“Te engolosinaste y ahora no se entiende”, dice Liliana Heker desde una silla. Está perfectamente erguida y es la postura que mantiene durante las tres horas de taller. Sostiene una atención de trance. Sigue la trama, sí, pero también el ritmo, la repeticiones, la elección de vocabulario. Con los ojos cerrados escucha y ve detrás de las palabras. Cuando el lector termina su texto se hace un silencio - siempre se hace un silencio- y la primera tanda de devoluciones es de los compañeros. Ella queda para el final. Y entonces, con una mezcla rara de pasión y distancia, larga expresiones en las que transforma tics en caprichos y caprichos en golosinas verbales de las que hay que huir para hacer literatura. Porque su taller, el que mantiene desde hace 40 años, por el que pasaron escritores como Samantha Schewblin y Guillermo Martínez –por nombrar a dos multipremiados de distintas camadas- es para hacer literatura, y sobre todo, para tomarse en serio la escritura. Si no se escribe, el taller no funciona. Y Heker, que tiene un compromiso con el oficio desde sus 17 años, maestra cuentista, novelista y ensayista con decenas de libros publicados, traducida y estudiada afuera, leyenda viva de una generación emblemática --Ricardo Piglia, Miguel Briante, Abelardo Castillo, Silvia Iparraguirre-- se encarga de que funcione. O al menos lo intenta de forma poderosa. Por eso puede ser implacable con la crítica y al mismo tiempo transmitir un entusiasmo contagioso. Así es la Heker de los talleres pero también la que aparece en La trastienda de la escritura, un libro de ensayos recién publicado, donde reúne reflexiones y experiencias de más de medio siglo viviendo con la ficción.

Pero aunque dialogan entre sí, éste no es un libro-taller, ni un libro con recetas: “no es un libro didáctico”, avisa al principio. Es un proyecto que encaró en 2017 y que resume como “acto”: un testimonio de escritora armado a partir de treinta textos, donde las preocupaciones formales y analíticas conviven con las creativo-espirituales. Organizado en cinco partes, tres interludios y un epílogo; La trastienda de la escritura es un viaje – “una aventura”- que arranca en “Gajes del oficio” y cierra con “Mi credo”, decálogo donde puntea lo desarrollado y que podría servir como esos textos para fotocopiar, pegar en la pared y mirar mientras nos inventamos excusas para no escribir. Porque este libro es sobre la escritura sí, pero también sobre su dificultad, y esto lo vuelve real y necesario, insertándose en esa tradición tan amplia y dispar de obras “sobre el oficio de escribir” como Filosofía de la composición, de Edgar Allan Poe; Mientras escribo de Stephen King o Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury, por nombrar a autores que se detienen, justamente, tanto en la neurosis como en la cocina. Pero también algunos más formalistas o conceptuales como Horacio Quiroga, a quien Heker cita varias veces, o el más reciente y local Las clases de Hebe Uhart , donde Liliana Villanueva, escritora y alumna, recopila las derivas literarias casi budistas de la escritora en el marco de su taller.

La trastienda de la escritura se inscribe en este género entremezclando anécdotas biográficas -algunas verdaderos cuentos, aunque Heker no esté de acuerdo- que terminan de ensamblar lecturas, vidas y escrituras.

