Fuimos la última generación del milenio, de hecho egresamos en 1999, y acá en Lobos apenas si existía una leve idea de la existencia de Internet. Y si alguna vez alguien nos contó que había tal cosa en el mundo nos parecía tan delirante como que venga un plato volador; es más, creo que la idea del plato volador era más familiar. Mis amigas, sobre todo Dulce, Fernanda y Virginia, se la pasaban mirando películas por cable. En invierno no me hacía ruido porque a la tarde, después del colegio, era normal no salir de la casa, entre el frío y el hecho de haber madrugado era entendible el hermetismo. Pero en verano me parecía terrible que se encerraran con un sol que rajaba la tierra a mirar películas por cable, producciones de Hollywood, historias de otras épocas y otros lugares que no me despertaban ni un gramo de empatía: Tomates verdes fritos, Mujer bonita, por ejemplo.

Esta situación me provocaba angustia e indignación, sentía que era gente que no valoraba realmente la vida: la presencia del sol siempre me pareció algo muy exigente, algo que hay que respetar. Estar al aire libre, tuvieras ganas o no.

Lo peor era que después, cuando efectivamente nos encontrábamos, ocupaban gran parte del tiempo compartido comentando las películas que veían. Yo me aburría muchísimo.

Igual me esforzaba en pertenecer a la costumbre e iba a mi casa y me ponía a mirar. No aguantaba más de quince minutos, necesitaba moverme, compartir, hablar de la vida, como siempre.

Por otro lado, gracias a este intento fallido descubrí MTV. La corta duración de la trama de los videos musicales me había hecho estallar la cabeza: ahora sí pasaba horas tirada en la cama de mis papás, horas y horas mirando videos. Todo el despliegue estético y musical no duraba mas de cuatro minutos, era espectacular.

El hecho de que ellas miraran películas y yo no también me hacía sentir insegura, como que había algo de la paciencia que me estaba perdiendo, algo que había que hacer en la vida a mí me iba a costar más, como estudiar una carrera o tener una familia. Ellas seguían comentando las películas que veían en HBO, Cinemax, Cinecanal y otros. A mí me enojaba cada vez más, me sentía incomprendida.

De todas maneras solía estar delante del televisor demasiado tiempo, supongo que haciendo zapping: ya la ansiedad había entrado a mi vida para no dejarme nunca más. Tenía un pacto conmigo y era no concentrarme en ninguna película, sino dejar que fuese inevitable que alguna me atrapase.

A Generación X (Reality Bites, dirigida por Ben Stiller y protagonizada por Winona Ryder y Ethan Hawke) la agarré empezada en el cable una tarde de desidia, como tantas otras. Tardó pocos minutos en atraparme: se trataba de un grupo de cuatro amigos, Lelaina (Winona) estaba filmando una película o documental sobre ellos mismos y estaba en una especie de romance con el personaje de Ethan Hawke.

No se parecía a las demás películas que había visto, los protagonistas estaban perdidos y desganados, no tenían una vida ya realizada, y su ropa desaliñada era totalmente coherente con ese hecho. Vivían en unos departamentos cálidos y desordenados en los que las entradas formaban unas galerías de madera. Eso tampoco se parecía ni a las viviendas de las películas ni a las de Lobos o Buenos Aires, ni a ningún lugar al que hubiese ido de vacaciones, ni a los demás lugares perfectos que se ven en las películas de Hollywood. Eran casas construidas de una forma nueva para mi, sin lujos, con aire y sol, más parecida a la forma en que mi vida, en el mejor de los casos, podría seguir rumbo.

Había una escena en la que Lelaina está acostada en la cama pensando, una cama grande, tendida, la ventana entrecerrada y ella tirada en diagonal con un cenicero lleno sobre el pecho y fumando un pucho, mirando el techo, la cámara la toma de arriba y da vueltas en círculos, y suena una canción melancólica, como un videoclip.

Para ese entonces yo no fumaba pero esa escena se había convertido en la representación absoluta de lo que quería ser. Expresaba mí disconformidad con el mundo de una manera preciosa.

Yo no sabía que una chica podía estar con cara de culo mirando el techo sin hacer nada fumando en su habitación y a la vez ser hermosa. Yo no sabía que estar triste o nostálgico eran estados aceptables y retratables. Fue como una revelación. Toda la vida fui seria y tímida, no era lo que se dice dicharachera, siempre la gente destacaba mi seriedad.

Las películas de alguna manera son un manual de instrucciones para la vida, y Generación X fue para mí encontrar otro manual, un manual alternativo.

 

Ana Inés López nació en Lobos, Provincia de Buenos Aires, en 1982. Publicó Estas deben ser épocas felices pero me daré cuenta mas adelante (Tammy Metzler, 2013); El campeón existencial (Determinado Rumor, 2014); Futuro (Gigante, 2016) y El principio (Tammy Metzler, 2019). Organiza, junto a otros poetas, el Festival Rural de Poesía de Lobos. Actualmente es bibliotecaria en una escuela rural de Carboni, Partido de Lobos.