Desde hace ya cuatro años, distintas organizaciones de Derechos Humanos vienen trabajando detrás de un proyecto a largo plazo: la candidatura del Museo Sitio de Memoria a la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. La posibilidad de pasar a ser “Patrimonio del Nunca Más” le daría visibilidad mundial, y también garantía de permanencia y cuidado, más allá de las gestiones de gobierno, contextos y circunstancias, a este sitio de memoria levantado en lo que fuera el mayor centro clandestino de detención, tortura y muerte de la Argentina, también maternidad clandestina. El trabajo técnico es arduo y continuo, e implica diferentes instancias de intercambio y capacitación. Una de ellas es la que se dio con la visita de Pascall Taruvinga, responsable de Patrimonio del Museo Robben Island de Sudáfrica, en la isla que hoy es símbolo de la brutalidad del Apartheid, por la que pasaron más de 3500 prisioneros políticos, entre ellos el más célebre, Nelson Mandela. Quien llegó a ser Premio Nobel de la Paz y presidente de Sudáfrica, una vez ganada la independencia, estuvo en esta cárcel de máxima seguridad 18 de los 27 años que pasó en cautiverio.

Robben Island tiene una superficie pequeña (unas 500 hectáreas) y está situada a sólo 7 kilómetros de la costa; hasta allí se llega por ferry desde Cabo Verde. Su conformación es bien particular porque además de integrar la preciada lista de Patrimonio Mundial de la Unesco, es un centro turístico mundial con su gran variedad de flora y fauna autóctonas, y está también estructurado en función de esto. Las diferencias con un sitio de memoria como el de la ex Esma son muchas (entre otras, que se cobra para el ingreso una entrada equivalente a unos 25 dólares, y recién ahora están pensando la manera de volverlo accesible a la población local), pero hay también profundos puntos en común. El valor que ambos espacios tienen como símbolos de lo más atroz de la condición humana; y al mismo tiempo de su potencia, de su capacidad inquebrantable de resistencia y de esperanza, es el que aparece como lazo de encuentro, más allá de las particularidades.

Taruvinga participó de una jornada junto a la embajadora de su país, Phumele Gwala, Daniel Tarnopolsky, integrante del directorio del Ente Público que administra el Sitio de Memoria Esma, y Alejandra Naftal, directora del Museo de este sitio. Al finalizar su conferencia magistral, en el Centro Cultural Conti (ubicado también en este predio), dialogó con este diario. “Este sitio es muy potente. Es verdaderamente un sitio de conciencia, asociado con conflictos muy recientes. Me moviliza mucho tomar conciencia de la magnitud de lo que ocurrió aquí, la cantidad de gente detenida, desaparecida, asesinada. Y el dato de los vuelos de la muerte, es verdaderamente aterrador. Increíble, realmente”, compartió con Página/12. “Cuando entrás a este sitio, empezás a sentir el dolor. Y al mismo tiempo, la esperanza. Hay algo de los desaparecidos, de las abuelas y abuelos buscando todavía a sus nietos, que se hace presente aquí de unmodo que no puedo explicar. La historia es muy fuerte, y la experiencia de estar aquí, lo es también”.

-¿Qué similitudes encuentra con el Museo Robben Island?

-Ambos sitios nos recuerdan que nuestros países tuvieron presos políticos y detenidos ilegales, y que en estos lugares fueron torturados. En el caso de la Esma, también desaparecidos, exterminados. Sudáfrica también tuvo personas desaparecidas por el Apartheid. La tortura fue un método sistemático y consistente en ambos sitios. Y lo que también tienen en común ambos lugares, es que muestran no solo la opresión: también la resistencia de ambos pueblos, cómo se organizaron y lucharon contra las dictaduras. En Sudáfrica, esa dictadura tomó la forma de Apartheid, la segregación racial ejercida por el gobierno, el modo en que las mayorías –no sólo, pero especialmente las negras- fueron dejadas a un lado en todas las decisiones. En Argentina y Sudamérica, asumió el modo de dictaduras militares. En ambos casos, las violaciones de los derechos humanos se centraron en quitar la dignidad de la gente, vulnerar sus más básicas libertades, romper sus voluntades. Y en ambos casos, aunque fueron terribles, no lo lograron.

-¿Por eso se presentan como “Un Museo de Esperanza”?

-Sí, esa es otra de las similitudes, cuando veo la Esma, y otros sitios de memoria. Nos muestran el modo en que los pueblos se resisten, y nos dan la seguridad de que nunca más volveremos a vivir esas historias nefastas, de Apartheid, de dictaduras. Estos sitios de memoria son nuestro resguardo, el resguardo de los pueblos. En el caso de Sudáfrica, el gran símbolo de la reconciliación. 

-Esa es una palabra que no aplica al caso argentino...

-Claro, no corresponde por la historia y el presente de este país, aún en proceso de búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia más allá de todo lo avanzado, con pactos de silencio y con nietos y nietas que se buscan. Cada sitio es distinto, cada contexto social es distinto. Pero todos son una oportunidad de aprenizaje.

-¿Qué se lleva de aquí, como aprendizaje?

-Cómo las víctimas, desde el principio, tomaron decisiones importantes en la concepción y el desarrollo de este sitio de memoria, en la forma de pensarlo y de plantearlo. Tuve un encuentro con ellos, me sorprendió la forma abierta, clara en que planteaban sus posturas. Eso es muy importante, porque sin ese diálogo, no podemos avanzar como sociedad. También aprendí cómo las diferentes organizaciones sociales de derechos humanos, en este presente, luchan por los mismos objetivos, más allá de las diferencias que tengan o puedan haber tenido a su interior. Es interesante porque en Sudáfrica recién estamos empezando a ponernos de acuerdo para avanzar en algunos programas, llevamos un proceso más lento. Por eso tenemos que hacer hincapié en un slogan que parte de las víctimas: “No podés ayudarme a mí, sin mí”. El diálogo, la participación y la organización de las víctimas, es algo que tenemos que trabajar todavía.

-A diferencia de la Argentina, ustedes tienen a una víctima en particular como símbolo mundial muy poderoso, Nelson Mandela. ¿Cómo trabajan la Memoria colectiva?

-Ese es nuestro sueño, justamente: que la Memoria sea colectiva. Porque en Robben Island tuvimos más de 3500 prisioneros políticos. Y en cada uno de ellos, hay una historia para ser contada. Y nosotros tenemos que contar esa historia, para eso está Robben Island. Si vamos a contar esa historia completa, tenemos que incluirlos en nuestra narrativa. No estoy diciendo que el legado de Nelson Mandela no sea importante, al contrario. Pero el desafío es contextualizar ese legado, junto al de tantos. Amplificar el modo en que contamos la historia, volverlo más inclusivo, sumar más voces. En eso, el proceso argentino es ejemplo a seguir.