Éramos pocxs y parió Urdapilleta. Su libro Vagones transportan humo tiene su reedicón en versión ampliada, a partir de un cuaderno encontrado que amplifica hasta las 300 páginas sus textos escritos para ser representados. Compilado hace casi dos décadas por Jorge Dubatti, el libro reunió por primera vez los textos escénicos de Alejandro Urdapilleta (1954-2013) para sketchs y obras de teatro, pero también para piezas radiales, además de otros escritos inéditos. Una suerte de bestiario vocal, las voces de las criaturas que encarnó Urdapilleta y sus cómplices teatrales se hicieron accesibles con este libro, posibilitando de que no queden solo como un eco de las cuevas del under de los 80 y 90, tanto las obras más exitosas como “Las fabricantes de tortas” (ya elevado a clásico del off) y el escandaloso “Sombra de conchas”, como los poemas y monólogos oscuros, con una oscuridad de chiste de velorio, nunca representados. El tomo fue un hallazgo, celebrado con cuatro ediciones agotadas, que ahora vuelve por quinta vez con sangre nueva, unas cincuenta páginas más donde el nervio de la poética urdapilletiana se derrama en una inédita pirueta verborrágica.

El nuevo cuaderno incluido como bonus track, que Urdapilleta originalmente regaló a una amiga, lleva por título “Mensaje de anfibio”, y tal vez agregue la clave para leer también todos los textos anteriores. Porque cada palabra tiene una doble vida, una tensión entre ser literatura y ser puro teatro, pero renegando de ambas clasificaciones y creando una zona nebulosa. En la escritura de todo el libro hay algo proteico, una cualidad donde el texto se niega solo a ser huella, mero signo literario, sombra de una idea, o sea, solo una palabra. La escritura de Urdapilleta tiene corporalidad, un aura teatral, que no solo se la da su oralidad desaforada que, aunque puede incluir la onomatopeya y la interjección, privilegia la búsqueda de la expresión, eso que se arma entre la materialidad del tejido verbal y la vibración invisible de nombrar, ese efecto que tiene algo de un sentido que se ahoga en su propia musicalidad. Por eso es imposible abstraer la voz de Urdapilleta durante la lectura, que vuelve como una radio mental que nos hace escuchar su tonada, esa pronunciación gutural, tensa, una suerte de falsete amanerado que arrasa con la solemnidad de todo sin volverlo meramente burlón sino imprimiendo un dramatismo camp. Esa electricidad recorre todo el libro con con ingenio guarango de graffiti de tetera, con lírica mitológica de arrabal marica, con veneno de chisme de peluquería, ritmo de trava de murga, con espíritu de reciclaje del pop podrido local, con lengua social caricatural a lo Niní Marshall, con expresionismo under post-dictadura. Y todo eso ahora encuentra ecos nuevos en los cuentos “Margot y la baba colgante” y “Otro nido” (este datado de 1980, el más antiguo), donde explora el relato de imágenes en progresión al borde del loop narrativo, donde poesía y prosa chapan tan fuerte que se funden entre sí, como hacían la poesía y el teatro en muchas de las piezas que Urdapilleta incluye en este libro: ese conjuro de lograr que la poesía se elongue hasta ser que tejido escénica, creando sketchs, performances y obras que nunca eran solo una antología de recitados, como si él y sus cómplices más conspicuos (Batato Barea y Humberto Tortonese) fuesen los mejores “monstruos monstruosos” escapados de Cachafaz, la obra en verso en español que escribió Copi. Además de estos cuentos, las nuevas páginas de Vagones transportan humo incluyen una serie de poemas menos neobarrosos que los compilados originalmente, como pequeñas piezas más simples, breves y con menos palabras, pero no menos potentes, poesías-bocetos, esqueléticas, como suspiros, tal vez mostrando mejor la máscara más despojada de entre todas las que nos legó la genialidad de Urdapilleta.