Ironman es duro. Es duro como Coloso. Ironnman tira rayos con las manos y con los pies y los pies y las manos son de chapa. ¿O de acero? Y vuela. Eso no lo hace Coloso. Tiene una armadura roja que le tapa la carne. Ironman.

Cuando lleguen las doce y los camellos se coman el pasto y el agua me van a dar el traje de Ironman. Porque lo pedí. Mentalmente, todas las noches hablo con Jesusito y los reyes magos y les digo que quiero el traje de Ironman. Los llamo, a la noche, cuando mamá y papá apagan las luces y hacen "Chtt" y papá dice "hay que dormir porque mañana será otro día". Pero no es cierto. Hay solo un día que es siempre el mismo, que va cambiando y se va poniendo negro, rojo, naranja, amarillo, después azul, después naranja y rojo, y después negro de nuevo.

A la noche estoy callado pero por dentro hablo con Jesusito y los reyes magos, y a veces, cuando cierro con los ojos, hablo con mi abuela, con la cabeza de mi abuela que se asoma en lo negro sola y me habla ¿Por qué hace eso la abuela? ¿Por qué gira y gira y gira la cabeza? Los reyes andan con camellos y regalos y yo les digo "quiero el traje de Ironman, quiero el traje de Ironman, quiero el traje de Ironman". Lo digo muchas veces y ellos me escuchan. Papá y mamá tampoco duermen cuando están callados. A veces apagan la luz y papá le pega a mamá y la cama hace ruido. Le clava los colmillos. Como las ratas. Papá tiene colmillos largos como las ratas.

Ahora mamá me levanta y me pone el pantalón y el buzo gris. El gris me gusta porque es como de lata, como de hierro. Con la ropa gris soy como Coloso. "Los reyes están viniendo", me dice mamá. "¿A dónde están?" pregunto. "Acá nomás, acá a la vuelta", dice mamá. Pero yo nunca los veo. Comen el pastito y toman el agüita pero yo nunca los veo. Mamá dice que vuelan. Con camellos voladores. "¿Son cómo Ironman?", pregunto. "¿Tienen armadura?". "No -dice ella- no chiquito, no".

Mamá me lleva de la mano por la cocina y me deja después en el garaje, donde papá está haciendo el asado. Papá no tiene ojos y tiene la lengua muy larga. Como la de un lagarto. O como la de una víbora. ¿A dónde están los ojos de papá? ¿Por qué no comemos el asado con los reyes magos? Pero no digo. No digo a papá. Él no me mira. Hace que mira pero no mira nada. El humo se levanta con el viento y papá desaparece atrás del humo y vuelve a aparecer cuando el humo se va. Yo lo miro. Desaparece pero al final aparece de nuevo. Se da vuelta, sonríe, pero tiene pozos en los ojos. Estoy temblando. Tiemblo, tiemblo. "Aaaahhhhhhhh".

Mamá viene a buscarme. Agarramos una silla y me sienta en la vereda. Hace calor. El cielo no tiene nubes ni luna. Busco una nube pero no encuentro. Cincuenta y miles de estrellas, muy cerquita, muy abajo. Escucho a papá que dice: "Estoy cansado de este pibe. Hacé algo por favor". Yo miro el cielo y me concentro en una sola estrella. La miro fijo. Parece que se acerca. Se acerca. Late como un corazón, como la carne de un corazón, se hincha y parece que va a explotar. Pero no explota. Se queda ahí quieta, sin hacer nada.

"¿Por qué no lo llevás a lo de tu mamá?", dice papá. "Dejálo, pobrecito -dice mamá- te tiene miedo porque vos no sabés cómo tratarlo".

Después, silencio. El ruido de los grillos, de los sapos, de los mosquitos y de las ratas chillando. La luz blanca de la calle que titila y se apaga y quiere prenderse otra vez. La calle de tierra se queda oscura cuando se apaga, con los ruidos de los bichos y las ratas y las estrellas, pero después se vuelve a encender.

