El hombre fuerte del Vaticano se acomoda en su escritorio, lo apuran con el protocolo y se prende un cigarrillo para calmar los nervios. Entonces, un altísimo cardenal le explica que allí no se puede fumar por orden de Juan Pablo II. La respuesta no tarda ni un nanosegundo. “Hay un nuevo Papa ahora”, dice Pio XIII (Jude Law) lanzando volutas en un momento de The Young Pope (la App de FOX dispondrá el preestreno el próximo 5 de marzo y desde el otro domingo podrá verse en su señal premium). Se trata de un pontífice “intransigente, irritable, vengativo y con una memoria prodigiosa”, según sus propias palabras. Tan angustiado porque en su desayuno no hay Coca-Cola de cereza sin azúcar como por su primera homilía en San Pedro. Así se presenta la serie de diez episodios de Paolo Sorrentino. Juguetona con los mandatos y ritos de la Iglesia Católica más que irreverente. Mejor dicho, es un ejercicio audiovisual sobre la impostura a partir de alguien que aprenderá eso de convertirse en Santo Padre.

En el centro de esta historia aparece Lenny Belardo, un sacerdote estadounidense huérfano de origen, elegido por la curia romana para que sea su títere. En algunos pasajes del primer episodio, The Young Pope remite a Habemus Papam (Nanni Moretti; 2011) por el esbozo de un sujeto dubitativo en un entorno lleno de intereses cruzados, chismes, trapisondas, dobles discursos  y poderes absolutos. Sorrentino aprovecha el planteo y disecciona al poder papal como un glotón en un banquete. Por eso es que también recuerda a El Padrino III (Francis Ford Coppola; 1991); en ese sentido, la elección de un papel clave para Diane Keaton, como la monja y consejera de la nuevo Santidad, no parece casual.  

En sus sueños, el Papa aboga por masturbarse, usar anticonceptivos, legalizar el aborto –de yapa la eutanasia y el divorcio–, celebrar el matrimonio gay, permitir que los sacerdotes se casen y -Vade retro Satanás- que las monjas den misa. “Además de jugar olvidamos ser felices, olvidamos la libertad”, dice Pío XIII, más cerca de Lenny Belardo, o quizá del comediante radical Lenny Bruce. ¿Es que ha llegado una revolución a la Santa Sede? No tanto. En su día a día, el protagonista es maquiavélico y sabe domar al status quo. Sin quitar su desprecio por los turistas que pasean por la capilla Sixtina, su superficialidad y groserías. “Yo me voy a dedicar a los viajes, la adulación de las masas y las celebraciones. ¡Es una broma!”, le suelta al Cardenal Voiello (Silvio Orlando). El monje negro, otro personaje fundamental, se da cuenta del error que ha cometido al mover hilos e inclinarse por un indomable.

El director de la serie no es un novicio en eso de presentar sujetos en trance. Las tres últimas películas del napolitano (Este es mi lugar, la multipremiada La Gran Belleza y Juventud) fueron distintas versiones de letargos hipnóticos, clarividentes, y llenos de espectacularidad visual. La puesta en escena es manierista, ridícula y absurda, algo justificado por el contexto que se muestra. Sea con Pio XIII subiendo a un helicóptero o en esas reuniones interminables. El guión, y sobre todo los diálogos, también tienen su ingenio. Dicho de otra forma, no sólo el Papa está a gusto en su nueva casa, el propio Sorrentino es el mandamás de ese universo, y por eso se deja fascinar por los recovecos del Vaticano (realizados en el mítico Cinecittà), un cura se puede erotizar con una escultura milenaria, y en las fundas de los celulares de los párrocos aparecen jugadores del Napoli.

A priori, no pude pensarse en nada más imponente que un Pontífice hermoso, arrogante, intuitivo, frívolo, contradictorio, que desafía al propio Dios con frases como “su casa es la mitad de un dúplex y con piscina privada”, e incluso duda de la propia existencia de su jefe para espanto de quien le toma la confesión. “No es una coincidencia de que en una de las primeras secuencias lo veamos desnudo frente a su traje blanco. Es el uniforme que se pondrá y a través del cual podrá investigar sus propias fallas, sus dudas, recelos y ansias de poder”, señaló Jude Law quien, por otra parte, dijo que una de sus influencias para componer el personaje fue Wayne Rooney por la manera en que festeja sus goles. El británico en cada secuencia se carga a su criatura malcriada y encantadora. “Paolo fue muy claro en que no me preocupara por interpretar a un Papa pero si a este tipo llamado Lenny. Nuestro foco era ese: se trata de un huérfano que resulta convertido en Papa”, puntualizó Law.