Autor de más de una decena de libros y con una importante trayectoria académica, Carlos Dámaso Martínez no deja de ser un autor secreto de la literatura argentina, uno de esos escritores faro que ilumina desde un título pionero publicado en un año bisagra como fue 1982 y en una editorial que marcaba la temperatura under de esos años, el Centro Editor de América Latina. Tiene una vasta trayectoria en el campo de la cultura y las letras argentinas. Es escritor, Licenciado y Doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba, y actualmente profesor de la Maestría en Crítica y Difusión de las Artes en la UNA, entre otras labores. Ejerció el periodismo cultural, trabajo que quedó plasmado en El arte de la conversación, donde dialoga con Bioy Casares, Augusto Roa Bastos, Héctor Tizón, David Viñas, Armonía Sommers, Onetti, Jean Franco, entre otras y otros más. Su tesis doctoral, publicada por la Universidad de Villa María (Eduvim), se titula Una poética de la invención. Renovación del fantástico en Adolfo Bioy Casares. Su trabajo de crítica fue reunido en La seducción del relato y Lecturas escritas

Su primera novela, Hay cenizas en el viento, cuya publicación original es de 1982, se presenta como una memoria íntima en el entramado de crónicas y diarios, pero tiene un fuerte trasfondo político y una resonancia histórica también muy fuerte a partir de su título. Fue incorporada y analizada en varios ensayos del último tomo de la Historia crítica de la literatura argentina, “Una literatura en aflicción” (2018), junto a las obras Nadie nada nunca de Saer, Los pichiciegos de Fogwill y Respiración artificial de Piglia, publicadas en el período final de la última dictadura militar. Autor de más novelas, Martínez publicó y prologó los Cuentos completos de Horacio Quiroga en los años 90, una tarea editorial pionerea en el rescate siempre difícil de Quiroga. Entre sus libros de relatos están Hasta que todo arda, La creciente, El amor cambia y Emoción violenta. Sus cuentos integran varias antologías; entre otras, del género policial, que siempre le gustó cultivar. 

GAJES DEL OFICIO

Ahora la editorial Alción publicó Una biografía secreta, un volumen con diez nuevos relatos. En varios de ellos toman forma el espionaje y las modernas tecnologías de lo que ha dado en llamarse “conspiranoia”; el discurso de la memoria de una experiencia “setentista”; las extrañas vivencias de un profesor y crítico argentino en otro país; el crimen, la política y los medios periodísticos; y lugares: Ciudad Universitaria en la provincia de Córdoba; Plaza Italia, en Capital Federal, Madrid… En el primer relato se lee: “Todo se había vuelto impredecible y dudoso”. Se refiere a un tiempo desdibujado por represiones y violencias, por lo que queda después de la tierra arrasada. Pero también hace referencia a una contemporaneidad de sociedades vigiladas. "Democráticas" pero vigiladas por burócratas, espías de oficina y archivos polvorientos. Y es un "espía", quien en el extraordinario cuento que da título al volumen, trae del pasado otra versión de los hechos en un momento de la vida del protagonista, que puede oscilar entre lo fantástico y la idea de que nuestros recuerdos también necesitan adquirir alguna forma de la ficción.  De todos modos, el libro plantea una amplitud de temas y una paleta de recursos que hace pensar en un autor que tiene bien pensada una concepción de la narración, del cuento breve como forma y que, a la vez, hizo una profunda lectura de modelos literarios. 

Pensando en el título de tu nuevo libro, ¿dónde creés que habría que poner el acento, en “biografía” o en “secreta”?

-Creo que la palabra “secreta”, como dirían los lingüistas, tiene más sentido que significado. Y que se amplía con “contexto”. La palabra secreto alude al enigma. Es una palabra que es atractiva, evocadora. Como significación y sentido. Y lo de “biografía” es algo ya bastante transitado, casi un género. Y tiene su expectativa, como título. Pero a mí me gusta más la palabra secreto, que es lo que existe también en el género policial, y en el fantástico también –creo–, y que es el motor del relato oral, de las conversaciones y también de la literatura.

