El saber no ocupa lugar, dice un viejo proverbio. El fútbol parece que sí. Omnipresente como es –y más si se trata de un River vs. Boca por la Copa Libertadores– otra vez dio señales de cómo lo invade todo. El problema es que el deporte-espectáculo, cuando produce un evento como el Superclásico, adquiere un protagonismo que congela o anula a las demás actividades.

Esa idea se fortalece cuando desde un ministerio que cree tener el poder absoluto en sus manos –el de Seguridad de Patricia Bullrich– se estimula el concepto de que en la vida se suspende todo menos un partido, "el partido". Esa política después se contagia a otras áreas semejantes. Se cierran calles, estaciones, escuelas, instalaciones de clubes no vinculadas al fútbol y también universidades. Este panorama lo hizo visible un comunicado de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA que salió al cruce de Marcelo D'Alessandro, el secretario de Justicia y Seguridad de la CABA, aunque no lo nombra más que por el cargo.

El texto señala que el funcionario declaró "en distintos medios radiales y televisivos que Ciudad Universitaria cerrará sus puertas a partir de las 14 y que se suspenderán las clases a partir de esa hora debido a los operativos de seguridad asociados al partido River-Boca a realizarse en el vecino estadio de River Plate". En la línea siguiente el comunicado lo desmiente a D'Alessandro: "La Facultad de Ciencias Exactas y Naturales no ha suspendido el dictado de clases, la toma de parciales, las tareas de investigación ni el resto de las actividades laborales ante el evento deportivo de hoy a la noche".

Cuando se estimula el concepto de que en la vida se suspende todo menos un partido, "el partido", esa política se contagia a otras áreas. Se cierran calles, estaciones, escuelas, instalaciones de clubes no vinculadas al fútbol y también universidades.

La Facultad agrega lo más importante en el tercer párrafo: "Consideramos que el Gobierno de la Ciudad no puede definir el cierre de un predio de la Universidad de Buenos Aires –que es un organismo autónomo– ni pretender alterar el desarrollo de las tareas propias y habituales de la institución. Por el contrario, requerimos que las autoridades de la CABA, responsables del operativo de seguridad del evento, garanticen a través de los medios a su alcance, que la actividad en uno de los centros de estudio y de producción de conocimiento más importantes del país pueda desarrollarse con normalidad".

La responsabilidad sobre el dispositivo de control en las inmediaciones del estadio Monumental recayó en el Comité de Seguridad del Fútbol porteño. El ente lo dirige Valeria Sikorski, la funcionaria que en marzo pasado –a 48 horas de asumir el cargo–, designó a su mamá Raquel Dudelzak, una jubilada de 75 años, como empleada de planta permanente en su propio gabinete. Iba a cobrar 66 mil pesos por mes y como su nombramiento provocó un escándalo –de los tantos que la prensa hegemónica omite informar– la señora se vio obligada a renunciar.


Además de nombrar a su madre, el Comité que encabeza Sikorski se presentó en sociedad acompañando una medida discriminatoria de la gastronomía callejera más popular. Reivindicó la prohibición de vender choripanes, hamburguesas y bondiolas los días de partido en la ciudad. La funcionaria utilizó un argumento de vieja data y difícil comprobación: "A lo que vamos a apuntar es a atacar las fuentes de financiamiento de estos grupos delictivos con el tema parrillas…". Además mencionó "la reventa de entradas, merchandising y trapitos". Lo curioso es que en enero pasado, al momento de proscribir a los choris y en una ciudad que tiene 18 estadios de fútbol, había solamente nueve puestos de venta autorizados. La medida que elogió Sikorski la firmó el director general de Ordenamiento del Espacio Público, Guido Gabutti.

El concepto filosófico de seguridad en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires puede encontrarse con precisión en el célebre libro Leviatán. Para brindar esa sensación de calles pertrechadas y con desbordante presencia policial, hay que suspender las clases y no comerse un sándwich al paso camino a la cancha. Aunque con diferentes consecuencias, esas medidas implican la supresión de libertades para que deleguemos en el presente Estado policial la organización del espectáculo deportivo. Lo contrario sería suponer que corremos el riesgo de que el Superclásico se mude otra vez a Madrid.

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