E pur si muove (y sin embargo se mueve) dijo Galileo Galilei en el siglo XVII refiriéndose a su teoría sobre la tierra y el sol. La célebre frase aplicaría a lo que pasa hoy entre la memoria y el deporte. La primera gira alrededor de muchos atletas que, por su militancia política, fueron desaparecidos, asesinados y perseguidos por la dictadura cívico-militar. La memoria se moviliza de abajo hacia arriba con actos, evocaciones y presentaciones que homenajean a los más de dos centenares de deportistas víctimas del terrorismo de Estado. También reciben un reconocimiento semejante los socios de clubes que perdieron su condición de tales porque los secuestraron en los peores años de la represión ilegal. Banfield acaba de ser un pionero en ese sentido. Les restituyó su condición de asociados a once de ellos.

La repercusión que vienen teniendo estos hechos señala que está en plena construcción una nueva subjetividad. Es aquella que permite romper con la vieja dicotomía de que la política y el deporte no se tocan, no se juntan, o no pueden coexistir. Como si nunca hubieran mantenido una relación. Si la apropiación de tantas vidas jóvenes por los genocidas no fue un acto político que también afectó al deporte, ¿acaso qué es?

El jueves pasado, en el espacio de memoria donde funcionó la ex comisaría 5ª (un centro clandestino de detención ubicado en diagonal 74, La Plata) se recordó a los deportistas que estuvieron detenidos ahí a partir de 1976. También a los que jugaron al rugby, al fútbol, al básquetbol o al ajedrez en distintos clubes de la ciudad. Leonardo Fossati Ortega, nieto recuperado, hijo de Rubén e Inés, nació en la cocina de ese lugar siniestro que ahora está resignificado. Su papá jugaba al rugby en Universitario de La Plata. El es hincha de Estudiantes, recobró su identidad y pudo volver en marzo del 2018 a lo que hoy es un espacio donde se realizan actividades culturales.

Su tarea con las Abuelas de Plaza de Mayo convirtió a ese lugar en vida donde hubo muerte, en un mundo de muestras fotográficas y libros donde se suprimían identidades o se perdía para siempre el rastro de los militantes desaparecidos. Leonardo habló y lo escuchaba en primera fila Herenia Sánchez Viamonte, la mamá de Santiago, un gran jugador de La Plata Rugby Club secuestrado en Mar del Plata el 24 de octubre de 1977. Al lado de esta madre de Plaza de Mayo estaba el ex juez Julio Reboredo junto a su hija María Adela. Padre y hermana de Alfredo, ex rugbier detenido-desaparecido del club de Gonnet.

En la sala había otros familiares, amigos y compañeros de equipo de más deportistas. Sebastián Piovoso, el sobrino de Antonio Piovoso, arquero de la primera de Gimnasia, estudiante de arquitectura, al que un grupo de tareas secuestró el 7 de diciembre del 77. Araceli Rocca, la hermana de Hernán, medio scrum de La Plata Rugby asesinado por la CNU un viernes santo de 1975. Claudia Favero, hermana de Daniel, un pibe que pasó por las inferiores de Estudiantes y Gabriel Ciancio, el hermano de Luis, un ex jugador del semillero de Gimnasia, participaron de la charla donde se presentó el libro Deporte, Desaparecidos y Dictadura. Un acto muy emotivo que convocó a un centenar de personas guiadas por la evocación de las historias de vida de aquellos jóvenes militantes y deportistas.

[email protected]