Hay cuentos de este libro que están relacionados. Hay referencias, algún personaje, que reaparece o se menciona, como en “Incendios virtuales” y “Una biografía secreta”. ¿Hay algo que los une a todos, o cada uno posee su propio enigma?

-Me parece que en este libro puede haber algunas correspondencias de géneros en algunos cuentos. Yo siempre he trabajado con elementos del fantástico, que trabajo en el cuento principalmente, aunque también lo he hecho en una novela, El otro tiempo, donde hay un río vacío y hay una mezcla de tiempos, en un viaje, donde en realidad hay dos historias. Pero acá hay cuentos que, por ejemplo, tienen relación con el cuento policial-periodístico. Otro, “Un experimento vedado”, se conecta con los secretos de la ciencia y lo fantástico. En el primero, “Incendios virtuales” aparece un “internet secreto”, el internet profundo, como lo llaman algunos. O dark. Es un túnel o cueva, donde hay negocios clandestinos de venta de armas, prostitución, pornografía, pedofilia, etcétera. Los que trabajan en los “servicios” están ahí, a la orden del día. Es extraño: uno se mueve en la internet “de arriba”, pero está este otro mundo y es lo que me intrigó. Y salió este relato sobre el mundo de los espías, de esta falta de identidad que tienen y el tipo de “trabajo” que realizan.

¿Y ahí estaría el elemento de “biografía”? En definitiva, ese cuento que da título al libro muestra cómo el personaje tiene un tipo de recuerdo de sus vivencias, y lee en la carpeta de un espía, en sus informes, otra versión de esas mismas experiencias.

-Claro, ahí aparece el relato clandestino, el de los espías. Aunque es un discurso diferente tal vez tenga que ver también con la mirada de un escritor. Yo a veces he dicho que el escritor es como un espía del mundo. En su mirada, en su observación, está como imaginando cosas que no puede ver, y también puede ser un escucha de conversaciones cortadas: de la conversación en un bar, o en un colectivo... se corta, y no tiene ni comienzo ni final. Son como “narraciones” que me producen cierto interés y atracción. Y creo que de algún modo eso trato de llevarlo a los relatos, a la ficción que escribo, que es el cuento o relato largo, o narración, o como quieras llamarle: no hay una cuestión de género tan estricta.

Hablamos del misterio, del secreto. Y también hay otra figura: el fantasma.

-Eso fue inconsciente, digamos. (Risas.) Hay una teoría del fantástico contemporáneo, que la sostiene una profesora de Córdoba, amiga, experta en literatura fantástica, que se llama Pampa Arán. Hizo un trabajo para la presentación que hicimos de este libro en Córdoba, donde también estuvo Silvia Barei, y se refirió al fantástico que había en este relato, y también un poco del género en la contemporaneidad. Y lo que tenía para diferenciar al fantástico rioplatense –algo que tiene una fuerte tradición en la Argentina, aunque distinta a la continuidad que ha tenido, por ejemplo, el policial– era llamarlo “género fantasmagórico”. Sobre todo a partir de los últimos cambios que ha habido, donde se hace difícil poder determinar qué es lo real. Porque los inventos, la tecnología, han dado la realidad virtual. Así que más que hablar de fantástico hablaría de lo fantasmagórico. Son cosas que se encuentran en algunos trabajos de Marcelo Cohen y de Elvio Gandolfo, y que podrían adecuarse a esta diferenciación entre fantástico y fantasmagórico, que me parece más sugerente.

Fotos de Pablo Mehanna

Tanto en tu último libro como en varios anteriores hay cuentos que utilizan la experiencia del viaje.

-Sí. Los viajes son buenos. Yo tengo tres zonas en los cuentos, y en las novelas también. Córdoba, una zona de las Sierras de Córdoba. En este último libro aparece en “El experimento vedado”, donde está ese profesor que tiene interés en la experiencia de la muerte. Y no son ideas mías. Como decían Borges y Bioy a veces hay que aprovechar las filosofías y teorías –la Física, por ejemplo– como parte de la invención fantástica. Muchas de estas cosas se vienen haciendo en la realidad, y seguramente no se las conoce. Son exploraciones que por ahí uno larga.

