Viajar puede ser una forma de volver a casa. A ese hogar desde donde escaparon abuelos y padres para sobrevivir y encontrar un futuro en otra parte. El camino inverso al que hicieron los antepasados, sin tener la menor idea de adónde llegaban. Relatos de miseria y desgarros. “La historia continua. Tarde o temprano, los hilos se vuelven a juntar. No hay roturas definitivas”, dice Alejandra Laurencich en Alejandra, un documental de Klemen Brvar y Vid Hanšjek sobre la autora de Vete de mí, que Brvar, un bibliotecario de Maribor (Eslovenia), leyó traducida al esloveno como Pusti me pre miru (Déjame en paz) y le produjo tal impacto que contactó a Laurencich para viajar a la Argentina y filmar una película en los mismos lugares donde trascurre la novela y llevar a la escritora a Eslovenia, donde nacieron su padre y abuelos. El film se estrenará este lunes a las 18 en la sala Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), con entrada libre y gratuita. Después de la proyección, se presentará Diario de Eslovenia (Indie Libros) sobre la gira que la escritora, el director y los productores realizaron por distintas ciudades de Eslovenia e Italia durante 2018.

Las fechas también son como hilos que se unen para vibrar en la cuerda íntima de un aniversario: los 84 años de la llegada de la abuela de Laurencich, Otilia, junto a sus hijos Maximiliano y Darinka, el padre y la tía de la escritora, que desembarcaron en el puerto de Buenos Aires el 15 de septiembre de 1935. El abuelo paterno vivía en esta tierra desde 1929. La nieta y la hija regresó por primera vez a fines de agosto de 2009, año en que se publicó la traducción al esloveno de Vete de mí, para participar en el Festival Internacional de Literatura de Vilenica, dos días después de la muerte de su padre Maximiliano. La segunda vuelta fue en 2016 para filmar la película y la tercera en 2018 para acompañar los estrenos del documental en Maribor, Liubliana y Trieste, entre otras ciudades. “Veo que en Doberdob estaremos en Vía Roma, y se me anuda el corazón: ¿Vía Roma? La calle en la que mi tía fue obligada —como todos los chicos de la escuela— a esperar el paso de Mussolini, el que había prohibido el idioma esloveno en los colegios, el invasor. Vía Roma, quizá la calle que recorrieron papá y ella de la mano de la nona, cuando salieron hacia Trieste para nunca más volver -escribe Laurencich en un fragmento del Diario de Eslovenia -. Me digo qué hambruna debieron pasar los míos para abandonar estos paisajes e ir a meterse a un cuarto de pensión en el barrio de Flores de la ciudad de Buenos Aires. Con razón la tía, una nena de siete años entonces, en 1935, cuando le preguntaban si le gustaba más Italia o Argentina decía ‘allá es más lindo, pero acá se come todos los días’”.

Hay momentos de mucha emotividad en el documental. Como cuando Laurencich cuenta que su tía compartía un huevo o un chorizo entre tres; que al principio esa nena que tenía entonces siete años, acá en la escuela, solo hablaba italiano. “Cuento esto y se me hace un nudo de lágrimas. No sé por qué me conmueven estas historias. Quizá porque papá nunca las contó, por todo lo que calló en la vida”, confiesa la escritora que nació en Buenos Aires en 1963. En una de las presentaciones en Eslovenia, le preguntaron por el impacto que tuvo la dictadura en su vida y la escritora recuerda que la abuela le decía: “Ustedes no saben lo que es la guerra. Cualquier cosa pueden buscar, pero no la guerra. Yo pienso que voy a ser vieja y le voy a decir a mis nietos: ‘chicos, no saben lo que es la dictadura. Cualquier cosa pueden buscar, pero no la dictadura’”. Ariel Cubría, un músico cubano, interpreta una hermosa canción en el documental, a pedido de la autora: Txoria Tori de Mikel Laboa. “Nadie me dijo nunca que el dolor se parecía tanto al miedo”, menciona Laurencich el epígrafe de C.S.Lewis con el que abre la segunda parte de su novela Las olas del mundo, que presentó en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, la ex Esma. “El miedo fue lo que nos dejaron. Esta novela, si se quiere, es un poco el registro del miedo”, plantea la escritora, que fue adolescente en los primeros años de la dictadura. “A los que vivimos la adolescencia en esa época nos marcó de por vida. Yo me reconozco una hija del miedo y creo que no se me va a ir. No hay posibilidad de encontrar algo que nos asegure que estamos a salvo”, agrega Laurencich sobre la herencia de la dictadura cívico militar en esa generación.

Los “nudos de lágrimas” o los “nudos en la garganta” se despliegan y desarticulan a lo largo de la película, como si se propusiera deconstruir lo indecible; ponerle palabras a ese torbellino de sensaciones en las dos orillas familiares para cauterizar viejas heridas. El agua lleva y trae la memoria de esos relatos, mezcla los cursos y los desvía, del Río de La Plata al río Drava, del océano Atlántico al mar Adriático. Del jardín de la abuela al jardín de la escritora. El pequeño hallazgo quizá sea que no solo los que partieron perdieron los lazos, sino que los que se quedaron han padecido el vacío que dejaron esas ausencias en la narrativa de sus pueblos y pequeñas ciudades. Las historias de los inmigrantes suelen ser duras porque muchos jamás pudieron regresar. Como los abuelos y el padre de la escritora. Laurencich vivió ese retorno al lugar de donde se tuvo que ir su familia paterna como parte de “la justicia de la vida”. “Gracias a esa ida a la Argentina, a esa vida al otro lado del océano, puedo estar yo acá. O sea que soy resultado de la ida, pero también de la raíz de acá –advierte la escritora en una de las presentaciones que realizó en Eslovenia-. Es raro, no sé si voy o vengo; lo lindo es poder ir y venir libremente y no tener que irse, ¿no?”