En cierto punto geográfico nipón, una postal surrealista se repite cada día. “Bien temprano, cada mañana, es habitual toparse con ciervos paseando por las calles de Nara, una ciudad moderna. Aunque peculiar, su presencia no sorprende ni perturba, y puede explicarse por la antiquísima historia de la propia urbe, que fuera la primera capital imperial de Japón y alberga el famoso y sacro santuario Kasuga, de la religión sintoísta. Y es que, durante siglos, los ciervos desempeñaron el rol de mensajeros divinos de los dioses. Y así, hasta el día de hoy, pueden deambular libremente, considerados tesoros locales, tan sagrados que merecen protección”. Palabras de Yoko Ishii, artista en sus 50s con base en la región de Kantō, que lleva ya varios años capturando a estos animales en su hábitat “natural”: estacionamientos y esquinas, parques y patios, paradas de autobuses.

Decidió la mujer convertirse en fotógrafa de “vida silvestre urbana” tras encontrarse con dos ciervos en las puertas de un centro comercial: la miraron con tan poco interés, acostumbrados a la presencia de las personas, que “la escena se me hizo extraña, tanto así que me inspiró a imaginar un mundo dominado por ciervos tras la desaparición de la especie humana”. Los captura en paisajes generalmente despoblados, en un vagar onírico, discordante, que presupone que los únicos sonidos de mañana en un día cualquiera, laborable, es el ligero traqueteo de sus cascos contra el pavimento… Y no necesita de artilugios de edición para el resultado final: “Todas mis fotos son hechas en directo, con luz natural, sin puesta en escena”.

“Los ciervos se comportan de la misma manera en el bosque que en la ciudad. Comen hierba en el parque, comen hierba en la carretera. He visto, por caso, a una hembra amamantando a sus crías en medio de un cruce peatonal”, cuenta Yoko. Que no solo busca, vía imágenes, registrar la presencia del animalito en cuestión. En Nara: Beyond the Border, como tituló a la serie en curso, se pretende una crítica a ese violento imperativo del hombre por conquistarlo todo. “Creemos que podemos controlar la naturaleza, pero acabamos destruyendo nuestro entorno, usando tecnologías sin administrarlas adecuadamente”, subraya la artista. Y suma que “la única razón por la que los ciervos permanecen separados de las personas es por reglas arbitrarias, límites despóticos fabricados por nosotros mismos”.

De hecho, recuerda Ishii que, a diferencia de lo que sucede en Nara, en muchos sitios de Japón los ciervos son vistos como plagas, combatidos y asesinados por agricultores que dicen que amenazan sus cultivos. “Se matan más de 360 mil por año en el país”, remarca Yoko, que reivindica a la denostada criatura, “pensando cómo luciría la ciudad si fueran libres de reinar a sus anchas, como realmente quisieran”.

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