Es la ciencia real, los rumores, el entorno. Y ahí comienza a investigar y hacer acopio de material el propio autor.

-Exactamente. El otro territorio es la costa uruguaya, que aparece en El amor cambia, en dos o tres cuentos y tiene que ver con algunas vacaciones acá, cerca de Colonia, a veces en Atlántida. Hay una cosa con el Uruguay, de atracción, que tiene que ver con el “interior”, con lo que yo he vivido en Córdoba hace años, que es muy diferente a la ciudad de Buenos Aires. Y donde yo ya estoy totalmente integrado. Aún hoy me dicen algunos “escritor cordobés”, y no. (Risas.) Echo raíces en distintos lugares. Tengo raíces en Córdoba, tengo raíces allá y también en Buenos Aires. Y un cuento en El amor cambia transcurre en Francia. Ahí está la dimensión del viaje, de la experiencia en otro país. Como en este último libro en el cuento “El bailarín de Peruggia”. Y en un cuento del anterior libro, “La violencia”, hay un ambiente en Nápoles, en un cuento fantástico. Y otro donde el escenario es la ciudad de Florencia. Son dos cuentos donde me vinculo con el espacio y la experiencia. “La puerta del Alba”. Tiene que ver con profesores universitarios a quienes he conocido. Se lo he dedicado a ellos, a los profesores de la ciudad de Nápoles.

¿Y hay algún método en tu caso para los cuentos, para definir qué querés contar y cómo?

-Método no. Creo que Cortázar no confiaba mucho en eso. Yo trabajo los relatos, hay una racionalidad en la narración, y también hay bastante del azar, de asociaciones. Cuando uno escribe, generalmente tiene un plan, una idea o motivación –alguna historia que me contaron, o alguna historia que me gustaría contar en algún momento–, pero muchas veces eso se construye ya sobre la marcha de la escritura misma. Se producen elecciones, y uno va “descubriendo” también zonas que no tenía claras, de cómo seguir el relato. A veces yo paro de escribir –y esto no es un orden ni una metodología, es una cuestión personal de cada uno– y por la mañana, cuando me estoy bañando, y estoy lúcido y “despierto”, se me ocurre cómo continuar un cuento, o avanzar en algún otro trabajo. A veces hay situaciones de la escritura, del relato, que te van llevando a un lugar al que no pensaba llegar. Por eso los finales se construyen casi solos, muchas veces. Generalmente yo prefiero los finales más abiertos.

En Una biografía secreta hay cuentos que remiten al pasado (la universidad, la militancia, la dictadura); otros narran desde el presente: aparecen el Metrobús y “carteles amarillos”, se habla de feminicidios. ¿Fue deliberado dejar esas marcas de pasado y de presente? 

-Digamos que no hay un a priori. Es eso que Rancière llama “la experiencia sensible”. Cada libro tiene su contexto, del primer libro a los más recientes. Es algo que uno está viviéndolo. El contexto aparece en el relato: son las preocupaciones, las obsesiones de uno como persona, como individuo o ciudadano, si querés. Son cosas que de algún modo afloran. Y fijate que ese cuento “Un viaje inesperado”, que acabás de mencionar. tiene un contexto muy contemporáneo. el Metrobús que se está construyendo, y el personaje se toma un taxi, y el taxista le cuenta un relato tradicional. Incluso con los mitos de San La Muerte y el Gauchito Gil, que son parte de la cultura urbana y popular. Y también provincial: porque el personaje del gallego inmigrante y la mujer correntina cuentan una historia popular, casi como un mito. Los taxistas suelen ser narradores. Yo tengo otro cuento, llamado justamente “Taxis”, que tiene más o menos el mismo esquema que este. Ese cuento es también contemporáneo a la era macrista, y está centrado en la violencia. Y hay cuentos también de carácter policial y carácter fantástico. Son los dos géneros que vengo trabajando. No soy un escritor "de género”, aunque tengo, además de los cuentos, dos novelas policiales: una nouvelle y otra más larga, El descubrimiento. Desde mi primera novela, la violencia ya está presente, como en general en todos mis relatos. Sobre todo en Emoción violenta, donde hay, sí, una unidad temática, o una relación temática entre los cuentos.

