Cada vez que ocurre la posibilidad de un encuentro, primero lo estoqueás. Antes de conocerlo te preguntás si será la tipología de lo que buscás. La multiplicación de resortes, líneas de fuga, policromías de pantallas te propulsan al espacio anónimo de la red para conocer a alguien sin hacer el esfuerzo de vestirte para la ocasión. Y lo que conocés primero: al perfil subido por su narcisismo, a su avatar que vive en el abrir y cerrar de pestañas, a las fake news que lo/la calumnian alejándolo de tu consideración.

La acción de estoquear. Existimos en la red, fragmentos de múltiples existencias viven contemporáneas a nosotros, en el tiempo del dataísmo, del Homo selfie. Estoqueamos al otro y nos estoquean a nosotros. El perfil, el avatar, la identidad virtual resuenan y se despegan al infinito. Inquietante, dirán algunos. Eso que testimonian las redes sobre ti, ¿será algo de tu vida? ¡No serás tú quién lo diga, está ahí! Estoquear antes de conocer.

Del verbo inglés to stalk que se pronuncia stôk, para nuestra cultura tiene muchas acepciones: la graduación que va desde “estar atento” hasta el abuso, el chantaje, el acoso, en esgrima italiana se estudia y práctica la técnica del estoque que se popularizó en Europa desde el siglo XV hasta nuestros días. Otros significados nos remiten a la acción del matador que con sus estoques hiere y mata al toro en las corridas públicas. Y otro significado más, ligado a la práctica del comercio: el stock. Cuando nos falta un producto vamos al mercado y nos estoqueamos. Se trata del inventario de lo que falta, la existencia de un producto que se comercializa y una acción para ir a comprarlo con alguna forma de pago.

Estoquear es una palabra que no resulta sencilla explicar pero algo la identifica: lo filoso, tanto el estoque del matador, como la espada del esgrimista, como la falta de un producto, como el aviso para que el otro sepa que es observado resultan acciones filosas, cuyos resultados tienen consecuencias, marcan indefectiblemente a las pulidas pantallas con nuestra presencia. Se trata de tirar estoques en la red para que el otro/otra le pase algo, quede anoticiado, prendido, clavado, enfilado, reencontrado, avisado de que estamos ahí observándolo y que responda; debe responder, en lo posible, rápido.

Estoquear es una palabra muy utilizada en la comunidad (se la suele pronunciar “estalquear”). Puede significar: acosador pero también todo lo contrario: aquel que intenta (re)conocer a alguien, simplemente “estar interesado”. Estoquear es seguir las publicaciones, compartirlas, puntuar con un like, observar las fotos y descripciones (edad, estado civil, profesión, inclinaciones). Se reconoce al otro antes de conocerlo o como medida preventiva para saber quién nos pide amistad y/o porque nos interesa saber más de esa persona. Estoquearlo, seguirlo en la red, en un espacio público, no es espiarlo. Estoquear y ser estoqueados, la voz activa y voz pasiva, te miro y me mirás, no significa nos miramos, una acción sigue a la otra.

La mirada no es simultánea, no hay reciprocidad, reconoce el anhelo del otro en la red, sus intenciones, siempre que sean claras. Pueden ser para vender, para presentar sus trabajos, para conocer gente, para tener sexo. Pero exige claridad. Pulido, filoso y claro. Los atributos necesarios de la identidad virtual, y es preferible que sea corto. Nadie hace cola ni espera su turno en el espacio ansioso de la red.

La primera acción de estoquear siempre es del otro. Y quien responda, también habrá previamente estoqueado, sabrá muchas cosas de nosotros aun antes de conocernos. Y así al infinito. Tú estoqueas, yo estoqueo, nosotros estoqueamos. El primer estoqueo siempre viene del otro. Ese estoqueo ha “abusado” de nosotros, ha observado una mirada, un gesto que reconoció aun antes que desapareciera de nuestra cara.

