Dizzy Gillespie, Louis Armstrong, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Ray Charles, Bill Evans, Charles Mingus, Oscar Peterson: estos son algunos de los nombres estelares de la historia del jazz que a partir de la década del ’50 llegaban a Buenos Aires. Fueron presencias sin duda memorables, eventos artísticos y mundanos de los que sin embargo quedaban fragmentados recuerdos personales. Ahora, muchas de esas memorias están recopiladas en un libro, articuladas en relatos que de alguna manera constituyen la historia de cómo el jazz argentino recibía al jazz internacional. En una frondosa red de nombres, lugares y circunstancias se elabora el nutrido anecdotario de Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979), el libro de Claudio Parisi recientemente editado por Gourmet Musical.

A través de un centenar de testimonios obtenidos entre músicos, periodistas, productores, benefactores y allegados más o menos interesados en aquellas empresas muchas veces al borde de la razón común, Parisi propone un relato ameno y dinámico. Una colorida zaga de jazz conversado, sostenida además con abundante material fotográfico y una edición cuidada como suelen ser las de Gourmet Musical, en la que no falta el indispensable índice onomástico.

Esta “declaración de amor al jazz, a sus músicos y a la amistad”, como define al libro en su prólogo el histórico trompetista Gustavo Bergalli, se presentará el martes a las 19 en la cúpula del Centro Cultural Kirchner. Estarán el autor, el editor Leandro Donozo y el periodista Eduardo Slusarczuk, además del mismo Bergalli y el pianista Santiago Giacobbe, que al final de la charla animarán el ineludible momento musical.

Arquitecto de profesión, periodista por pasión y jazzero incurable, Parisi creció con el rock hasta que una tarde, en Parque Rivadavia, encontró un disco de Chick Corea que le abrió el universo del jazz. Cuenta que para un cumpleaños su familia le regaló un grabador “de periodista”. Desde entonces comenzó a acopiar anécdotas sobre las visitas de las figuras del jazz internacional a Buenos Aires, que se desprendían de entrevistas que realizaba a jazzistas de los más variados para sus programas de radio. 

“Cuando entrevistaba a músicos de jazz, a menudo se hacía referencia a la presencia de grandes figuras dela jazz en Buenos Aires. Así se fue gestando la idea de recopilar las anécdotas que aparecían, para algún día poder hacer un libro”, explica. Desde hace más de diez años, Parisi conduce, junto a Néstor Rodríguez, La herrería, un programa dedicado al jazz cuyo nombre es un homenaje a Nano Herrera. “El punto de partida de este trabajo tiene que ver con la suerte que tuve de encontrarme con gente como Nano, que además de buena memoria tenían un gran corazón, como el Negro González. A ellos está dedicado a ellos”, cuenta.

Gillespie vestido de gaucho paseando por el centro de Buenos Aires. Armstrong declarando en una comisaría a partir de una denuncia por ruidos molestos. Ella Fitzgerald cantando como número vivo obligatorio antes de una función de cine. Charles Mingus internándose de urgencia en el Hospital Fernández. Bill Evans tocando para un puñado de personas en San Nicolás. Johnny Hodges componiendo un blues para alabar las bondades de la cerveza Río Segundo. Estos son algunos de los momentos que reacata el libro, a través de los relatos de Herrera y el Negro González, Lalo Schifrin, Hugo Pierre, Alfredo Remus, Hermenegildo Sabat, Carlos Inzillo, Egle Martin, Jorge y Oscar López Ruiz y muchos más.

En orden cronológico, el libro da cuenta de cada una de las visitas. Comienza con la feliz y prolongada estadía de Gillespie en 1956, y termina en 1979 con el mismo trompetista, que entonces vino con su quinteto para actuar en el Luna Park en un malogrado festival en el que tenían que tocar Hermeto Pascoal y Astor Piazzolla. “Uno de los primeros tipos que entrevisté, fue Alfonso Fassi, un coleccionista con muchísima información. Él me contó entre otras cosas lo de Gillespie vestido de gaucho y me proporcionó algunas fotos. Sobre ese episodio se decía también que Dizzy había llegado a caballo para grabar con Fresedo. Muchos aseguran haberlo visto, incluso haber visto fotos, pero no encontré ninguna que lo documente”, dice Parisi sobre lo que quedó en la mitología porteña, más allá del jazz.

Sobre el detalle ecuestre, Santi Pozzi ilustró la portada del libro con un dibujo en el que montado a caballo y vestido de gaucho Dizzy infla los cachetes soplando su corneta. “Nos pareció divertido que en la tapa del libro sea un dibujo de momento improbable”, cuenta Parisi y agrega: “Las grandes usinas del material fotográfico fueron el ‘Negro’ González y Tito Villalba, un fotógrafo que después trabajó en la revista Pelo, un gran amante del jazz y además baterista”.

Desde el prudente lugar de un amoroso cronista de crónicas, Parisi deja que la historia se cuente prácticamente con el relato de los entrevistados. “En general los recuerdos llegaban muy salpicados, solo traté de ordenarlos. Elegí transcribirlos tal cual me los contaban. Me interesó reflejar no solo la anécdota en sí sino también el modo que cada entrevistado la revivía al contarla, el entusiasmo o la indiferencia con la que hablaban, las malas palabras a favor y en contra, cada inflexión del lenguaje”, explica Parisi.

Gran parte de las historias del libro dan cuenta de la satisfacción de muchas de las figuras por estar en Buenos Aires, y del modo en que ellos y sus músicos se relacionaron con el ambiente local. “En general eran visitas prolongadas, de varios días, más relajadas. Había un tiempo real para conocer el entorno, y recibir la innumerable y variada serie de homenajes y muestras de interés por lo que hacían. Muchos se sorprendieron por el buen jazz que se hacía en Buenos Aires y con gran entusiasmo tocaron en jam sessions, e incluso grabaron con jazzistas de acá”, comenta Parisi.

“Las grabaciones de Gillespie con Fresedo, Jim Hall con Baby López Furst, los músicos de Ellington -Paul Gonçalves y Willie Cook- con el ‘Mono’ Villegas y la de Rodolfo Alchourrón con los músicos de Count Basie, entre varias otras, se dieron en un marco de mutua admiración”, señala Parisi. Además de los grandes escenarios, como el Teatro Gran Rex, el Ópera o el Coliseo, en el relato del libro reaparecen aquellos lugares más pequeños, ensoñadas catacumbas nocturnas donde el jazz latía con otra energía: Jazz & Pop, Bossa Nova, Jamaica, 676, entre otros, además del Rende-Vouz de Fresedo, que recibió a Gillespie. “También el departamento de Carlos Tarsia, una casa particular puesta a disposición de los músicos los miércoles y los domingos”, señala Parisi. “Sin eso, la historia del jazz en la Argentina sería otra, sin duda”.