Desde Bilbao, España

En la novela El palacio de la luna de Paul Auster, el personaje principal, un ayudante de un hombre ciego, recibe el encargo de su jefe para observar durante el lapso de una hora un cuadro en el museo de Brooklyn, que luego debería describirle. El pedido resulta confuso para el servicial empleado, sobre todo al ver las pequeñas dimensiones del cuadro, y el nivel de abstracción del paisaje.

La anécdota de la novela deja en evidencia una costumbre de los espectadores del arte plástico. No permanecer más que un par de minutos frente a la obra. Esa práctica -la fugacidad del consumo de la obra- fue uno de los puntos de partida del arte cinético, en la obra de una de sus máximos referentes, el venezolano Jesús Rafael Soto (1923-2005).

Preocupado por integrar al espectador en la obra y, con ello, la dimensión del tiempo de consumo o participación en la misma, Soto se convirtió en uno de los grandes artistas contemporáneos. Su archivo, una colección tan diversa como numerosa, es administrada por sus cuatro hijos con una armonía de criterio inédita en estos casos de herencia. Fruto de ello, el trabajo de Soto logra exponerse en distintos puntos geográficos del mundo. Ahora mismo, una de sus principales exhibiciones se ofrece en el museo Guggenheim de Bilbao, en la región española del País Vasco, entre octubre de este año y febrero del 2020.

“Yo veía que la gente se quedaba siempre oyendo a los músicos, y esperaba el tiempo de del desarrollo de la pieza hasta el final; y yo decía, por qué la gente, inclusive frente a la Gioconda, el más grande cuadro que hay, pasa, lo ve, lo recibe y se va”, contaba Soto algunos años atrás a propósito del nacimiento del arte cinético, y de su constante preocupación por lograr que el arte plástico “atrapara a la gente”.

Unas de las obras más representativas del arte cinético y del trabajo de Soto, son los Penetrables. Instalaciones de distintos tamaños y formas cúbicas de las cuales cuelgan tubos flexibles de PVC, hilos de nylon, o de metal pintado, que el espectador puede atravesar con su cuerpo. “En el Penetrable, el espectador realmente forma parte de la obra; es una obra que ha alcanzado su meta: se puede reconstruir sin mi ayuda; creo que éste es el verdadero sentido del arte conceptual”, escribió Soto a propósito de estas estructuras creadas a finales de los 60.

El trabajo de Soto empezó a ser reconocido mundialmente entre los años 60 y 70. En Nueva York, como una de las referencias del arte internacional, el museo Guggenheim de esa ciudad presentó en 1975 algunas de las obras que ya había desarrollado en los años 50, como las series “Repeticiones”, con las que empezó a exhibir su obsesión por integrar al espectador, y generar la idea de movimiento en la obra.

Las Repeticiones son trabajos que exhiben formas geométricas dispuestas de un modo que, dependiendo del lugar desde donde se aprecien, producen diversas sensaciones visuales, entre ellas la ilusión de movimiento. Al igual que con los Penetrables, Soto ya concebía que estas obras adquirieran su legitimación final solo cuando el espectador las abordara.

La idea de “arte transformable” y la participación del espectador que la generación de Soto plasmó definitivamente a nivel mundial, continuó el recorrido conceptual de la “cuarta dimensión” que habían comenzado a explorar Paúl Cézanne y los cubistas, y que, solo de forma aislada, habían concretado otros referentes del arte cinético como Naum Gabo y Marcel Duchamp con las máquinas, o Alexander Calder con los “móbiles”.

El impulso al arte cinético se materializó en la vida de Soto durante su estancia en París, adonde llegó a principios de los años 50 con una beca del gobierno venezolano. Cuando ese dinero acabó, y en pleno desarrolló de su concepción artística y de sus primeras obras, Soto vivió de la música. Hijo de un violinista profesional, y con una pasión tan profunda y alimentada como la que mantuvo con el arte plástico, Soto se destacó en la interpretación de la guitarra clásica. El compositor y guitarrista francés Alexandre Lagoya fue uno de sus maestros y compañeros durante aquellos años de rodaje parisino.

Entre las particularidades que hacen a la obra de Soto, es destacable el impulso que dio el artista para que sus trabajos ocuparan el espacio público, haciendo posible el consumo popular de sus trabajos. Los Penetrables se construyeron en paisajes urbanos de diversas ciudades, de Caracas a París; al igual que sucedió con las Sphère Lutétia (grandes esferas hechas de barras de hierro pintado y aluminio), como la que se podrá apreciar en el estanque del museo Guggenheim de Bilbao. Una posibilidad para volver a participar de esa experiencia que Soto describió como una “simbiosis, la comunión hombre-obra de arte”.