Ya aceptada la derrota electoral de Mauricio Macri, un sector del establishment busca dejar la cancha marcada a Alberto Fernández. En ese sentido deben leerse las declaraciones del ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, sobre el reperfilamiento de la deuda antes de terminar su mandato. La propuesta fue presentada como una forma de dejar despejado el horizonte de vencimientos de deuda del próximo gobierno. También tiene el objetivo político de comprometer a la oposición en esa medida, en el marco de la campaña oficial del temor de los mercados al regreso del populismo y el pedido de señales a Alberto Fernández para tranquilizarlo. Justamente, la idea de evitar un defaut y posterior restructuración, implementando un reperfilamiento vountario de la deuda, había sido expresada por algunos referentes económicos cercanos al candidato opositor que buscaban mostrarse como “sensatos” frente al lobby de los acreedores.

Reperfilar la deuda implica un canje voluntario de bonos que vencen en el corto plazo por otros que tienen vencimientos más largos. Pero el nudo de la propuesta pasa por la que tasa se logre la reperfilación y comparar su costo con la que podría obtenerse de una cesación de pagos y posterior reestructuración. A las actuales tasas de interés de mercado, un reperfilamiento voluntario implica un incremento aproximado del 20 por ciento en dólares de la deuda por cada año que se aplaza su vencimiento. Un costo superior al que tuvo el último reperfilamiento de la deuda, más conocido como Megacanje, realizado por David Mulford y Domingo Felipe Cavallo en la agonía de la convertibilidad. Un canje que, pese al costoso incremento de la deuda que implicó, no logró evitar el default.

Hay quien imagina que los acreedores podrían aceptar tasas de reperfilamiento menores a las de mercado. Sin embargo, a cada tasa se corresponde un precio: si el gobierno quiere entregar bonos largos a un precio que no represente tales tasas, en cuanto el tenedor tenga que valuarlo a precio de mercado, presentará pérdidas en el balance. Sólo un acuerdo muy amplio que involucre a los principales acreedores podría cerrarse a tasas menores que las de mercado, pero requiere que esos acreedores confíen en que la mejora del perfil de vencimientos derive en un incremento en el valor de los bonos que compense la pérdida implícita en las tasas del canje.

Aún en ese hipotético e improbable caso, las tasas que se lograrían difícilmente tornen sustentable la deuda externa argentina. El saldo comercial argentino, que podría desaparecer en caso de una reactivación, apenas alcanza a cubrir las salidas de capital de un año sin corrida, dejando escaso margen para el pago de interés de deuda y, mucho menos, para cubrir el capital. Ante esa estrecha situación de las cuentas externas, el “reperfilamiento”sólo serviría para que los bancos que compraron los bonos a precios de default en la previa del canje, armen una ficticia bonanza financiera para revender los bonos momentáneamente valorizados a inversores desprevenidos.