Yo tenía una abuela que decía cosas raras, que cuando éramos chicos nos retaba diciendo “¡no hablen como italianos!”, algo desconcertante para sus nietos porteñitos. Tardamos mucho en darnos cuenta que el reto venía cuando “lluvia” se nos iba mucho a “shuvia”, o “calle” a “cashe”. La abuela se bancaba bien una “y” porteña, pero por razones que no entendíamos la “sh” la sacaba.

El tema era que esa abuela era argentina vieja, con una familia llegada a esta lejana colonia que ni virreinato era, hacía muchísimos años, con abuelos y bisabuelos que se habían metido en todos los problemas que tuvo este país, de las guerras con los portugueses a Roca en el poder. Ella, mi abuela, había nacido en 1899 en una ciudad donde se hablaba con el acento viejo, más suave, y había visto “la invasión”: cientos de miles de italianos que desembarcaban impunemente y se desparramaban por el país.

Para tantos de su generación y también más grandes, esta inmigración era una invasión de gente que ni hablaba el idioma, comía cosas raras como ravioles y en general no sabía leer. Gentes no muy limpias, con demasiados hijos, hacinados y buscas, como tienen que ser los pobres. Los italianos en particular eran además delincuentes, importadores de eso llamado mafia, palabra nueva que aparecía en los diarios con aclaraciones, gente que traficaba mujeres y cobraba protección.

Pero el pecado supremo, lo imperdonable, era que la abuela vivió lo suficiente como para ver que estos sicilianos, napolitanos y calabreses le cambiaron el acento a los porteños, a fuerza de números. Del cocoliche de los padres al castellano italianizado de los hijos (el “casteshano”) en una generación. Un horror.

Con lo que mi pobre abuela pasó buena parte de su vida recomendándole a propios y ajenos que no confiaran jamás en un italiano, preguntándose cómo alguien podía votar a alguien llamado Frondizi.

 

Si lo hubiera visto a Miguel Angel Pichetto hacerse el nativista, despreciando a los inmigrantes de hoy como ella despreciaba a los Pichetto de ayer, se hubiera reído mucho. Me la imagino, con sus vocales claras, de un castellano que ya nadie habla en esta ciudad de italianos.