La pobreza acaba con los sueños, con las oportunidades, mata a diario -incluso- más que la guerra. Pero la pobreza es fundamentalmente una asesina de infancias. La imposibilidad de tener satisfechas las necesidades más básicas, la conciencia de cargar con una vida sin más que la propia existencia, vuelve temprana la madurez de numerosos niños y niñas que le pelean al mundo como pueden, como los dejaron. Esa vida a la intemperie, a la que le sobra calle pero carece de abrazos, es la de cientos de miles de argentinos sin presente y con un futuro hipotecado por otros. Y ese aspecto de la argentinidad es el que Israel Adrián Caetano intentará contar en Apache, la biopic sobre la vida de Carlos Tévez, en la que las luces de los flashes del futbolista consagrado le ceden lugar a los claroscuros de una infancia que pudo esquivar las balas como si fueran patadas. Apache es un retrato, un fresco de una sociedad sin ley, donde el sálvese quien pueda, donde proteger a los propios y no mucho más, es lo que te permite el entorno”, afirma Caetano, director y autor -junto a Marcos Osorio Vidal, Gisela Benenzon y Diego Alonso- de la serie que desde el viernes se podrá ver por Netflix.

La vida de Tévez es, a grandes rasgos, conocida por todos. Criado por sus tíos maternos en el barrio Ejército de los Andes, conocido popularmente como “Fuerte Apache”, torció su destino a fuerza de gambetas y de una guapeza curtida en la calle y resignificada en la cancha. El fútbol fue, como para otros, el salvoconducto que muchos -ni siquiera sus hermanos- encontraron para evitar terminar “muerto o en la cárcel”, como confesó alguna vez. Su carrera en Boca, la selección argentina, Corinthians, West Ham United, Manchester United y el City, Juventus y hasta en el desconocido Shanghai Shenhua definen su talento pero para nada reflejan sus orígenes. Es su infancia el centro de atención de la producción de Torneos. Apache es una biografía oficial en la que la gloria futbolística es, apenas, el disparador de una obra que escarba en un mundo en el que solo se puede aspirar a sobrevivir.

 “Apache no es una historia triunfalista ni alegórica. Es una historia difícil, dura, llena de carencias y de peligro. Y sobre todo, de resistencia. Había que contar el entorno, familiar y socioeconómico de Tévez, no solo para entender al personaje, sino también a su vez la época, al hábitat poco natural donde había transitado su niñez”, reflexiona Caetano, que vuelve a incursionar en el género biográfico, tras la realización de Sandro de América, la muy buena serie que emitió Telefe el año pasado. “Lo interesante de Tévez -explica a Página/12- es lo que más miedo da de contar. Tuve la oportunidad de charlar con Tévez y lo que cuenta de su infancia es lo más rico de todo. El mundo de los jugadores consagrados es poco interesante: más o menos tienen todos el mismo derrotero, la mayoría se hacen millonarios y se preocupan más de su imagen que de otra cosa. Pero la niñez es algo puro. Y es en esa pureza, rodeada de una violencia desmadrada, donde hay en Tévez un niño que sobrevive y triunfa."



El estreno de Apache, que contó con el asesoramiento del jugador, viene a saldar un viejo anhelo de Caetano. Es que el director de Tumberos estuvo a punto de filmar una película sobre el actual jugador de Boca, pero los problemas financieros de la productora Rosstoc dejaron el proyecto inconcluso. “Aquél proyecto -cuenta el director- duró poco porque la productora quebró. No supe más de ellos ni tampoco del proyecto. Lo había olvidado como se olvidan las cosas casi para siempre. Se había concebido como una película en tiempos en los que las series de TV eran cosa del pasado, como las telenovelas. Ahora todo vuelve, en tiempos donde la poca creatividad hace mirar al pasado para ver si se puede inventar algo nuevo. Igual atesoro ese contrato, como cualquier otro. Quien sabe las vueltas que dan estas cosas”.

Las vueltas de la vida hicieron que esa película sobre Tévez no viera la luz pero sí lo hiciera, casi una década después, esta serie que cuenta con las actuaciones de Sofía Gala Castiglione, Balthazar Murillo, Vanesa González, Alberto Ajaka, Diego Pérez y Patricio Contreras. “Llegó como una oferta de la mano de Gustavo Errico, con quien había trabajado en muchos proyectos televisivos desde la época de Tumberos. Y de la mano de Tévez, el único real dueño intelectual de su historia. A diferencia de la película, aquí pude trabajar el guión solo, con un equipo de gente, pero comandando la ficción. Me sentí más cómodo y más afín con mi equipo que la otra vez, cuando Rosstoc me impuso un coguionista”, reconoce el autor y director más disruptivo de la industria audiovisual rioplatense.

