“Hay sobreproducción de leche y comienza a haber liquidación de vaquillonas para pagar deudas. Por otro lado, la gente tiene hambre y los precios son inaccesibles”. Así resume la situación de los lácteos Juan Manuel Otero, tambero y vicepresidente de la Asociación de Productores Lecheros de Argentina. En efecto, la inflación en la categoría “leche, productos lácteos y huevos” es del 85,7 por ciento en el último año, según el Indec. Se trata del mayor aumento entre todas las categorías del Indice de Precios al Consumidor (IPC). Como consecuencia, hay una caída del 22 por ciento en el consumo de leche en el último año. La suba de los precios de los lácteos se explica en buena parte por la devaluación del peso en el período, ya que los costos de producción de los tambos estás asociados a insumos dolarizados. Sin embargo, también hay factores ligados a la falta de regulación en intermediación y comercialización.

A comienzos de 2018, el precio promedio del sachet de leche entera era de 23 pesos, según el Indec. En estos días, el sachet de leche entera La Serenísima cuesta 45,37 pesos en Walmart, 45,50 pesos en Jumbo y 45,41 pesos en el mayorista Vital. Es un aumento del 97 por ciento que sería aun mayor en las góndolas de no ser por la rebaja temporaria del IVA que aplicó el Gobierno. Antes de la corrida cambiaria del año pasado, la manteca de 200 gramos costaba 44,70 pesos en promedio, mientras que en Coto hoy en día la versión de Sancor está a 118,69 pesos, un incremento del 166 por ciento. En el caso del queso cremoso, la suba en menos de dos años es de 149 pesos el kilo a 300 pesos en la versión económica de la marca Cremac, en Carrefour. El Cremón de La Serenísima cuesta 477 pesos el kilo. En el yogur firme de 195 cc, el alza va de unos 22 pesos en promedio a comienzos de 2018 a 45 pesos de marca Ser, también beneficiado por la quita temporaria del IVA (una suba acumulada del 104 por ciento).

“En el último año, el precio en pesos que recibe el productor tambero subió un 115 por ciento. Como consecuencia de la devaluación y de cierta escasez de leche se produjo un incremento paulatino del precio que recibe el productor. De modo que la suba en el precio al consumidor final se explica casi directamente por la suba del precio al productor. De este modo, los tambos acumulan desde diciembre de 2018 una tímida recuperación de la rentabilidad, que se hace más pronunciada desde febrero a julio de este año y que equilibra las pérdidas que se dieron a lo largo de 2018”, indica Joaquín Pérez Martín, investigador de la Facultad de Agronomía de la UBA. Otero agrega que “cuando el dólar se estabilizó en los 40 pesos, llegábamos a cubrir los costos”.

Si bien parte de la inflación se dio al compás de una mejora para el productor, lo cierto es que buena parte de sus propios insumos están dolarizados, como el maíz para la alimentación, semillas y agroquímicos. En tanto, el alquiler se mueve mensualmente en base al precio del quintal de soja, lo cual implica un beneficio para los terratenientes. Los costos en dólares suben inmediatamente y en cambio los precios de la leche se van acomodando de a poco y el tambero cobra a plazo. Del otro lado de la cadena, el litro de leche en góndola se acomoda rápidamente frente al nuevo dólar. El descalce de los plazos juega en términos financieros muy a favor de la industria.

La nueva suba del dólar a la banda de los 60 pesos dio un nuevo giro al mercado de leche. La situación se complicó para los tamberos, ya que hay sobreproducción y caída del consumo y se espera que la industria no suba los precios de compra. Encima, las tasas de interés vuelven imposible la financiación. Los tambos pasaron de recibir unos 35 centavos de dólar por litro de leche (con la divisa a 40 pesos) a unos 26 centavos con el nuevo precio. Son 16 pesos por litro, mientras que en las góndolas la leche se vende a 55 pesos (menos la carga del IVA equivale a unos 45 pesos). “Los 26 centavos no alcanzan ni para cubrir los costos de producción. Al productor le puede costar muchos meses recuperar la perspectiva de precio. Ahora se trabaja sin inversiones e incluso con venta de vaquillonas para seguir aguantando”, explica Marisa Boschetti, responsable de la Mesa Nacional de Lechería de la Federación Agraria Argentina.

El sector de la comercialización también juega un papel en la distorsión de precios de los lácteos. “No se entiende por qué hay tanta diferencia entre los precios de salida de fábrica y los valores de las góndolas. Un queso sardo sale 300 pesos el kilo en la puerta de la fábrica y después se ve a 500, 600 pesos o más en los comercios. Hay una gran distorsión a partir de un montón de intermediarios. También está la fuerte carga tributaria”, dice Boschetti. La devaluación favorece a las exportaciones, aunque tradicionalmente el sector dedica el 20 por ciento de la producción al mercado externo y el 80 por ciento va al mercado interno.

Joaquín Pérez Martín pone el acento en el rol de los supermercados. “Como tienen gran poder de negociación tanto frente a industriales lácteos como a los consumidores, los supermercados inciden en la distorsión en precios en compra y venta. Los plazos de pago tienen un papel importante. De acuerdo a una estimación propia, el plazo promedio de cobro de parte de los supermercados es de 6 a 8 días, mientras que el plazo de pago es de 45 a 60 días. Hay una burbuja de precios”, indica el investigador. “Por otro lado, hay productos que se ofrecen a un precio artificialmente caro, como por ejemplo los quesos, que no son un sector atractivo para los supermercados porque se necesita inversión y personal especializado. Se calcula que los precios de los quesos están inflados un 50 por ciento al menos”, agrega.