Divertimentos y pasiones se llama el programa que la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires presentará este jueves a las 20 en la Usina del Arte (Caffarena 1). Bajo la dirección de Noam Zur, la orquesta del Teatro Colón ofrecerá una atractiva combinación de obras, que entre el Divertimento para cuerdas de Bela Bartok, Una noche en el Monte Calvo de Modest Mussorgsky y la Jazz Suite nº1 de Dimitri Shostakovich, tendrá además el Doble concierto para violín, bandoneón y orquesta, de Daniel Ruggiero. “Soy el único ‘tano’ de la noche”, bromea el compositor y bandoneonista, una de las figuras más interesantes de las nuevas generaciones de la música de Buenos Aires. Estrenado en la misma sala del barrio de la Boca en 2013, el “Doble concierto” contará con la participación del mismo Ruggiero en bandoneón y el violinista Matías Grande como solistas.

Pensada en función de la continuidad del interminable diálogo del tango con la tradición de la música escrita, la obra de Ruggiero tensa similitudes y diferencias entre lo que considera dos espacios bien particularizados. “La idea inicial fue claramente la fusión de lenguajes dentro del formato del concierto clásico. Para eso traté de imaginarme en qué lugar, físico y sonoro, bandoneón y violín se encontraban, y en qué lugar se distinguían”, dice Ruggiero. “Creo que la obra se liga muy bien al resto del programa, articulado con compositores que estudié mucho, en particular Shostakovich. Estudiando composición con Manolo Juárez, encontré que Astor Piazzolla también era fanático de Bartok y en su música hay numerosos procedimientos compositivos y desarrollo de ideas que vienen de ahí”, observa.

-¿Y qué quedó del tango en tu “Doble concierto”?

-El tango quedó como base de todo. Aun en las líneas más extrañas, mi toque no es el de un músico académico. Es imposible que yo no toque algo pensando en el tango. Aunque no me escriba melodías tangueras, siempre termino fraseándolas como si estuviera tocando a Troilo. De todas maneras, cuando compuse esta obra no pensé en una orquesta con músicos de tango. No podía pedirles “un arrastre a lo Pugliese”, pero me preocupé de explicar todos los gestos tangueros de una forma bastante más académica, para lograr que con la lectura se resuelva. En ese sentido, la escritura fue un desafío. Poder hacerlo ahora con la Filarmónica de Buenos Aires y con un director como Noam Zur está buenísimo.

-¿Poder hacerlo en Buenos Aires es un reconocimiento?

-Claro. Nosotros tocamos tango y al final actuamos más afuera que en nuestra propia ciudad. Por eso esta invitación me pone muy contento, porque quiere decir que hay un reconocimiento, aunque suene medio pretencioso decirlo así. Pero sobre todo hay una apertura, un riesgo al programar este tipo de obras, que se agradece.

Daniel es hijo de Osvaldo Ruggiero, el bandoneonista emblemático de la orquesta de Osvaldo Pugliese en su época de oro. Sin embargo, sus comienzos con la música fueron con la guitarra. “Cuando murió mi viejo yo tenía catorce años y estudiaba guitarra en el entonces Conservatorio Nacional López Buchardo. Estaba bastante avanzado, tocaba cosas complejas. Y un día vino a casa mi padrino, fanático del tango y de mi padre, me escuchó tocar la guitarra y me dijo: ‘¿Y no te interesa tocar el bandoneón?’. Resulta que el tipo tocaba el acordeón y estudiaba composición con Pascual ‘Cholo’ Mamone. Las clases eran de lo más informales: lo invitaba a su casa, le preparaba una picada, después el ‘Cholo’ le daba la clase. Y así fue que me invitó a su casa, a las picadas con el ‘Cholo’. Él se hacia su clase de composición y después quedaba yo para la de bandoneón. Así fueron mis primeros dos años, hasta que después fui a la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Nunca la terminé porque me tocó el 2001, tuve que empezar a trabajar. Después seguí estudiando con profesores particulares”, relata Ruggiero su historia.

También Adrián, hermano de Daniel, es bandoneonista. La tradición familiar de Osvaldo se prolonga en los hijos. Tocar el bandoneón y llamarse Ruggiero representa tanto un compromiso, como un orgullo que el entrevistado destaca. “Los solos de mi viejo están en mi música, sin duda. No necesité estudiarlos, los escuché tanto que los puedo silbar”, se ríe. “Con el Quasimodo Trío grabamos un arreglo de 'NN' y otro de 'Locura tanguera', que creo no tenía otra versión más que la original con la orquesta de Pugliese”, cuenta. El último disco de Daniel es un trabajo para bandoneón solo, al que llamó Bandoneón es cultura, editado en 2016. Un nombre que suena a reivindicación. “Es un homenaje al bandoneón y también a los discos, que alguna vez venían con la inscripción ‘Disco es Cultura’. Manolo (Juárez) siempre me decía que tenía que grabar solos de bandoneón y así fue que hice un disco con clásicos revisitados”, cuenta y concluye: “Es mi forma de honrar a nuestro instrumento. Y a esta familia en la que el bandoneón siempre está”.