Bomba de tiempo

Por Pablo Wahren *

En diciembre el dólar cotizaba a 16,1 y hoy a cerca de 15,9 pesos. Incluso en febrero del año pasado llegó a 16, por encima del precio actual. Más allá de los centavos más o menos del día a día, lo que se observa es una marcada estabilidad del tipo de cambio. El gobierno se vanagloria de que está dinámica se dio en el marco de una profunda desregulación del mercado cambiario y bajo lo que el presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, denomina un esquema de tipo de cambio flexible, es decir cuya determinación viene dada por el mercado sin injerencia del Estado. ¿Es sostenible esta tendencia en el tiempo? ¿Cuáles son las causas y consecuencias en materia financiera?

Si el precio del dólar hoy está bajando es porque la oferta de dólares supera a la demanda.  Sin embargo, cuando uno analiza la demanda de divisas reportada por el BCRA se encuentra con fuertes salidas. En 2016, la fuga de capitales, es decir la compra de dólares sin fines predeterminados, ascendió a 12.326 millones, un 62 por ciento por encima del año anterior. En enero de 2017 marcó 1.726 millones de dólares, récord para un primer mes del año. Las salidas por turismo, estimuladas por el dólar bajo ascendieron a 8.237 millones en 2016, en línea con los altos valores de 2015. El primer mes de 2017 aceleró la tendencia, el déficit de turismo fue de 1.143 millones, un 69,6 por ciento superior al del mismo periodo del año anterior. Por su parte, las empresas extranjeras lejos de aportar dólares, en 2016 sacaron del país más plata de la que entraron: mientras que la Inversión Extranjera Directa ascendió a 2.523 millones, la remisión de ganancias a sus casas matrices fue de 2.996 millones de dólares.

Cabe destacar que estas salidas hubieran sido todavía superiores si las altas ganancias en pesos de instrumentos como la LEBAC, cuyo stock se disparó un 68 por ciento en 2016, no hubieran desincentivado la dolarización. Por ejemplo, alguien que compró LEBAC en enero  y renovó durante todo el año obtuvo una ganancia en dólares de 25 por ciento, si con los pesos que ganó compro el billete verde. En tanto alguien quien se cubrió en futuros para no correr riesgos lo hizo en 7 por ciento. En este marco, y dado el escenario de caída de ventas locales y externas y la mayor apertura importadora, la inversión financiera se presentó sumamente atractiva en relación a la productiva, contribuyendo a empeorar aún más la actividad económica. Con las tasas actuales, esta dinámica, amenaza con continuar este año. Si la tasa actual se mantiene y dado el valor del dólar futuro a un año, esta operación ofrece 6,2 por ciento a un año, y reinvirtiendo intereses 8,8 por ciento.

Entonces si la demanda de divisas se mantiene fuerte la explicación de por qué baja el dólar tiene que estar en la oferta. Dos veces en su historia la Argentina vivió procesos de apreciación cambiaria combinada con fuerte fuga de capitales tal como el actual: durante los 90 bajo la Convertibilidad y durante la última dictadura militar. En ambos casos la fuga del “dólar barato” fue financiada con deuda externa. Lo mismo sucede hoy. Más allá del shock de “una sola vez” de 4.092 millones del blanqueo, según nuestras estimaciones entre nación, provincias y Banco Central, la deuda pública se expandió desde diciembre de 2015 en 51.266 millones de dólares. Un 30 por ciento de ese monto fue tomado en lo poco que va de 2017.

El elixir no dura para siempre: los dólares que hoy nutren el mercado deberán devolverse y con interés, lo cual implicará pagos superiores a los 60.000 millones de dólares. El endeudamiento actual está lejos de generar esa capacidad de repago dado el destino que toman las divisas ingresadas. El tipo de cambio bajo parece ser la estrategia elegida por el gobierno nacional para moderar la inflación mientras garantiza elevadas ganancias en dólares al sector financiero y a ciertos sectores empresariales que aumentan su capacidad de fuga. El precio de la estrategia es un endeudamiento que no genera capacidad de repago. Si miramos la historia argentina, esto no augura nada bueno.

* Economista del Observatorio de Coyuntura Económica y Políticas Públicas.


