• Para las autoridades migratorias iraníes, un autor sin la debida inspiración en las leyes sagradas puede incurrir en la blasfemia, y su obra periodística o ensayística no será otra cosa que una ficción rivalizando con el mismísimo Corán. El autor sin fe es un punguista del creador; el autor libre, como el homosexual, es un error de la naturaleza. Y el homosexual que se ha escabullido del deber de sentirse avergonzado es un peligro que se propaga como fake news. Será por eso que el inquisidor que se me sentó enfrente, en la mesa de los migrantes, con los ojos clavados en el brillo de los marcos maracas de mis anteojos y en el vaivén de los pechos carbohidratados apoyados sobre el vidrio, insistió en el término autor, como una acusación. Y en perfecto castellano pronunció el nombre de la obra macabra que había descubierto rastreándome en la web: Fiestas, baños y exilios

    Cómo se me pudo haber ocurrido, coliflor viajero, traer como escrito en el pasaporte ese título, justo en el día en que se conmemoraba el martirio del nieto de Mahoma, cuando todo es un río de luto y por la televisión solo se transmiten las ceremonias de los golpes en el pecho, hombres jóvenes y bellos vestidos de negro, cuya manera de exhibir la fe nos aterra a los agnósticos crecidos en sociedades largamente secularizadas. La palabra gay salió de su boca como una excrecencia. ¿Era yo gay? ¿ Era mi amigo chileno, compañero de viaje, un gay? Y si, como en esa respuesta famosa de Juan Gabriel a la misma inquietud, yo hubiera dicho que lo que se ve no se pregunta, ninguna sonrisa podría ya aquietar la tormenta de arena provocada por la aparición de lo monstruoso en el aeropuerto Ayatolá Khomeini.

    CON SODOMA EN LA VALIJA

    No es que yo tuviera el tupé de sentirme un Salman Rushdie born in San Telmo, ni que esperara contra mí una fatwa como la de 1989, ordenando mi asesinato: esos eran tiempos todavía revolucionarios, con el Ayatolá vivo, y sin que se hubiera desatado la perenne lucha por la hegemonía entre conservadores y reformistas dentro del régimen teocrático. Además, si había un delito, todavía no se habría cometido. Los putos nos aprovechamos de los potenciales, sumergidos en los estanques o en las aplicaciones de redes sociales, tejiendo las propias para saciar lo insaciable; llevamos nuestra Sodoma ahí donde viajemos.
    Cuando llegó la orden de negarnos la visa, y nos llevaron a un salón que, admitamos, era demasiado cómodo comparado con los morideros de los deportados en los aeropuertos del mundo, traté, como me enseñaba Chavela Vargas, de encontrar dicha en la desdicha, aunque me habían alejado para siempre de Persépolis, del Gran Bazar de Teherán, de los jardines de Isfahan a los que me había prometido llevar N., cuya identidad está enclosetada como una tanga clandestina. Pobre chico que vive en la soledad de sus ensoñaciones, aferrado a las redes sociales, para convencerse de que la vida del gay conyugalista de Occidente es una epifanía, la experiencia de la plenitud. Si se ha cedido en intensidad, se ha ganado en publicidad.
    TRES VECES PERDON
  • La moneda de Caronte en manos de Turkish Airlines: los
    funcionarios iraníes que trabajan para la aerolínea turca son los encargados de conducirnos al destierro. El comportamiento es lo que se espera de la célebre hospitalidad del pueblo persa. Piden tres veces perdón por someternos a la humillación de ser expulsados, "porque Irán no es el aeropuerto ni ese imbécil de migraciones". Le respondo que no lo es, pero a la vez lo es, porque Irán también es su Estado. No parecen convencidos de que el Estado forme parte de ellos. Ese sentimiento del Estado enemigo tiene sus equivalencias acá en la Argentina, donde crecemos enfrentados a él como a un padre obsceno, tratando de cortar todo vínculo. De hecho, la sala de nosotras las expulsadas fue visitada por un sucedáneo del argentino piola, un estafador iraní que nos ofreció -pasaportes en mano- tramitarnos nuevamente por izquierda las visas. Ni locas. El tipo tenía la belleza del diablo, que es la versión chongo de la sirena. Pero una ya es madura y, a pesar de la angustia, mide consecuencias. No vamos a guiñar el ojo al fusilero porque crea él saber de antemano que una juega siempre sobre el filo del fusil. A otra con ese hueso, aunque se me enciendan las tetillas.
    "Irán es un pueblo hospitalario" . Lo sé. Por eso, ahora que debo lidiar en las redes con musulmanes que me acusan de colaborar con el mito islamófobo, no me canso de repetir que no caeré en el teje de las guerras culturales contra el Islam. Sonaré solemne pero no me asusta su intensa adhesión a la religiosidad, cuya manera de expresarla nos deja tan pasmados, porque atravesamos desde hace ya décadas un proceso final de secularización de la sociedad. Secularización, digo, si es que decidimos pasar por alto que el triunfo del neoliberalismo es también el de una religión sin expiación. Y ni hablar de los cristianismos fundamentalistas y la barbarie cometidas por él en el África subsahariana.
  • FOUCAULT TAMBIEN FALLA

