan más, como la zooarqueología o la teoría, pero el nivel alto se mantiene también en el resto. Así se vio reflejado en el vigésimo Congreso Nacional de Arqueología, celebrado entre el 15 y 19 de julio en la Universidad Nacional de Córdoba, donde unos 800 participantes asistieron a los más de 50 simposios y conversatorios propuestos.

La convención, que se realiza cada tres años y que esta vez llevó el lema “50 años de arqueologías”, sirvió para que los cientos de académicos se pusieran al día sobre el estado de la arqueología, desde las particularidades territoriales de cada zona de Argentina, hasta la parte social de la ciencia, donde se abordaron temáticas de género, la falta de presupuesto y la historia de esta disciplina.

En nuestro país, esta carrera se puede estudiar en 10 universidades: Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca, Rosario, Córdoba, Mendoza, La Plata, Buenos Aires y Olavarría. En lo que respecta a las diversas áreas de esta profesión, Argentina se destaca en el trabajo de campo y la elaboración de bibliografía académica, pero corre el riesgo de quedarse atrás en la parte de análisis de muestras, lo que se conoce como arqueometría, no por la aptitud de los profesionales, sino por la capacidad de los laboratorios.

A pesar del contexto, los trabajadores de la arqueología siguen manteniendo sus niveles de profesionalismo. Una muestra de ello es el proyecto desarrollado desde el Instituto de Investigación Arqueológica y Paleontológica del Cuaternario Pampeano (Incuapa), fundado y dirigido por el arqueólogo Gustavo Politis, en el que se busca facilitar la toma de muestras de los restos fósiles para ser analizados.

“Los laboratorios cuentan con un protocolo estándar para analizar el colágeno de los huesos pero a veces se dificulta por la baja cantidad de la proteína o por la presencia de cualquier tipo de contaminantes. Nosotros estamos desarrollando una serie de procedimientos y metodologías para poder extraer colágeno desde el laboratorio de acá, a partir de muestras que son complicadas. Entonces, en vez de enviar el hueso completo a otro laboratorio mandaríamos el colágeno purificado. Ahorra plata, tiempo y esfuerzo porque a veces mandamos un hueso y nos dicen que no tiene nada”, explicó al Suplemento Universidad el reconocido investigador, quien participó como relator en la mesa de comunicaciones del noreste durante el Congreso.

El alto nivel que la profesión tiene en Argentina no es algo casual. Los primeros trabajos arqueológicos datan de fines del siglo XIX, casi a la par de lo que sucedía en Estado Unidos y en Europa. Para tomar dimensión del reconocimiento internacional que los arqueólogos argentinos tienen actualmente a nivel mundial, la arqueóloga e investigadora del CONICET Dánae Fiore comentó que en la última reunión de la Sociedad Americana de Arqueología “hubo un simposio completo en homenaje al investigador Luis Borrero. Entonces si en Estados Unidos le abren una mesa para rendirle honor a un argentino, da a entender que tiene un predicamento importante” en la comunidad científica. En nuestro país hay otros arqueólogos destacados, como el caso de Politis, quien obtuvo el premio Houssay al Investigador de la Nación en 2015, un galardón que generalmente obtienen los especialistas de otras disciplinas. El apoyo y acompañamiento del CONICET fue un empuje muy grande que lo lleva a considerarlo como “una usina del pensamiento original de creaciones científicas que debería privilegiarse”, aunque no siempre suceda.

Pero la parte más importante de los avances en los proyectos desarrollados, sean de la índole que sean, está en la llegada que los resultados puedan tener a la sociedad. Por eso, un eje dentro del Congreso fue la parte social de la arqueología y su relación con las distintas estructuras estatales. Para poder entender el impacto que estos estudios pueden llegar a tener en una comunidad, Politis analizó uno de los defectos que hay en Argentina con lo que se denomina “arqueología de contrato”. “Es el estudio del impacto arqueológico que se debería hacer cada vez que se hace una obra que implica una remoción importante de tierra, como la minería, la explotación de petróleo o la construcción de rutas y edificios. Es una práctica que se trabaja mucho en varios países, pero que acá no está muy bien desarrollada y depende mucho de la legislación de cada provincia. Lo mismo sucede con el tema del monitoreo, donde un arqueólogo debería estar presente en la primera parte de la obra, en la excavación, porque puede notar cosas que el operario de la máquina no podría notar o que no quieran hacerlo porque podría traer demoras en la obra”, puntualizó.

Por eso, es cada vez más común que los arqueólogos de nuestro país se adentren en los conflictos sociales que puedan darse con la comunidad de los sitios explorados. Sobre todo cuando en Argentina hay una gran cantidad de pueblos originarios con territorios considerados ancestrales. Generalmente, los estudios arqueológicos buscan proteger y preservar los territorios que a los distintos pueblos les corresponden. Pero cuando las empresas deciden actuar sin consultar a un especialista, estos grupos son vulnerados. Si bien este tema siempre estuvo presente en la comunidad arqueológico, es a partir de la última década cuando comenzó a tener una mayor relevancia.

Problemas con el presupuesto

Tener una calidad tan alta en arqueología es un orgullo enorme para el país, pero sin un Estado que acompañe con legislación, difusión y financiamiento, el peligro es claro: cada vez es mayor el número de investigadores que deben continuar su trabajo en el exterior debido a que no tienen manera de realizarlo dentro del país. Por eso, la consideración de la arqueóloga e integrante del comité organizador del evento Bernarda Marconetto manifestó su “cansancio” al formar jóvenes investigadores, acompañando su doctorado y posdoctorado, para que sean “regalos a otros país cuando se invirtió mucha plata en su formación”.

Hubo un tema que preponderó en las conversaciones de los pasillos universitarios: el presupuesto. Un problema que aqueja a cada uno de los investigadores en particular y a la comunidad científica en general, siendo un claro ejemplo de ello que este fue uno de los únicos congresos que no contó con ayuda del CONICET para su financiamiento. Para Marcone-

tto, los argentinos “podemos atar algunas cosas con alambre”, pero agrega que cuesta mucho “seguir trabajando cuando no se actualiza el equipamiento y deja de entrar gente” a través de las becas.

A pesar de este panorama general, cada uno se las ingenia para continuar con sus investigaciones de la manera que puede y así no abandonar los proyectos que, en su mayoría, requieren años de trabajo. Generalmente, se busca gastar menos en el trabajo de campo. Así lo explicó Fiore cuando graficó que “una puede aguantar durmiendo en carpa y comiendo arroz el tiempo que sea necesario”, pero asegura que “el problema viene después, cuando hay que hacer dataciones radiocarbónicas o cualquier otro tipo de estudio que requiere de un laboratorio y un equipamiento especial”.

Entonces, nos encontramos ante distintas miradas con respecto a nuestra arqueología. Por un lado, es altamente valorada por la comunidad científica, tanto nacional como internacionalmente. Por el otro, encontramos los distintos impedimentos que deben sortear a la hora de desarrollar su trabajo: la falta de financiamiento es una preocupación que parece agravarse cada vez más. Sin embargo, la comunidad arqueológica demuestra estar firme incluso en los momentos más duros. “Tengo guardado el plato que utilicé en forma de protesta cuando el ex ministro (de Economía Domingo) Cavallo nos mandó a lavarlos. 25 años después, volví a mostrarlo en el conversatorio que moderé porque nos toca vivir el mismo discurso”, lamentó Fiore y agregó: “Como arqueólogas, sabemos que los objetos cuentan historias, y este plato tiene mucho para contarnos sobre este presente”.