Caos y voluntad

“Odio escribir pero amo haber escrito” es quizás una de las frases más citadas sobre el acto literario. La dijo Dorothy Parker usando el ingenio que la caracterizaba y si prendió tanto en el imaginario es porque describía a la perfección la tortura narcisista de muchos. De esa sensación de impotencia vienen patologías exclusivamente literarias como “el miedo a la hoja en blanco” o “el bloqueo de escritor”. Hay una larga lista de escritores atormentados que dijeron detestar su oficio pero no poder zafar, como si escribir fuera una suerte de destino inexorable al que hay que someterse a pesar de sí mismo. Heker no forma parte de este equipo pero tampoco le esquiva a la neurosis. De hecho, con el espíritu analítico que la recorre, se ha dedicado a ahondar sobre los mecanismos evitativos de los escritores --a partir de sí misma, pero también gracias a varias generaciones de alumnos-- convirtiéndose en una experta en detectar excusas. Ensayos como “La página en blanco o De las ganas”, “Sobre la inspiración” o el genial “El estado de caos”, profundizan con muchísima inteligencia y honestidad sobre estos asuntos incómodos. En este último texto logra algo rarísimo: describir eso que está justo antes de la literatura, algo así como la materia creadora ubicada entre la imaginación, la memoria y la escritura. En estos ensayos Heker hace un movimiento doble que podría parecer contradictorio: desacraliza el acto de escribir a la vez que lo enaltece, le da un lugar. De la misma manera responde a sus alumnos cuando por enésima vez no llevan nada para leer al taller: con una mezcla de comprensión y firmeza. Más allá de las taras de cada uno, el límite, en general, suele ser el propio deseo. Y eso es algo que sólo podemos resolver con nosotros mismos. “Como dije, he atravesado varias etapas en las que no pude escribir, tal como lo entiendo; la última, peligrosamente larga. Y me pregunté, sobre todo en esa ocasión, si alguna vez podría volver a hacerlo. No pude responderme. Y eso, para alguien que siempre ha considerado la escritura –hablo de la invención, de la búsqueda obsesiva de algo que se escapa pero que una se empecina con pasión en atrapar- como el eje de su vida, es grave. Pero más grave, entendí, es escribir sin esa energía, sin esa sensación --no parecida a ninguna otra-- de estar creando. Con dificultad, con dudas, con el impulso, a veces, de mandar todo al diablo. Porque esa incertidumbre, ese tembladeral es la escritura. Y para eso hay que tener ganas de pies a cabeza”, dice en “La página en blanco o De las ganas”. Estos textos más magmáticos se completan con algunos de la segunda parte como “Elogio de las palabras” o “Memoria y ficción”, una conferencia que dio en la Universidad de York, Canadá, en 1994, donde la autora sigue explorando los vínculos entre materia, emoción y creación como acto máximo de libertad.

Todas las costuras

Heker dice que no se puede enseñar a escribir. También dice que su libro no es didáctico. Sin embargo da talleres donde se formaron decenas de autores y escribió este libro donde desmenuza de forma clara pero siempre honda las tretas de la primera, segunda y tercera persona; o da pautas sobre la unidad de efecto; o dedica textos para explayarse sobre los principios y los finales de un cuento. Es verdad: es poco probable que alguien que no escriba pueda empezar a hacerlo gracias La trastienda de la escritura, pero eso no quita que aquí no haya una pedagogía. Al decidir ordenar ese caos creativo en un sistema, Heker nos obliga a pensar no sólo desde la narratología -corriente de la semiótica que en los ’60 se propuso establecer reglas estructurales para los relatos- sino también desde un sentido común poco habitual en estos campos de artificio. Escribir simple es muy difícil y para eso hay que tener, también, cierta mirada sensata, no por eso menos desorbitada. Así, la escritora aprovecha y de paso rinde homenaje –usándolos de ejemplo- a sus autores queridos que van desde Cortázar hasta John Berger pasando por la recientemente redescubierta Lucia Berlin , o su admirado Salinger. Pero también -y aquí se vuelve a juntar la Heker pedagoga con la creadora- escribe con ejemplos de autores que fueron sus alumnos, de los que conoce el proceso escritural como si fuera propio. Este análisis se completa y radicaliza con la disección al final de algunas de sus propias obras, como su novela iniciática Zona de clivaje (1987), o uno de sus cuentos más famosos “La fiesta ajena”. Allí Heker pone de manifiesto las costuras, eso que insiste tanto en sus talleres no debe notarse, con fines puramente exploratorios. La trastienda de la escritura no es, entonces, solamente eso que está detrás o antes de la literatura sino, y sobre todo, el durante. Un durante que puede ser tan duro como disfrutable, emocional y racional, obsesivo y libre, dependiendo el momento del proceso. Al principio del libro, Heker da cuenta de su propio silencio ficcional, algo que la tuvo inquieta hasta hace no demasiado. Pero remata con una buena nueva: con la publicación de este libro, al sacudirse el trabajo de toda una vida pensando sobre la escritura, puede disponerse nuevamente a ese estado de incertidumbre creadora y así volver a entregarse al caos.