“Se entra en estas casas sin demora con la idea/ precisa y la esperanza de encontrar la fatalidad el destino/ se consideran las piedras los habitantes, los lugares/ las esperanzas caídas sobre las piedras las voces de los niños”, escribe Alda Merini en uno de sus “Poemas heroicos”. Y deja en claro qué clase de vida le tocó vivir a una chica nacida en Milán el día de la primavera de 1931: el facismo, la pobreza, esos paisajes de miseria que constituirán la esencia de un cine despojado con el sentimiento en primer plano. Merini escribe: “mientras la vida gime atrapada en las prisiones/ se alzan las velas del bellísimo canto”. Porque Merini no se resigna a un destino asignado y se fija, a pesar de todos los quiebres de una existencia castigada, en encontrar belleza donde otros se espantarían. “Vigilaba sobre la nada/ de todas las cosas/ pero era la lógica del infinito”, escribe. Y en esa nada “el escondite de mi loba/de esa que se demora en las noches/sobre la frente delicada de todos/ aquellos que entran en el sueño y ven/ madonas coloridas y relámpagos/ y sueñan con ser diferentes/ de cualquier sonido de cualquier momento”.

Repaso los subrayados de “Clínica del abandono”, la antología bilingüe que tradujo con precisión y delicadeza Delfina Muschietti para el sello “Bajo la luna”. Y como me pasa siempre, al entrarle, reparo que me quedé corto con los subrayados. Por ejemplo, debería haber destacado uno de sus poemas de “Hotel por horas”: “Así me fui con una sórdida/valija de cartón alquilada/ y liberada de mil cuerdas que llevaba/ el pináculo de un demonio secreto/que había quebrado por mí las reglas del juego”.

Es cierto, Merini atraviesa un período de arte social, pero no hace neorrealismo. Lo social se advierte en ella en el registro personal agudo de los tropiezos existenciales, caminar en el borde de la razón y, a menudo, pasar del otro lado. “Todos nosotros tenemos velos mentirosos/ para cubrir nuestro verdadero rostro”, escribe. Y también: “Los que no tuvieron nunca una caricia/ ahora son tumbas secretas.” Años atrás, como dije, al subrayar muchos de sus versos, me quedé con las ganas de pasar la birome por debajo de muchos otros con la intención de volver a esas líneas como peldaños de escalera de incendio. Pero no una para escapar sino una que sube y uno debe enfrentar el fuego. Con este ánimo ahora, una vez más, me propongo escribir sobre esta poeta tan, tan qué, me freno. Porque todo adjetivo que pueda aplicarle me resulta engañoso como los velos que ella denuncia.

Tal vez, la mejor manera de encararla sería acercarse a su biografía, si es que una sinopsis puede aportar más que una apretada selección de citas y comentarios. Alda Giussepina Angela Merini nació en la Via Pappiano 57 en la ciudad en la que iba a morir a los setenta y ocho. Pertenecía a una familia humilde. Su padre era empleado de Asicurazioni Generali, la misma compañía de seguros en la que trabajó el tío de Kafka y a quien su sobrino, para liberarse del yugo paterno, le había suplicado un puesto en la sucursal montevideana. La historia de Merini es una sucesión de trastornos dramáticos y visiones poéticas. La nena que llegaría a ser una de las más notables poetas italianas de su tiempo fue reprobada en el examen de italiano. Y esta anécdota, imagino, quiere decir algo: la negación de un conformismo de la lengua. Sus primeros poemas ganan el respaldo de Salvatore Quasimodo y Eugenio Montale, quienes la respaldan y alientan. A Montale le escribe: “Me sucede también a mí, Maestro/ el haber hecho el amor/ con aquellos/ que no has conocido jamás”. Merini supo cultivar fuertes amistades con escritores y pintores, apunta Muschietti. Aunque tenía posición tomada en asuntos de género, sus relaciones con las mujeres, sin negociar las trampas patriarcales, eran a menudo conflictivas. A Merini se la ha comparado con Emily Dickinson, Sylvia Plath y, más acá, a Alfonsina Storni. Sin embargo, a diferencia de ellas se distingue por un modo crudo de plantarse en la escritura sin perder refinamiento: “Todo has tirado en la basura de una psiquiatra/ que ha escuchado la falsa conferencia/ de ti con los miles de diablos en tu cuerpo”. Su poesía erótica suele disponer de pronto una frontalidad que puede espantar las almas sensibles: “Su esperma bebido por mis labios/era la comunión de la tierra. /Teníamos con nosotros los víveres/pero muchos años todavía/y besos y esperanzas/ y no creíamos en Dios/ porque éramos felices”.

La naturalidad que Merini despliega en sus poemas es esa con la que posa en fotos donde seduce y torea en vez de refugiarse en una romantización artificial. Vale la pena detenerse en una, esa donde la vemos mayor, gorda, desnuda, el cigarrillo en la boca, sin otra coquetería que un collar y unos aros. Tiene una sonrisa seductora entre recia y sabia. Su desnudo es un acto de sinceridad. Como su autorretrato “Huida de loba”: “A quien me pregunta/ cuántos amores he tenido/ le respondo que mire/ en los bosques para ver/ en cuántas trampas ha quedado/ mi pelo”.

 

La suya no es la existencia de una poeta profesional, de carrera, de perseguir cocardas. Sus poemas se alternan con amores tumultuosos tal como lo expresa en uno de sus libros “Hotel por horas”: “A quien me pregunta/ cuántos amores he tenido/ le respondo que mire/ en los bosques para ver/ en cuántas trampas ha quedado/ mi pelo”. Entre poemas, Merini tiene dos matrimonios, cuatro hijas y una cantidad de internaciones con diagnósticos de demencia: “Nadie en el manicomio ha dado jamás un beso/ si no es al muro que lo oprimía/ y esto quiere decir que la santidad/ es de todos, como de todos es el amor”. A medida que se suceden las internaciones y los partos, la poesía de Merini alcanza un prestigio literario y cierta popularidad: Milva convierte sus poemas en canciones. Sin embargo ella no se la cree. Y ahonda en su arte. Sobre la maternidad, escribe: “Pero una mujer cambia de vestido cuando se esposa/ y deja caer el himen sobre el corazón de quien ama. Así yo he perdido mi corazón un día y no lo encontraré ya más./ Este amor tan sudado/ me ha dado un hijo”. Y también: “Todo pide una madre y que sufran sus pies”. Merini enfrenta las rachas de desequilibrio con el mismo estoicismo que la vejez: “Yo ya vieja/ como una pelota desinflada, expulsada de toda/ religión, tirada a la basura de/ todos los tiempos, yo desmemoriada y sucia/mujer que no ve lo diques del amor”. En los últimos años su poesía palpita una mística profunda, la escritura le ha revelado su carácter sagrado: “Ábrete oh escena, sin pánico,/ en el bosque sediento de mi fe”. Profecía autocumplida, ella ya había definido su modo de escritura cuando joven. Y había escrito: “Para amar no se necesitan leyes/ sino sólo sueños. / Adiós desde la frontera”.