Ella está de negro en un escenario en blanco. Un lugar donde va a escribir con su actuación. La puesta en escena revela lo esencial y deja el trabajo de la actriz en una zona desnuda. No hay nada en esta versión de La persona deprimida que proteja a Maria Onetto. Ella está sola para descargar allí toda su interpretación como si actuar fuera una pelea y ella no necesitara rituales.

El texto de David Foster Wallace es una espátula, un torno que ella regula como quiere. Lo dice como si se tratara de una conferencia , “vamos a hablar de la persona deprimida” y entonces promete cierta distancia. Pero no pasa mucho tiempo hasta que esa persona deprimida del texto sea la propia actriz, presurosa de armar un personaje, de entrarle a esa narración para encontrar una dinámica que la desate.

Claro que hay mucho de autobiográfico en esta escritura porque Foster Wallace sufrió una depresión que lo llevó al suicidio. Pero aquí la depresión no tiene sexo, es un modo de mirar la vida desde afuera, desde la campana de cristal de Sylvia Plath y parece que no pudiera existir una actriz mejor para darle a ese estado un caudal estético que Onetto. Especialmente porque el autor cumple en su escritura con una máxima stanislavskiana, esa que desalentaba la ilustración de un estado emocional para poner la atención en el entramado de acciones que lo hacían perceptible. La depresión en Foster Wallace se materializa en el afán insostenible por salir de ella. Lo que hace el personaje es intentar sanar en la identificación de algunos recursos que anticipan su desgracia. Busca en su terapeuta, en las amigas que funcionan como el grupo de apoyo y en variados métodos alternativos, convertirse en una persona normal pero siempre vuelve a esa angustia porque la depresión implica una obsesión interna.

Daniel Veronese descubrió esta facultad en el relato del autor norteamericano donde la risa se esconde en el fracaso de la protagonista, en su poca habilidad para trazar estrategias que decantan en una melancólica comedia de enredos. La terapeuta se suicida en un supuesto accidente de mezcla de pastillas, las llamadas a las amigas con vidas activas y felices dejan a la protagonista en una desolación mayor y las variadas terapias despiertan en ella dolores olvidados que la hacen más persistente en sus traumas. Hay algo paródico en el personaje que Foster Wallace supo ver pero que no le sirvió de remedio. Onetto se mete en su escritura sin eludir ningún detalle, diestra en la capacidad de enfrentarse al humor retorcido de esa mujer que recuerda hasta la mínima humillación de la infancia, juega con esa paranoia que la obliga a saberse insoportable para lxs otrxs, como si encontrara la posibilidad de desplegar una escena nueva.

Mas allá de lo anecdótico, de la historia que se cuenta, La persona deprimida es una cátedra que Onetto brinda para mostrar como se puede pasar del detalle, donde un mundo se abre a la sensibilidad más auténtica, mientras la técnica se sostiene como un dato oculto, sin poner la atención en el virtuosismo. El público es conducido por las imágenes, Onetto barre el texto con la fortaleza de su actuación ,como si lo estrujara y rompiera y después pudiera dejarlo limpio. Parece llevar a la superficie una esencia que deja una estela donde la risa y el pensamiento descansan y resuenan en el vaivén de una respiración desencantada . “Quien puede no sentir nada por nadie más que por sí mismx“, es la definición perfecta de un depresivo que Foster Wallace regala para que Onetto la diga, como si en algún misterio de la escritura lxs artistas pudieran entenderse y conectarse más allá de las distancias espaciales y de la muerte misma.

La persona deprimida se presenta los jueves a las 20:30 y los domingos a las 19 en El Cultural San Martín