Allí se mencionan la guerra de Malvinas y el 2001.

-Exactamente. Otras crisis. Y Una biografía secreta, que es una historia que ocurre durante la dictadura cívico militar, creo que tiene que ver con el contexto más actual o reciente: la existencia de un Estado que espía a jueces en la Argentina y ciertas formas peligrosas de un estado de excepción. Es el modo en que, desde la ficción –y los escritores más en general– escribimos sobre el referente, pero no directamente sino haciendo ficción, literatura. Y el lector sabrá cómo lo lee y qué relación podrá llegar a tener en ese sentido. Es inevitable que uno esté en el presente y viva el presente.

LOS ARCHIVOS DEL PARTISANO

¿Y cómo surge este libro, cuándo lo diste por terminado? ¿Cómo organizaste los cuentos?

-El editor, Juan Carlos Maldonado, fue bastante respetuoso. Yo lo edité al libro. Tenía nueve cuentos... en eso soy bastante cabalístico. (Risas.) Y me fui de vacaciones. Y surgió un cuento donde está trabajado especialmente el lenguaje y la percepción, “Visiones peligrosas”. Es alguien que está de vacaciones –algo que coincide con la nueva nouvelle de Noé Jitrik, Tercera fuente– y ve formas humanas en unos árboles. En estos tiempos las ciencias y las filosofías están muy preocupadas por las relaciones entre las especies, y quizás algo de eso está en el trasfondo del cuento. Y efectivamente surgió de estar en una casa mirando, en unas vacaciones –austeras– en un pequeño balneario uruguayo. Y vi unas sombras, un verde, y un efecto que hacía parecer con forma humana, de mujer. El cuento toma esas vivencias, con esas sensaciones trasladadas a una ficción. El “oficio”, como diría Cortázar.

Y es ahí donde aparecen mencionados los femicidios.

-¡Claro! ¿Ves?, se introduce en lo onírico que puede tener el relato. El tipo está ahí, viendo eso, e interpreta: las dos plantas que han sido atacadas... hay como plantas muertas, con esas formas femeninas. El impacto de lo presente, de lo real, aparece. Los traumas de la vida social. Hay algo de lo siniestro, en esa incursión que hace el personaje a la casa vacía. Un elemento que es un clásico del neogótico y la literatura fantástica. Evidentemente lo del nombre “Gregorio” es un homenaje a Kafka y a La metamorfosis.

¿Y cuánto hay de mixtura de géneros en vos; o preferís ser más respetuoso con ellos?

-No, para nada. Tengo mezclas. Por ejemplo, si vos ves la novela El otro tiempo, hay una novela situada en el presente del personaje, que al mismo tiempo está escribiendo una novela de ficción fantástica, imaginaria. La novela incluso termina con una escena en la isla Martín García. Son historias que se van contando alternativamente, si querés al estilo faulkneriano, o de Onetti o, incluso, al de algunas novelas de David Viñas, que trabajaba mucho así.

No hay ningún purismo en vos con los géneros.

-No. Yo apuesto a la mezcla. En la novela que se llama El informante, hay como una novela de espionaje, con algunos tintes policiales, y con un viaje medio extraño que se realiza pero... después vuelve a la ficción en parámetros que son más o menos posibles. Y hay cosas: viajan al norte, pero en vez de viajar al norte parece que van hacia el sur... Hay de esos tipos de desvíos, ex profeso puestos. Los géneros son mezclables, creo. Y hay muchos libros así. Un tipo de escritor así es Piglia, que ha trabajado con los géneros. Y Borges. Lo que hizo Borges con el policial.

¿Y qué teoría o concepciones del cuento tenés?

