Las crisis alimentarias se verificaron desde siempre en la Argentina agroexportadora. Esa situación, inexplicable si se contemplan las riquezas naturales de estas tierras, es consecuencia de políticas de Estado que privilegiaron el rol exportador del país en detrimento del bienestar de su población. En el presente contexto de crisis económica que, una vez más, repercute de modo descarnado en la población más vulnerable, Caras y Caretas dedica su próximo número, que estará mañana en los kioscos opcional con Página/12, a la historia del hambre y la mala alimentación.

“Las estadísticas –escribe María Seoane en su editorial– sirven, a veces, para indignar; a veces, para reducir los efectos del dolor. Pero, ¿qué se siente y se piensa cuando se sabe que más de más de 1,5 millón de menores de edad de entre 1 y 11 años padecen hambre en la Argentina, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina? Esto es, uno de cada diez niños.”

Felipe Pigna desentraña la verdad detrás del mito: “Nos han enseñado el concepto ‘granero del mundo’ para que lo aceptemos y asimilemos como la referencia a una edad de oro de nuestro país a la que siempre sería deseable volver. En realidad, se trata de la mejor definición de la condena –decretada por el mercado mundial y aceptada con gusto y beneficio por nuestras oligarquías locales– a ser proveedores de materias primas y compradores de productos elaborados, muchas veces con nuestros mismos productos primarios. Un granero es un depósito, un lugar inanimado. Allí no hay trabajo, valor agregado en términos económicos, sino para unos pocos”. Y aporta información sobre la expedición de don Pedro de Mendoza y el hambre en la primera Buenos Aires.

Desde la nota de tapa, Marcelo Rodríguez reflexiona: “Hoy que la filosofía neoliberal se autoexonera declarando que ‘no hay sociedad sino sólo individuos’, las poblaciones rurales de todo el mundo siguen siendo las más privadas de alimentos, pero la Argentina parece llevar al paroxismo esa disociación entre la capacidad productiva de la tierra y las necesidades de quienes la habitan”.

“El precio de los alimentos de mejor calidad nutricional supera entre tres y cinco veces el de los de calidad mínima, lo que explica de manera muy clara el desplazamiento de unos por otros en momentos de crisis inflacionaria, como la que afecta a la Argentina de los últimos meses y años. La canasta de consumo típica de hogares pobres es casi una antítesis de un modelo saludable; se caracteriza por unos pocos ejes trazadores que en conjunto determinan una calidad de dieta pobre y obesogénica”, señala Sergio Britos.

“En épocas de crisis importa más el precio que el contenido –escribe Gustavo Sarmiento–. Sucede con los lácteos: con una caída del 20 por ciento en su consumo en estos tres años, proliferaron los alimentos ‘a base de leche’, a un precio hasta seis veces menor que el de las leches reales. En su packaging simulan ser lo que no son.” Otro costado del contexto de malnutrición que atraviesa el país.

Entretanto, un grupo de jóvenes investigadores cordobeses están emprendiendo el Proyecto Czekalinski, con un “objetivo ambicioso: incidir en las políticas públicas sobre pobreza e inclusión y lograr que se cambie la forma en que se mide la pobreza”, escribe Juan Funes.

Sobre los agrotóxicos, Sergio Federovisky sostiene que “la soja es un modelo”. “El eslogan que dice que la Argentina produce alimentos para 300 millones de personas cuanto menos debería revisarse: hoy, de hecho, importamos tomates. Esa consigna es resultado de una ecuación demasiado indirecta para ser efectiva: puede servir a los fines de resaltar el hambre que padece una parte significativa de la sociedad argentina, aunque se sabe que la falta de comida en ciertos sectores es fruto de la concentración de riqueza (o de pobreza) y no del volumen de la siembra de commodities.”

Juan Oliverio Piterman escribe sobre tribus alimentarias y formas de alimentación alternativas. Clara Finocchiaro analiza el boom de la gastronomía y sus diversos soportes. Y Francisco Yofre reseña las mejores políticas de Estado de América latina y el Caribe respecto de la promoción de una alimentación saludable. El actualmente convulsionado Chile es el país más avanzado en la materia.

Ricardo Ragendorfer trae la crónica de una venganza originada en una situación de desprecio de un rico hacia un indigente que mendigaba comida en plena Década Infame.

El número se completa con entrevistas con Soledad Barruti (por Virginia Poblet) y Patricia Aguirre (por Gimena Fuertes).

Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.