    La excitación de Michel Foucault por la experiencia revolucionaria iraní lo acercó a Khomeini por un tiempo porque estaba harto de las pequeñas pedagogías progresistas, y el clero triunfante restablecería, para él, la "dimensión espiritual de la política". Una equivocación que me recuerda al filósofo perdido en el Alto Reino del pensamiento, al que la realidad le parece demasiado escueta y, como Heidegger, se sumerge de cabeza en el lago del autócrata que intensifica el mundo.

    Ojalá el Foucault espiritual hubiera podido tomar contacto con el imán gay de París , Ludovic-Mohamed Zahed, antes que con el clero iraní. Zahed, formado en las corrientes más conservadoras, ha entendido que no hay nada en la creación que no sea parte del plan de Dios. Esta misma postura frente a la religión es la de muchos gays, lesbianas y trans musulmanes. Religión y familia es un territorio enemigo que buscan modificar porque, como en el escritor marroquí Abdelá Taia, la expulsión genera un sentimiento de pérdida del que jamás pueden sustraerse.
    Ya en Estambul, después de dos días de la expulsión, me recorre también una delirante melancolía por aquellos días en Irán que me fueron robados. Me robaron un goce. Las calles cercanas a la Universidad de Teherán donde, montados en cierta apertura de la vigilancia de la policía de la Moral, las locas se reúnen a conversar y frotarse los cuerpos, más inquietas por las reacciones de odio del mataputos vecinal que de la propia policía. Teherán es inmensa y compleja. Se equivoca quien crea ver ahí un campo de exterminio de gays. Otra cosa son los pueblos tradicionalistas. Quizá incluso Isfahan, la ciudad de los jardines donde me fue robado N.      
  • Yo estaba dispuesto a llevar su rostro clandestino hacia mi torso para hacerlo mi doble. Porque, después de todo, yo soy ahora, de alguna manera, un pensamiento suyo, y él, parte de los míos. Sentido de lo común. Como con los africanos deportados en el aeropuerto, como yo esta vez, por primera vez, sin voz, sin rostro, sin nadie a quien pudiera reclamar. Apenas un teléfono para llamar afuera de esa dimensión paralela, al universo de los eficaces cónsules; en este caso los cónsules de Sodoma.                                                                          
  • EL CONTACTO EN IRAN
    N. vive como un personaje de Superman atrapado en la virtualidad. Y cuando me envía por wassap la imagen del último Shah de Persia, Reza Pahlevi, y su esposa, la regia Farah Diba, en un montaje que los muestra dentro de copas de champagne, quisiera haberle dicho: mi niño, no olvides que la homofobia de Estado impuesta por Khomeini se encarnó porque el viejo supo captar antes que nadie que el pueblo no comía con las leyes de vanguardia del Shah ni con la tolerancia hacia los homosexuales. El pueblo se quedaba mirando con la ñata contra el vidrio cómo pasaban las bandejas de la opulencia en los festejos más suntuarios que se recuerdan de dinastías reinantes. Y las locas de la Corte se hacían las egipcias ante las primas desposeídas, las miraban de costado sacando pecho y contando las negras monedas del petróleo. En fin, que si fue siempre un lugar común en la trinchera revolucionaria asociar homosexualidad con heladera repleta, la prédica del nuevo régimen lo repetiría hasta el hartazgo. Aunque no vayan a creerse que Marx guió al clero, porque desigualdad social sigue vigente. Para las barrocas maricas pobres, la psiquiatría de Estado ha hallado una especie de solución final: como resguardo del honor de la familia y por el bien común del binarismo, se pagará buena parte de la operación de reasignación de sexo, aún cuando la supuesta interesada jamás la hubiese deseado. Será, por tanto, la vía regia de acceso a una circulación urbana sin que la policía las joda o encarcele. Ante el acoso de los uniformes, valdrá el salvoconducto de un médico. Hasta el infierno, se sabe, tiene una alfombra donde están bordadas las peores buenas intenciones.