-Hay muchas teorías sobre el cuento. En la literatura argentina, para decir algunas, encontramos la del paradigma de Poe y la de Joyce y la epifanía. Pero creo que cada escritor configura una poética sobre el relato corto o cuento. Hay muy buenos escritores y escritoras cuentistas contemporáneos en nuestra narrativa. Los géneros cambian en cada contexto. Además, es una decisión, como decía Saer de la nouvelle. Por ejemplo Noé Jitrik, sus dos últimos libros son nouvelles: Terminal y Tercera fuente. Es algo más largo que un cuento y más breve que una novela. Y es un tipo de obra que ha tenido su esplendor. Saer dice que en los 60 había autores que publican novelas cortas en plena época del boom. Y que no tienen el efecto que tienen los grandes novelones del boom. Dice que con la nouvelle hubo un avance contra el realismo tradicional de los 60 –o “realismo de los 60-70”–. Y da el ejemplo de Onetti. Me parece que esa poética del cuento de Saer apunta a valorar las palabras en los textos, y el trabajo con el lenguaje, incluso con la oralidad. Son búsquedas que vienen de la tradición de la vanguardia. De cierta búsqueda de la originalidad, o utopía de la originalidad que tiene la tradición de vanguardia. Piglia también entra ahí.

¿Y en relación a tu trabajo?

-Seguramente le debo a las lecturas de los clásicos nuestros: Arlt, Quiroga, Bioy, Cortázar, Borges, Silvina Ocampo... Henry James, Kafka, todas esas lecturas. Generalmente en Córdoba había bastante interés en mi época de la universidad por esa clase de literatura. Y leíamos mucho, fuera de la facultad, con algunos compañeros de carrera relatos fantásticos. A Calvino entre los italianos, con su trilogía de novelas fantásticas y algunos relatos. Cortázar es un escritor que influía en mis primeros cuentos, y aunque lo han tratado de negar, de “pegarle”, algún grupo de escritores más jóvenes –lo cual siempre está bien que lo hagan– yo lo sigo revindicando, y participé en las jornadas que se hicieron en el MALBA. Y ahí trabajé con Cortázar y su relación con las artes. El diálogo entre Cortázar y las artes de vanguardia que se desarrollan en los 60 y un poco en los 70. Es una relación dialógica entre las artes, sobre todo la música: el jazz. Y también las artes visuales, como aparece en Rayuela y en otros relatos.

Una última pregunta ¿hay planes de nuevos libros, qué se viene? Te lo pregunto porque en tu caso, indudablemente la narrativa, todo lo que hablamos en esta entrevista, se enbtremezcla permanentemente con las lecturas críticas, con tu costado académico.

-Se viene un libro de ensayos, con lo que he estado haciendo los últimos años. De temas variados. Yo trabajo mucho la relación cine literatura también. Por ejemplo, habrá un trabajo sobre “El impostor”, un cuento de Silvina Ocampo, que fue llevado al cine por Alejandro Maci, en base a un proyecto de María Luisa Bemberg, quien luego se muere y no lo termina, y que venía con guion de Piglia. Maci, que había trabajado con la directora, termina la película. E incluso hay una versión anterior, de Arturo Ripstein, el director mexicano, que se llama "El otro”, con el guion de Manuel Puig. La trasposición es a un melodrama mexicano. Digamos que el melodrama suaviza lo fantástico del cuento. En cambio, Maci hace una trasposición, al realismo del cine. Y sale en los 90, en la época en que se está haciendo el llamado “nuevo cine argentino”, que en entre sus variedades estéticas está Lucrecia Martel con su primera película La ciénaga. Justo, recientemente, escribí sobre Zama, y también sobre su crítica en la revista Orillas de la Universidad de Padova de Italia y en Cuadernos de investigación del Instituto de Investigación y Experimentación en Arte y Crítica de la UNA. También he trabajado sobre Di Benedetto y el cine; sobre Borges y el cine, y todo eso está en mi libro de ensayos anteriores y algo más estará en el próximo. Y también estoy escribiendo una novela ítalo-argentina. El protagonista es un argentino, y hay un profesor de latín en la universidad de una ciudad italiana. Traductor y partisano. No es fácil pero estoy avanzando en medio de otros trabajos. Podría tener un título provisorio, algo así como “Los archivos del partisano”.