El viernes se cumplió el octavo día consecutivo de protestas a nivel nacional con la mayor marcha en la historia de Chile. El movimiento no tiene líderes y las demandas van por una vida digna y atraviesan todo el tejido social. Apuntan a un cambio a la estructura: que a los escolares no se les estigmatice ni se les criminalice, que los universitarios no salgan al campo laboral con deudas que deban pagar en veinte o treinta años. Que el sueldo de los adultos les permita vivir y no sobrevivir. Que los abuelos y abuelas no tengan que trabajar porque las pensiones se les acaben en la compra mensual de medicamentos.

En otras palabras, fue el despertar de todos.

Durante la mañana, los camioneros atocharon las carreteras de la capital exigiendo la eliminación del tag, el cobro por kilómetro que hacen las autopistas concesionadas. Lo suyo, sin embargo, generó sospechas porque se estaban subiendo al carro popular los mismos que en 1972 desestabilizaron el gobierno de Salvador Allende mediante un desabastecimiento general. No obstante ese historial, el subsecretario de Obras Públicas —segundo al mando después del ministro de la misma cartera— se comprometió a escucharlos para solucionarles los problemas.

Para el resto de la población, al menos en Santiago, la convocatoria era a las 17:00 en Plaza Italia, el punto donde suele dividirse al barrio de los ricos con el de los pobres.

Antes del mediodía ya había barricadas encendidas alrededor de La Moneda, el palacio de gobierno, con bombas molotov de encapuchados y disparos de la policía. Esa misma área fue más tarde rodeada por el pueblo, que llegó a las barricadas de los carabineros, al grito de libertad. Pero la procesión comenzó a las dos de la tarde. Poco a poco, columnas, grupos y gente suelta empezaron a llegar al monumento del General Baquedano. Y mientras pasaban las horas, llegaba más gente y las calles empezaban a cortarse y los automovilistas cambiaban sus rutas.

Para las cuatro de la tarde, prácticamente ya no pasaban autos en el sector. Lo que se veía eran banderas nacionales y de Colo-Colo, Universidad de Chile y Universidad Católica, los más grandes equipos de fútbol compartiendo el espacio sin agarrarse a trompadas. Había banderas de la nación Mapuche, del orgullo LGBTIQ, de partidos políticos de izquierda, de gremios históricos como la Central Unitaria de Trabajadores,  del Colegio de Profesores. Había mujeres con sus pañuelos verdes y morados, por una multitud que fácilmente iba de los tres hasta los ochenta años. Era un carnaval alegre y poderoso que, sin embargo, no olvidaba las 19 muertos que hasta el cierre de este artículo han dejado las revueltas.

Cuando faltaban diez minutos para la hora oficial de la convocatoria, una figura hecha de papel de diario que asemejaba la cabeza del ministro del Interior de Chile era rodeada por los manifestantes. Puesta entre tres antorchas, el rostro del ministro, vicepresidente de la República y primo de Sebastián Piñera Andrés Chadwick, comenzaba rápidamente a arder. Abajo, se quemaba también la Constitución de la República de 1980, el principal legado del dictador Augusto Pinochet y por ende el objetivo al que apunta la sociedad.

Las llamas se levantaron rápido y la gente se alejaba asustada y contenta. “¡Chile despertó!”, comenzaron a gritar mientras saltaban. De fondo, colgado en uno de los edificios que rodean la Plaza Italia, se leía en un cartel gigante: “Por la dignidad de nuestro pueblo a la calle sin miedo”.

La marcha había comenzado.

La masa empezó a caminar hacia el poniente por la Alameda. La meta era, al menos, pasar en frente de las oficinas del Presidente. El paso era lento, algo no es menor si, según las cifras de la Intendencia de Santiago, se congregaron más de un millón de asistentes.

Casi tres horas después, a las 19.52, se escuchó la primera explosión. Carabineros ya tenía detenido el tránsito a la altura de la estación de Metro Universidad de Chile, frente a la casa central de la casa de estudios homónima. Por un lado estaban ellos, defendiendo que no se acercaran a La Moneda, por el otro los que lanzaban piedras y bombas, y también los observadores del Instituto Nacional de Derechos Humanos, garantes del uso y abuso excesivo de las fuerzas de orden en la población.

Un grupo menor, minutos después, lograba pasar por enfrente del Palacio. Y ya para entonces estaban las barricadas, los disparos, el humo lacrimógeno, los gritos y la policía defendiendo, no atacando.

A las 21:25 aún se escuchaban disparos y gritos en el centro de Santiago. En su cuenta en Twitter, el presidente Piñera escribió a esa hora: “La multitudinaria, alegre y pacífica marcha hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario, abre grandes caminos de futuro y esperanza. Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado. Con unidad y ayuda de Dios, recorreremos el camino a ese Chile mejor para todos”. La foto de su cuenta lo muestra elegante y sonriente.

 

Por cierto, su gabinete sigue inamovible, y las soluciones que hasta ahora ha entregado perpetúan esa estructura por la que el país salió este viernes histórico a quemarlo todo.