-Más allá de la vida puntual de Tévez, ¿qué historia cuenta a través de la biografía del jugador de Boca? ¿Qué esconde su vida?

-Su vida esconde lo que la niñez de cada persona atesora. Conforme uno crece, construye un relato de la vida que va olvidando para constituirse y no desarmarse en el camino. Hay quienes eligen lo bueno y otros que se refugian más en lo poco feliz. En el caso de Tévez, decidió contar ambas cosas, sin idealizar ese momento de su vida. Y no solo fue él la única fuente de información, sino toda su familia. Eso me permitió armar una historia más coral, si bien con un protagonista excluyente. Quienes lo criaron tenían, quizás, más presente la infancia del hijo, del sobrino, del hermano que ayudó muchísimo a armar ese rompecabezas que son los recuerdos, para después darle forma unívoca. Mientras más información teníamos, más se enriquecía la historia, más matices iba adquiriendo, más humanidad y más material para formar las bases del cuento. Nada mejor que mil voces para dar un grito fuerte.

-¿Cuál es el registro y las líneas argumentales elegidas para contar esa historia?

-Muchas, casi infinitas. Apache es una historia fractal, precisa y con las contradicciones necesarias y lógicas para no manipular al espectador en una sola dirección. Se intenta reflexionar desde un lugar lo más objetivo posible. Su familia fue fundamental, como contención afectiva, para que Tévez pudiera salir de donde pocos, o casi nadie, sale. Es una historia de vida, de lucha y de constancia. Con un gran factor de fortuna también. Tévez es la excepción y él lo sabe. Sabe que de uno que triunfa, hay cientos que se quedan en el camino.

-Siempre fuiste un autor-director interesado en posar la mirada en espacios y comunidades periféricas,  la denominada “marginalidad”. ¿Cómo juega ese aspecto en la serie?

-Todo cambia. ¿Qué es estar al margen hoy en Argentina? ¿Al margen de qué? Apache es un retrato, un fresco de una sociedad sin ley, donde el sálvese quien pueda, donde proteger a los propios y no mucho más, es lo que te permite el entorno. Ser marginal es ser un sobreviviente, tanto hoy como en los '90, donde la imagen del Estado estaba en desguace permanente, donde los más débiles estaban (y están hoy) a la buena de Dios. Entonces, repito: ¿qué es ser marginal? Para mí, ser marginal es ser rico en un país donde la mayoría no lo es. Donde robar está más al alcance de la mano de los poderosos que de los negados. ¿O, acaso, quienes son los que más desconocen esa supuesta “marginalidad”? Los ricos y un sector de la clase media pacata y reaccionaria. El resto está al margen de eso, o tratando de cambiar las cosas o bien matándose entre ellos.

-Hay quienes critican la “estetización” de la pobreza y la marginalidad, como si el solo hecho de que una obra audiovisual las ilumine las convierte en un producto y las banalizara. ¿Cómo encarás este trabajo?

-Hay un morbo, a veces inocente, a veces ignorante, por ver en la marginalidad como a un circo romano al alcance de la mano. A mí, la violencia reducida a los lugares más pobres me parece una careteada poco solvente, vacía y poco profunda. Si uno solo busca entretener y lo piensa un poco, tiene más tufo a videojuego que a una razón o inquietud real. Hay quienes juegan a la guerra de Vietnam o a matar zombies. Y hay quienes ven en el marco de la marginalidad, solo un motivo para entretener. Siempre un muerto marginal duele y trasciende menos que uno de clase media. Basta un muerto para construir un thriller. Pero hay que eliminar a cientos de vietnamitas o zombies para lograr un entretenimiento.

-Ya tenés un antecedente en el género biográfico con Sandro. ¿Qué pretendés poner en pantalla cuando recorrés una vida real y pública? ¿Hay un concepto común o lo que se cuenta depende de la vida de cada protagonista?

-Todo puntapié inicial, todo plot, es una excusa para contar algo. Ya sea una biopic o un documental. Ahora la moda es esa. Pero toda corporación, todo espectador manipulable, va detrás de la zanahoria que le cuelgan en cada instancia. Pero, insisto,  Apache no es una mera biopic, es más que eso. La moda actual es producir biografías. Solo puedo agregar que siempre hay quien se encolumna detrás lo exitoso y no ofrecer nada nuevo. Pero todo se agota. Es una manera prosaica y más sutil de robar ideas.

