"Su vestido de seda celeste/ luce el cielo esta clara mañana, / y es bello este cielo celeste/ y es tan linda esta clara mañana,/ que los árboles alzan sus brazos/ y al viandante el milagro señalan,/ que hasta el gris caserío se asombra/y boquiabre sus viejas ventanas/ y nosotras, las pobres mujeres/ de la vida infelices esclavas, / nos sentimos más puras, más buenas/ cual si el alma recién nos lavaran/ ¡Es tan bello este cielo celeste/ y es tan linda esta clara mañana", escribía Clara Beter, en el poema "Mañana de sol en Echesortu", del libro Versos de una…, editado por Claridad hacia 1926, con la autoría encubierta de César Tiempo. La máscara, la novedad del enunciador -una ex trabajadora sexual-, el doble, la estética redentora, formaron parte de la obra que estableció un curioso vínculo entre la vanguardia boedista y la ciudad de Rosario, sonora por esos años de ecos modernistas, aunque más de hipocresías.

El poemario, octavo volumen de la serie Los Nuevos del emblemático sello, estaba dedicado, "Para que lo lea Enrique Banchs, la más pura voz lírica del continente, y comprenda la desdibujada angustia de mis compañeras de martirologio, que aspiran a expresar estos pobres versos, con las dos manos humildes de Clara Beter", en alusión al vate de la literatura oficial, a la par de visibilizar un nombre: Clara por la protagonista de Resurrección, novela del ruso León Tolstoi, y Beter, transformación del bitter, que significa amargo en inglés. El título, acabado en puntos suspensivos suponía tanto el estigma cargado por la mujer, como un salto a la censura; vuelo elíptico de la expresión en los cuarenta y cinco poemas, definitoria por otra parte, de una de las actividades más lucrativa de la sociedad local. El prólogo de la primera edición escrito por Elías Castelnuovo daba cuentas de esto: "Cada composición señala una etapa recorrida en el infierno social de su vida pasada", para terminar en consideraciones acerca del estilo: "Esta mujer se distingue completamente de las otras mujeres que hacen versos por su espantosa sinceridad".

La denuncia que sobrevino a los versos puso sobre el paño de la cultura letrada a un muchachito desconocido, repartidor de soda, de origen ruso y heredad judía llamado Israel Zeitlin; pero también el doblez de la burguesía rosarina de entonces, aquella que de la explotación sexual erigió fortunas, grandes palacetes, ostentosos recreos y fenomenales riquezas.

 

A Versos de una… puede encontrárselo reimpreso, con prefacio del maestro Pedro Orgambide, allá por los aciagos noventas, y forma parte -tal vez el inicio- de la deconstrucción del relato mítico de la ciudad, recurrente en romantizar la trata de personas. Tan así lo entendió el personaje de Clara, que desde la pensión de la calle Zeballos se preguntaba: "Estas manos recogen el dinero del barro/-¿y el dinero es la dicha?-/hermanita ha de serlo porque en ti se convierte/ en tu pan, tu reposo, tu salud, tu alegría.