La leyenda literaria argentina ubica a Macedonio Fernández dentro de un placard. Allí, dicen, encendió algunas lamparitas: anticipó la gestualidad de la vanguardia local, solicitó prestar atención a la inutilidad de la obra escrita, amontonó novelas imposibles de ser leídas como novelas, y ensayó acordes para encontrar el sonido de la duda con una criolla destemplada. La fábula francesa, siempre mostrándose más civilizada, sitúa en una pequeña e infranqueable habitación de Arcueil al compositor Erik Satie, fervoroso coleccionista de paraguas, anticipador del impresionismo, dadaísta antes que Dadá, y un experto en aporrear pianos hasta su desafinación. Ambos mitos –los de la creación, el humor y el encierro– nunca se habían confrontado.

Por eso cuando se unieron Vanesa Weinberg en dirección, el actor Damián Dreizik y el pianista Marcelo Katz, y los tres aplicaron la fórmula del Canto V de Maldoror: “bello como el encuentro fortuito” entre el “semidios acriollado” (Borges) y el “viejo ángel de Arcueil” (Carpentier), obtuvieron como resultado Satidonio: una obra concierto, acaso del tamaño de una viñeta –apenas 55 minutos– por donde espiar lo imprevisto cuando dos de los mejores detractores de la solemnidad del siglo XX se ven las caras, se dan las manos, y comparten reflexiones metafísicas sobre el taburete de un piano notablemente desafinado, en una pequeña sala de la calle Paraná al 600.

“No sé cuál llegó primero, si Satie o Macedonio, pero fue como si ellos estuvieran moviendo los hilos para que pase”, dice la actriz y docente Vanesa Weinberg, al mencionar los textos sobre los cuales está construida la obra: Objeto Satie de María Negroni, Cuaderno de un mamífero de Satie, y algunos de los fundamentales del argentino: Cuadernos de todo y nada, Papeles de Recienvenido y Museo de la Novela de la Eterna. “Luego llegó la música, y con Damián y Marcelo fuimos preparando ese encuentro durante los ensayos, y hubo que probar, descartar y volver a probar, porque el gran desafío era estar a la altura de esos dos inmensos creadores, hacerles honor, y entrar en sus universos. Había que lograr hacer lo que ellos no pudieron en su momento: conocerse. Estoy segura de que se hubieran caído muy bien”.

Tan bien resulta la metamorfosis, que la dupla Dreizik y Katz (bien podrían ser personajes de George Herriman), establece un punto de intersección entre los hallazgos del pensamiento macedoniano (“Hay un mundo para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no haber mundo. Nacer y no hallarlo es imposible; no se ha visto a ningún yo que naciendo se encontrara sin mundo”) y los acordes de composiciones para cabarets como por ejemplo el irónico Valse je te veux.

“La idea desde un principio fue la de intercambiar roles: un músico que actúe y un actor que toque el piano, ya que la intención de la dirección fue lograr que las dos poéticas convocadas dialoguen, se escuchen en una conversación solipsista pero atenta al otro. En mi caso es una invocación al espíritu macedoniano más que un personaje confundido con la ironía de Satie. El desafío fue crear una obra musical-filosófica y no solemne, con humor, como lo tenían estos genios que se fundieron para borrar límites”. Y estas palabras de Dreizik sirven para explicar dos momentos claves de la obra, dos instantes donde es posible advertir que la arbitrariedad de la yunta tiene lógicas que la razón comprende: cuando Macedonio Dreizik alienta a Erik Katz a ejecutar piezas como La belle excentrique, Gymnopédies , Tres piezas en forma de pera o Cuatro preludios blandos para un perro , de acuerdo a las famosas indicaciones que el francés anotaba en sus partituras: “Con un profundo olvido del presente”, “Como un ruiseñor con dolor de muelas”, o “Con convicción, y una tristeza rigurosa”, humoradas que bien podrían pasar como parte de la fraseología macedoniana. El segundo momento clave de Satidonio llega cuando la dupla ataca -en lento movimiento cinematográfico- a la maquinaria del piano aporreándolo e incluso haciéndolo vibrar con la ayuda de unas tanzas, citas directas a los pianos y los burros putrefactos de Un perro andaluz, y al onirismo de Entreactos de René Clair.

“Si bien el instrumento de Macedonio era la guitarra, el piano apareció como elemento unificador entre los dos mundos”, y Katz agrega a esas palabras de Dreizik: “Tan es así que toda la obra gira en torno del piano que nos toque”. Sucede que desde 2018 cuando comenzaron a mostrar la obra en bares de Palermo y salas pequeñas, hasta llegar, este año, primero al Centro Cultural 25 de Mayo y ahora –todos los sábados a las 20- a la sala de Andamio 90, la obra se debió adaptar al tamaño y al estado de afinación del instrumento disponible: “Por suerte Satidonio tiene la suficiente amplitud como para poder ser representada con el piano que haya a la vista: media cola, de estudio o un minipiano. Es más, la obra cambia según la característica del instrumento que nos toque en suerte. Cada piano nos exige que renovemos la actitud, la coreografía, y nuestra relación con él, es decir, volvemos a crear la obra, algo que de alguna manera es un desafío que hubiese agradado a Macedonio y a Satie ¿no? No es lo mismo golpear el arpa o pasarle las tanzas por entre las cuerdas a un piano de media cola que hacerlo con un minipiano, cada tipo nos propone un sueño distinto, y nosotros no nos asustamos, es más, lo aprovechamos”, agrega el músico que conoció a Dreizik en 2015 en Diario de Moscú, obra sobre textos de Walter Benjamin .

Finalmente el pianista agrega: “Hay otro factor. No es lo mismo encontrase con un piano cuidado y otro no, también a eso le hacemos frente. Hay una cuestión cultural que tiene que ver con que la música se escucha con instrumentos afinados. A Satie le gustaban los pianos desafinados para componer. Es endulzante escucharlo en un piano afinado, claro, pero es maravilloso escucharlo en uno desafinado”.

Entre tantos detalles que ofrece Satidonio en relación a la cuidada actuación y dirección, hay un asunto, si se quiere lateral, que revela esta obra: si desde Sarmiento en adelante la lengua francesa ha sido pensada como marca diferenciadora entre lo civilizado y lo bárbaro (el castellano), el resultado final de haber espejado el pensamiento del argentino con el del francés demuestra que el único esperanto posible y eficaz es, siempre, el humor.

 

Satidonio se puede ver en Teatro Andamio 90, Paraná 662, los sábados a las 20.