-¿Te sentís más condicionado creativamente cuando la ficción se basa en una vida “real”? ¿O es igual? ¿Qué pasa con lo “real” y las necesidades dramáticas-artísticas? ¿Hay menos posibilidad de "volar"?

-Para nada. Toda obra está contenida en un marco, sino sería inacabable. El truco es ver cuál es ese marco dentro del cual se juega. Es mejor tener un norte claro para abarcar lo que se necesita, para contar lo que se quiere. Uno puede cambiar de dogmas, pero nunca olvidarse del concepto desde el cual se concibe la obra. Si es meramente cautivar al espectador, es mucho más simple que si uno quiere entretenerlo con algo nuevo, aportarle algo nuevo más que apelar a fórmulas que apuntan a un común denominador, a fórmulas que salen de un estudio demagógico, o de una manipulación estudiada para no defraudar a un público poco exigente.

-¿Se considera un director "autor”? Uno percibe que podés trabajar en el mainstream y, sin embargo, hay una identidad, una marca perceptible en tus obras. ¿Cómo escapar a esa "fábrica de hacer chorizos"?

-Nunca nadie puede escapar de sí mismo. Todo director es un autor y está en él la búsqueda incómoda o cómoda. Y todo espacio debe ser ocupado. Se pueden elegir mil caminos, pero principalmente son dos: construir un relato obsecuente con su productor o dar pelea para tratar de imponer, en el mayor porcentaje posible, la idea propia. Es mucho más difícil en la televisión que en el cine, mucho más. La televisión es un electrodoméstico al fin y al cabo, que puede estar prendido sin necesidad de prestarle atención. Después, la mayoría de las veces, todo queda en manos de ejecutivos, de encuestas y de empresas impersonales. Salvo cierta televisión de aire, donde el intérprete y los creadores son tenidos en cuenta. Después, son empresas de chorizos, de telenovelas, o del formato que sea. Masificadoras, anuladoras de la identidad de los que participan en la creación. Eso es nuevo y es cruel, a diferencia del cine. Es como si los libros se publicaran con el nombre de la editorial y no con el del autor. Pero eso es una batalla a dar. Son parecidas a las empresas de comida rápida: no importa cómo se hizo, no importa el cocinero, no importa nada más que la marca. Y también el consumo es similar: no importa el sabor, solo importa que sea rápido y que haya mucha oferta.

-A la hora de pensar y desarrollar la historia, ¿es lo mismo trabajar sabiendo que se va a emitir por TV abierta que por una plataforma como Netflix, que representa “lo nuevo” en la industria?

-Son dos cosas absolutamente diferentes. Muy diferentes. Para una hay que pagar, y para la otra no. Hay una valorización ridícula sobre lo pagado. Como si en uno solo hubiera malas ofertas, y en el otro, buenas. El streaming no asegura calidad. Porcentualmente ofrece lo mismo que la televisión de aire. Lo nuevo en la industria es la imposición de una marca por sobre todas las cosas. Como si fuera ropa deportiva o una marca de autos. Algunas pantallas de streaming, al igual que las de aire, tienen una línea editorial clara. Otras son como un almacén de contenidos, disfrazadas de una gran oferta. Lo nuevo es la despersonalización de la obra en favor de la empresa, el uniforme por sobre la persona, la complacencia por sobre la discrepancia.

Lobos disfrazados de corderos

Cuando al realizador de Un oso rojo y Crónica de una fuga se le consulta sobre la situación del país y el proceso político de Cambiemos, no duda. "Es una vuelta al pasado, pero al pasado de verdad y no a ese pasado ficticio al que refieren", aclara. En su opinión, el gobierno actual ha hecho de la política del "miedo" una manera peligrosa de gestionar. "Es como el temor a los extraterrestres que se infundió en los '80. El temor es una gran herramienta para manipular. De todas maneras, Cambiemos es una expresión social y cultural también retrógrada. ¿Qué aporta de nuevo que no conozcamos? ¿Cuál es la expresión cultural de este proceso? El miedo. Y nada más que eso. Y con el miedo viene la violencia como reacción. Estos son lobos disfrazados de corderos", subraya, con claridad. Las elecciones, sostiene Caetano, representan la posibilidad cierta de cambiar ese rumbo. "Tengo esperanza -reflexiona- en que todo esté mejor. Cuando ganó este gobierno pensé que muchas cosas se iban a perder. Pero no esté retroceso empobrecedor, banal, chabacano y agresivo. Esta gente es anti todo y nada más. Su propuesta radica en infundir miedo y estigmatizar a un enemigo que es pura creación de ellos. Es pura perversión. Son la alcahuetería del orden establecido".