Si cada década impone sus discusiones, la que comenzará en enero próximo va a enfrentar a la ciencia mundial con un desafío complejo: ¿cómo frenar el cambio climático? En este contexto, la doctora en Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) Sandra Díaz recibió el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2019 por demostrar que la biodiversidad de plantas contrarresta aquel fenómeno y contribuye a una mejor calidad de vida general.

Oriunda de Bell Ville, investigadora de la UNC y el CONICET y formada desde niña en la educación pública, la de Díaz es una historia de entrega a una disciplina vital para el futuro cercano.

Consultada por el Suplemento Universidad sobre su trabajo, la especialista explicó: “Trato de hacer ciencia que además de servir sea lo más novedosa posible. A nivel mundial, hay un gran incentivo para seguir inventando la rueda, pero eso no es lo que me apasiona. La pulsión primaria que me llevó a dedicarme a esto es la pasión por el conocimiento. No me imagino no haciendo lo que hago. Ahora estoy trabajando en cómo la diversidad de plantas reacciona a factores climáticos y al cambio de uso de la tierra. Esta reacción tienen efectos diferentes para distintos actores sociales porque no todos nos beneficiamos por igual de la naturaleza ni buscamos lo mismo, pero todos dependemos del resto del mundo natural, dependemos de la trama de la vida”.

A partir de esta lucidez, la Fundación Princesa de Asturias justificó su premiación de manera contundente: “Su trabajo la ha situado en la vanguardia de las nuevas líneas de investigación con futuras implicaciones destacadas en la lucha contra el cambio climático y en la defensa de la biodiversidad”.

Más allá de su éxito internacional, su perfil se complementa con ideas claras sobre el rol de los investigadores argentinos: “Un investigador tiene que hacer docencia, investigación y extensión. Hacerlo sinceramente y entender que no es el fin de lucro lo que nos mueve, sino el amor al conocimiento. Sabemos la situación dificilísima de la educación pública en Argentina, pero creo que no hay que achicarse porque no haya presupuesto o las instalaciones no sean las ideales. Algunos de los investigadores más brillantes, más creativos y más ‘polentas’ vienen de contextos realmente difíciles”.

Sobre esos tiempos duros, Díaz recordó cómo fue formarse durante la dictadura: “Lo hicimos como pudimos con poco presupuesto e ínfimo acceso a la información. Había pocos formadores, así que tener colegas que me ayudaran fue clave. En los tempranos ‘80 había una especie de ‘tráfico’ de fotocopias de papers todas escritas. Nos las pasábamos unos a otros como si fueran un tesoro. Después, entrada la democracia, pude hacer una estancia post doctoral en Inglaterra con el doctor Philip Grime y un grupo de investigadores que tuvo un efecto dramático en mí. Si hay algo que destaco en mi disciplina es la manera solidaria en la que uno va aprendiendo. Ahora puedo mencionar a Marcelo Cabido y Alicia Acosta, pero hubo muchos compañeros muy importantes. Hacer ecología solo es imposible”.