Amante fiel

L'homme fidèle

(Francia, 2018)

Dirección: Louis Garrel.

Guión: Jean-Claude Carrière, Louis Garrel.

Fotografía: Irina Lubtchansky.

Montaje: Joëlle Hache.

Música: Philippe Sarde.

Reparto: Louis Garrel, Laetitia Casta, Lily-Rose Depp, Joseph Engel.

Distribuidora: Mont Blanc.

Duración: 75 minutos.

Sala: Cines del Centro

8 (ocho) puntos

Lily-Rose Depp, hija de Johnny Depp, en un rol protagónico.

Entre la juventud de Louis Garrel y la sabiduría de Jean-Claude Carrière seguramente haya oficiado algo similar a lo sucedido entre Agnès Varda y (el fotógrafo) JR en la película Visages Villages. En todo caso, tales comparaciones no hacen sino decir sobre el vínculo íntimo, por fuera de la tangente temporal, que el arte promueve. Se sabe que Carrière es un maestro, de esos cuya palabra sabe. Su tarea como guionista, legendario, involucra películas con Luis Buñuel, Jean-Luc Godard y Philippe Garrel, entre otros.

Justamente, es con el hijo de este último con quien acomete nueva empresa, y en una línea similar a la de esa triada de películas recientes de Garrel padre: La jalousie (con el propio Louis Garrel en protagónico) (2013), A la sombra de las mujeres (2015) y Amantes por un día (2017); las tres en blanco y negro, las dos últimas con la participación de Carrière. De modo tal que Amante fiel bien podría responder a premisas surgidas de aquellos y otros tantos films: una historia breve, concisa, capaz de encerrar en sus matices mucho más que lo visto; vale decir, en Amante fiel, la fórmula "menos es más" funciona de maravilla.

De esta manera, es en la acción sesgada, sugerida, contenida en acciones y réplicas como espejos, cómo la película de Louis Garrel transcurre. Apenas con algo más de 70 minutos. Los justos y precisos como para abrir la película de varias maneras, a partir de las miradas de tres personajes cuyas voces se buscan, se dicen, intentan explicarse, mientras estructuran el relato.

Amante fiel narra el desencuentro entre Abel (Garrel) y Marianne (Laetitia Casta), noviazgo perfecto hasta que ella dice estar embarazada, pero de otro. La voz en off de Abel es la que narra primero. Voz que tendrá cruces oportunos con la de Marianne, pero también con la de Ève (Lily- Rose Depp; hija de ese otro grande que es Johnny Depp). A saber: Ève es la hermana de Paul, aquél por quien Abel fuera abandonado. Aquí, algunas consideraciones.

En primer término, las tres voces organizan el relato pero nunca muestran procedencia espacial. No se sabe desde dónde hablan. ¿Están juntos? En todo caso, lo que aportan es la seguridad de que lo que se está viendo ha sido vivido; en suma: voces confidentes, que se enhebran desde lo que cada uno de ellos entiende, sufre, ama.

En segundo lugar, Abel ha sido abandonado por Paul, uno de sus mejores amigos. Paul permanece en un constante fuera de cuadro, sólo es nombrado, sugerido, amado, recordado, llorado. Es un cuarto personaje, desde ya. La maestría con la cual se lo introduce y hace permanecer en el relato es el secreto de un guión admirable, pero también el de un realizador cuya segunda película (la anterior es Los dos amigos, en donde Garrel interpretara a un personaje de nombre Abel, tal vez el mismo de Amante fiel) da muestra de una puesta en escena consciente, que sabe exactamente lo que quiere y cómo conseguirlo. En este sentido, bien podría decirse que las lecciones de Carrière son aquí asumidas y elaboradas desde una sensibilidad personal, en combustión creadora con el gran guionista.

Como si de una síntesis fabulesca se tratase, Amante fiel ofrece vínculos espejados, abandonos reiterados, con el deseo despierto o tal vez apagado. En última instancia, se trata de un juego. El placer lúdico de hacer una película. De dar vida a personajes enfrascados en situaciones halagüeñas y complejas. Hay un momento que lo evidencia: como no puede ser de otra manera, sucede cuando se va al cine. Allí, mientras los personajes miran El extraño crimen de Martha Ivers, la película se desdobla y los diálogos hibridan. La operación es perfecta, cruza los discursos, además de imbricar el argumento de sospecha de aquél film clásico con lo que aquí se narra.

Que la sospecha esté presente a partir de las elucubraciones del niño -ese hijo ¿deseado?, ¿de qué manera?, ¿por quién?- incentiva de otras maneras. Es él quien intenta ordenar también lo que ocurre a su alrededor, en ese mundo adulto con el cual debe relacionarse y acomodarse. A la vez, el deseo de tener a su madre para sí solo no deja de ser tan válido como el sentimiento que moviliza a Abel respecto de Marianne, o a Ève acerca de Abel.

Lo genial es cómo todo esto -que bien podría ser parte de algún argumento de Woody Allen-, con pequeñas notas casi humorísticas, que intentan serlo de modo prudente y elegante, encuentra un cauce común, compartido, de convergencia reveladora. No casualmente, es el niño quien llevará a todos hacia ese lugar de encuentro, final y de desenlace. Tal vez, sea ése el ámbito desde el cual cada una de estas voces indaga mientras rememora. El lugar final, entonces, como situación presente.

Por otra parte, lo que ocurre en este escena tal vez revela al niño como el protagonista verdadero de este relato coral. Porque se trata de un niño arrojado y sumido en la pregunta más profunda que todo ser humano pueda alguna vez suscitar. Esa pregunta está contenida -para eso es que hay que ver el film- en la imagen última. Allí, ante el misterio, la mano que pide ser tomada y querida. El niño pide ayuda, hay temor ante el desamparo.

 

La disposición de todos y cada uno de los personajes en el encuadre organiza finalmente lo que aparecía disgregado. Desorden que ha posibilitado, justamente, que la historia fuese narrada. En un entrevero de voces que confluye en una misma angustia, en una misma necesidad de ser queridos.