Entre conciertos y producciones discográficas, el jazz en Buenos Aires ofrece continuamente señales de actividad, muestras convincentes de lo que en su calidad y variedad biológicamente podría llamarse “buena salud”. Incluso, mientras el horno cambiario no está para bollos, se produce el anuncio de visitas internacionales para noviembre y diciembre. Presentados como “Los elegidos de Quincy Jones”, el 8 de noviembre el sorprendente Jacob Collier saldrá de su pieza para tocar en el Teatro Vorterix, el mismo escenario donde el 15 estarán los Dirty Loops y el 9 de diciembre el bajista camerunés Richard Bona, esta vez en trío con el pianista Alfredo Rodríguez y la baterista Taylor Gordon.

Collier, una especie de Harry Potter del jazz actual, regresa a Buenos Aires en el marco de la gira internacional de presentación de sus últimos trabajos discográficos Djesse (volúmen 1 y 2). Apadrinado por Chick Corea, Herbie Hancock y Quincy Jones, el joven nacido en North London en 1994 ha dado muestras de dotes excepcionales en las que el entusiasmo por el sonido, las combinaciones armónicas y la arquitectura musical moderna se unen para consagrar una figura indispensable en la industria global. Muy valiosa resulta también la presencia en este ciclo de Dirty Loops, trío de origen sueco integrado por Johan Nilsson, voz y piano, Henrik Linder en bajo y Aron Mellergardh en batería. Destacados por los elaborados arreglos de hits internacionales con herramientas que salen del jazz y llegan hasta la música disco, pasando por el gospel, el funk, la electrónica y el pop, Dirty Loops presentará un repaso de sus dicos, con covers de “Baby” de Justin Bieber, “Wake me Up” de Avicii y “Rolling in the Deep” de Adele, además del primer corte de su próximo disco “Work Shit Out”. En el cierre del ciclo, Richard Bona se encontrará con el pianista cubano Alfredo Rodríguez. Un encuentro de virtuosos que anuncia una fusión con sorpresas. A ellos se sumará Taylor Gordon, también conocida como Pocket Queen, cuya experiencia pasa por colaborar con artistas como Beyoncé, Robert Glasper, Fifth Harmony, Stevie Wonder, entre otros.

En tanto, el jazz de acá sigue diciendo lo propio. El sábado en la Cúpula del Centro Cultural Kirchner, en el penúltimo concierto de la séptima temporada del Ciclo “Jazz en la 96.7”, la serie impulsada por Radio Nacional Clásica, presentó su música Rodrigo Agudelo. Secundado por Joaquín Sellan en piano, Jerónimo Carmona en contrabajo y Daniel “Pipi” Piazzolla en batería, con la participación de Mariana Iturri en voz y flauta, el guitarrista abordó temas de Aeronautas, su disco más reciente, junto a cosas más viejas y otras más nuevas. Desde el primer tema, “El adversario”, se puso en evidencia mucho de lo que se iba a escuchar a lo largo de un muy buen concierto. La música de Agudelo nace de la guitarra y con esas características se expande en el grupo. Su gusto por los diseños melódicos claros, los climas contenidos y las improvisaciones amplias, se prolongaron en el formidable trabajo de Sellán desde el piano y una base rítmica sólida y elástica. Piazzolla tejió desde la batería inspiradas texturas rítmicas y Carmona en el contrabajo aportó también con un par de solos contundentes. Iturri, con la flauta y la voz en función instrumental, puso calidez al color sonoro del quinteto.

 Mariana Iturri, Rodrigo Agudelo y Jerónimo Carmona en el Centro Cultural Kirchner

En ese clima, el jazz propuesto por Agudelo dio muestra de cierta voluntad de correrse del eje central de la tradición para ampliar su enciclopedia. La inclusión de aires folklóricos, como en “Girasoles”, aportó matices distintos. Más contundente resultó la influencia del universo brasilero, declarada en “Peixe”, uno de los grandes momentos de la noche, y celebrada con “Passarinhadeira”, de Guinga, único tema no propio en el repertorio ofrecido por Agudelo y los suyos.

Cuando se grabó Aeronautas, en 2018, del combo de Agudelo formaba parte el contrabajista Sebastián De Urquiza, actualmente radicado en Suiza. De Urquiza ahora forma parte de Focusyear, un proyecto de la Academia de Música de Basilea que reúne un ensamble de nueve músicos de distintas partes del mundo. Como parte del plan de trabajo los estudiantes reciben lecciones de figuras del jazz internacional para enseguida volcar esas experiencias en conciertos y grabaciones. Justamente el fin de semana que pasó se subió a las plataformas digitales (así es como salen ahora lo que hasta la llegada de un nombre mejor seguiremos llamando discos) un nuevo trabajo del contrabajista, grabado en Buenos Aires con músicos argentinos. Fulgura se llama el conjunto de nueve temas que es parte del catálogo de Club del disco. Junto al contrabajista está su padre Juan Cruz de Urquiza en trompeta, Pablo Moser en saxo, Patricio Carpossi en guitarra, Guillermo Harriague en batería y el bajista Mariano Otero como invitado.

En torno a los treinta, De Urquiza es un integrante hiperactivo de la nueva descendencia de jazzistas crecidos en Argentina. Su música de refleja la complejidad propia de la formación de una generación que si por un lado absorbió los fundamentos del jazz, ampliados hacia contenidos académicos tradicionales en cuanto a la composición, al mismo tiempo creció escuchando rock nacional. De eso salió una generación de jazzeros argentinos que abordan la canción sin mayores prejuicios y desde ese lugar ejercen una amplia comprensión de la música, por ejemplo, de Luis Alberto Spinetta, para reflejarla en otra mirada. El tema que da nombre al disco, en el que De Urquiza toca el piano, con Otero en el bajo, es una buena muestra. Como “Naufragio”, otro de los temas que indagan en los territorios de la canción y en las relaciones entre los vocal y lo instrumental, sin abandonar las formas amplias y los espacios para la improvisación. El resto del disco da cuenta de una jazzero de raza, con música que en su cuidadosa escritura deja amplios espacios para la improvisación, notablemente interpretada, en el sentido más cabal del término, por una banda notable.