Debajo de la luz hay dos puntitos negros. Son chiquitos y se van haciendo grandes. No tienen camellos y no traen armaduras. La luz se apaga y ahora son más negros. Son monstruos más negros que la noche y caminan hacia mí. Tengo miedo, tengo miedo. "Te voy a cagar a palos si gritás", dice papá. Cuando la luz se prende otra vez son el hombre que trabaja con papá y el que vive al lado. "Hola, hola", dicen uno detrás de otro. El que vive al lado se ríe con la boca sin dientes. La boca es un agujero dónde pueden entrar las ratas. No tienen ojos y caminan sin caerse.

"¿Qué les trae por acá?", dice mamá y los hombres dicen "pasábamos a saludar señora", y papá grita de atrás "pase, pasen muchachos, quédense a comer el asado". Los hombres caminan adentro de la casa y mamá se queda conmigo. Me aprieta fuerte. La escucho resoplar como un caballo.

En la mesa mamá va sirviendo el asado y los hombres comen. Mastican duro como los perros. Mientras mastican toman vino, que moja el asado adentro de la boca, y lo tragan todo junto. Yo pregunto si los reyes ya vinieron. "¡No grités!", dice papá. "¿Hasta cuándo este pibe va a creer en la pavada de los reyes magos?", dice después. "¿Traen la armadura en una bolsa?", digo yo. El que vive al lado mastica con la boca negra que se abre y se cierra. "Baltasar, Melchor... ¿y el otro cómo era?" dice. "Gaspar", digo yo. El que trabaja con papá mueve la cabeza y dice "qué chico educado" y toma un vaso de vino. Papá también toma vino y se sirve más. Tiene una botella que se llama damajuana y está abajo, al lado. Siempre está al lado, la damajuana, y abajo. Nunca se va de dónde está papá. "Es un vivo este acá. Se hace el tonto pero en realidad es un vivo", dice papá agarrándome del hombro. Mamá dice "Basta, dejalo", y se acurruca como si tuviera frío. Miro la cara de mamá. Tiene los ojos chiquitos, casi cerrados, y se va juntando agua ahí adentro, que le cae después por las rayitas de las arrugas. Se acomoda el pelo con las manos sucias de asado y el agua se cae por ese caminito que tiene en la cara, debajo de los ojos y en los cachetes y alrededor de la boca. Puedo mirar la cara de mamá sin cansarme. Podría estar todo el día mirando la cara.

Mamá se levanta y pregunta si ya terminaron y si alguien toma café. "Los hombres toman vino", dice papá. Brindan, chocan los vasos, y el que trabaja con papá prende un cigarrillo. Los otros también prenden cigarrillos. El humo azul se levanta sobre mi cara y da vueltas y vueltas y sube hacia el fluorescente. Los hombres hablan y les sale humo azul de la boca y de los ojos. Hombres sin ojos hechos de humo. "¿Por qué siempre sonríe?", pregunta el que vive al lado. "No sé. Siempre tiene esa cara", dice papá. Me dan un vaso de vino y lo tomo y lo escupo. Se ríen. Yo estoy callado. Estoy callado pero digo por dentro que los reyes están acá a la vuelta ¿Llevan la armadura en una bolsa? ¿Dónde es a la vuelta? Me levanto y camino hasta dónde está mamá, al patio grande, en lo oscuro dónde cuelga la ropa. Ella está ahí, parada con la ropa que cuelga, y yo le digo dónde queda a la vuelta mamá. Mamá no se mueve, está llena de ropa, y dice con la voz que titila: "No sé chiquito. Perdón, no estoy bien", y se va más allá, más a lo negro dónde no la puedo ver. "¡Mamá, mamá, mamá!" grito pero no viene la voz. Se apagó. No vuelve más. Sólo están los grillos y las estrellas prendidas arriba del cielo y las ratas que corren por la tierra mojada y chillan. Las ratas que chillan cada vez más fuerte. Las ratas que no tienen corazón ni ojos y tienen colmillos largos y están muertas. Me van a morder las manos, los pies, me van a hacer agujeros en la cara con los colmillos largos. Tiemblo. "Aaaaaahhhhhh", y salgo corriendo y mientras grito cruzo la puerta del patio y paso por el garaje, dónde están sentados los hombres de humo tomando vino abajo del fluorescente y ellos desaparecen y ahora estoy en lo oscuro, corriendo con los pies descalzos por la calle de tierra. Y yo pregunto ¿A dónde es a la vuelta? ¿Dónde está la armadura de Ironman?