Transferencia

Por Ariel Geandet *

Previo al cambio de mandato presidencial, se escuchaba una especie de consenso en gran parte de los economistas sobre la necesidad de reducir los subsidios a los servicios públicos. No existía consenso en el cómo, ni en la magnitud, ni en el cuándo. El motivo de la preocupación era claro. Al país le costaba unos 249 mil millones de pesos al año mantener esos subsidios, monto que explicaba la totalidad del déficit fiscal y, al mismo tiempo, la emisión monetaria por parte del BCRA. Un déficit fiscal que para algunos era insostenible.

Pero esos subsidios también eran salario indirecto al conjunto de los argentinos. Con el reajuste tarifario no sólo se intenta eliminarlos sino que se aumentó y dolarizó el precio de extracción de petróleo y gas, garantizando un gran negocio para un pequeño grupo de empresas.

El gobierno sostiene que el actual déficit fiscal sigue ligado a la necesidad de eliminar por completo este tipo de subsidios. Pero viendo los grandes números pareciera que eso no es tan así. El déficit fiscal en 2016 alcanzó los 365 mil millones de pesos; un 61,5 por ciento mayor al del 2015. Este hecho ha llevado a economistas de ultra derecha a calificar a este gobierno de populista. Pero su ideología está lejos del populismo; ese déficit fiscal sólo se explica por la enorme caída de los ingresos del Estado. El modelo de la “transferencia” le retiró carga impositiva a los grandes conglomerados económicos-financieros, a los grandes evasores con el blanqueo, y a las actividades de producción primaria y extractiva.

El déficit fiscal se sigue financiando de la misma manera: con emisión y deuda del BCRA, y con deuda con ANSES y con otros organismos del Estado. La diferencia es que en 2016 se ha tomado casi 30 mil millones de dólares como deuda externa neta y para 2017 se estima un monto similar.

El punto es el siguiente: el déficit fiscal en 2015  se explicaba por una política que mantenía el consumo doméstico, intentaba mantener la obra pública (aunque cada vez más demorada), y servía como salario indirecto para la población. Ese esquema era mantenido con un “cepo” cambiario, con una inflación en torno al 25 por ciento, baja tasa de interés, casi sin tomar deuda externa y con un mercado doméstico creciente en términos nominales y reales.

En la actualidad el “cepo” cambiario no existe, habiendo devaluado cerca del 65 por ciento, con una inflación según el Congreso del 41 por ciento y con salarios que aumentaron en 2016 cerca del 32 por ciento en promedio. Excepto las grandes industrias cuya producción está dolarizada, todo el resto perdió. No era necesario en ese contexto reducir los impuestos; la política macroeconómica ya estaba haciendo la transferencia. Como ejemplo sirven los subsidios: durante 2016 el ajuste del tarifazo, en lo concreto, fue reducido porque todo se frenó hasta finales de año y, en este contexto, los subsidios pasaron de 249 mil a 335 mil millones entre 2015 y 2016, un 34,5 por ciento de aumento sólo por efecto de la política macroeconómica.

Para sostener esta política, el déficit fue financiado por el BCRA y con deuda externa. Para poder controlar la inflación y que “sólo” sea del 41 por ciento, las tasas de interés se dispararon y se mantuvieron hasta el 2 de agosto de 2016 por encima del 30 por ciento por LEBACs a 35 días, reduciéndose al 25 por ciento hacia finales de 2016. Es decir, en Argentina cualquiera puede ganar, y sin riesgo, un 22-25 por ciento en pesos mientras que el consumo cae más del 5 por ciento en términos reales, se pierden cerca de 250 mil empleos, se cierran seis mil empresas, y el PBI cae cerca del 3,5 por ciento. Eso sí, la política fue exitosa porque la tasa de inflación mensual ahora es del 1,5-1,8 por ciento y podríamos tener una inflación anual cercana al 20 por ciento en 2017, sólo si el ajuste continua. En conclusión, cuando se habla de bajar el déficit del Estado hay que saber que la realidad muestra que empeoró porque bajaron los impuestos, se pagaron 65 mil millones de pesos más por intereses de deuda, y porque el BCRA incrementó su déficit en $80 mil millones debido a su política de tasas, inclusive habiendo aumentado la base monetaria un 32 por ciento en 2016.

* Economista, docente UBA y Mesa de Economía del Movimiento Evita.