Existe una caricia de estocada, sutil como un like, que intenta causar una pequeña herida que abra un soplo de oportunidades de conocerte. Tu intimidad ya la reconozco: postales de tu vida sentimental, el color de los ojos de tus hijos, los lugares que conociste en tus viajes, tus posiciones políticas pero ahora quiero conocerte, quiero que escribas unas palabras para mí, y si fuera posible llegar a tu cuerpo, a tu olor, al sonido de tu voz que sólo aparece conmigo. Pero sé que para llegar a eso es necesario atravesar galaxias.

También suele ser frecuente estoquear las fotos de la/el ex novia/o que todavía no se aleja de mi melancolía, de mi sufrimiento y mediante algún perfil ajeno saber qué está haciendo, las últimas fotos o, mejor dicho, las primeras fotos sin que estemos nosotros. Hay tantas cosas que se puede hacer estoqueando. Algunos más tramposos se meten directamente en la red del otro, hay aplicaciones que copian las claves y entonces todo está abierto para la trampa, la que apenas tiene consecuencias jurídicas pero causan los mayores descalabros subjetivos, sociales y económicos. Un registro de pantalla, un mensaje, un video, un audio desencadena a muchos sujetos a una paranoia agazapada detrás de los agujeros del narcisismo. El veredicto público calumniará sin importar si se ha corroborado la verdad o falsedad pero será inapelable.

El estoqueo hace el bien y el mal, nadie lo controla, se habla de que internet es el colmo de la libertad individual y que propugna la ideología capitalista neoliberal. ¿Cómo podrían ser ambas cuestiones al mismo tiempo? Los resultados están a la vista; sin cabeza ni coordinación se producen y reproducen miles de miradas que llevarán tanto a conocernos como a la viralización del mal.

Lo peor está ahí también: los perfiles dispuestos a engañar, falsificar, matar. Las siniestras viudas/os negras se sienten cómodas en las redes, atacan a los vulnerables, a los desesperados, a los crédulos, a los viejos. Nuestra sociedad "adolescente" siente el olor a orín en nuestros pantalones, el sonido del cáncer herrumbrando nuestros deseos. En el tiempo del dataísmo, lo encriptado no suele ser difícil de conocer para los especialistas en hurgar: infiltrados, espías, ladrones y calañas de todo tipo y factor. La red, lugar para pescadores atrevidos y pescados desprevenidos, dan a conocer sin saber, vulneran las claves de la intimidad, la administración fraudulenta, el curro virtual.

Se estoquea una identidad virtual sin corporeidad, entonces ese alguien puede vivir o haber dejado de sufrir. Las redes sociales son muy difíciles de bajar sin contar con las claves y si uno ya no está, se convierte esa identidad en un “nicho virtual”. Para los que saben, es un “topos” de vida que sigue dando vueltas alrededor de la tierra, para otros constituye una gran sorpresa. La descomposición de la carne no ocurre igual en la red que en la vida. El estoqueo puede encontrar sorpresas, nadie avisa que ha muerto, el avatar tiene otra creencia religiosa que nosotros, no hace duelo, no cree necesario avisar que la persona (que alguna vez estuvo ahí) sólo ha dejado a su avatar sobre la tierra. Y siguen existiendo por mucho tiempo en la red.

Bienvenidos al tiempo del Homo selfie. Lo viral y lo bacterial pueden ser calumniosos pero no nos olvidemos que la mayoría de las veces su objetivo es simplemente perder el tiempo. Las series que tan famosas se han vuelto estos últimos años están muchas de ellas pensadas para perder el tiempo, las escenas se alargan, los conflictos se alargan, el final se vuelve siempre un recomienzo. Y si son exitosas, no dudes de que harán una nueva temporada. Hasta que la cosa de vergüenza. No hay final. Igual que los perfiles que dan vueltas por el mundo sin que haya tantos seres humanos respirando para mantenerlos vivos.

Martín Smud es psicoanalista y escritor. Este texto es un fragmento del libro Homo selfie, con la participación de Rudy (Editorial Letra Viva) de próxima aparición.