Un gatito de apenas cinco semanas maullaba y temblaba en una fría noche de invierno hace más de setenta años. ¿Cuántas historias empiezan con un temblor? El fotógrafo Walter Chandoha (1920-2019) vio a esa miniatura tiritando en la nieve, se lo puso en el bolsillo y se lo llevó a su casa, un pequeño departamento en el barrio de Queens (Nueva York). El gatito entró en calor y se recuperó. Cada noche, a eso de las doce, el pequeño felino corría y saltaba como poseído por una clase de locura especial, hasta que de pronto se relajaba. Decidieron llamarlo “Crazy” (Loco). Ese acróbata de una belleza y distinción inigualables –basta verlo “volar” por el aire- le cambió la vida. Gracias a “Loco” se convirtió en el “fotógrafo de los gatos” con mayúsculas de Estados Unidos. Chandoha hizo más de 200.000 fotos, publicó 34 libros y sus fotos aparecieron en más de 300 tapas de revistas y en miles de anuncios. El libro Cats (Taschen) es una suerte de retrospectiva con las mejores fotos de este mago de la imagen, que murió el pasado mes de enero, a los 98 años.

Chandoha capturaba los movimientos del gato con una precisión de relojero; los retrataba con su innata elegancia, a veces en posturas extravagantes o gestos cercanos a sus compañeros humanos. Por su depurada técnica de iluminación –influida por el pintor holandés Johannes Vermeer (1632-1675)- lograba reflejar el pelaje de los felinos en todo su esplendor. Si hay un “secreto” en su arte, tal vez resida en cómo se involucraba con los sujetos fotografiados porque le apasionaba aquello que contemplaba a través de la lente. Pocos han conseguido una intimidad analítica tan extrema y radical. “No se puede apurar a un gato –explicaba el fotógrafo-. Cualquiera que tenga uno sabe que no es el amo, el gato es el amo, y se pasará el día haciendo lo que quiera cuando quiera”.

Otro amante de los felinos, el neoyorquino Spencer Holst (1926-2001), el autor de El idioma de los gatos (reeditado por La tercera editora), plantea que miles de años atrás los gatos tenían una formidable civilización, pero cuando se dieron cuenta de que se había vuelto muy compleja eligieron simplificar sus vidas y crearon una raza de robots –los humanos- para que cuidaran de ellos. El “fotógrafo de los gatos” siempre trabajó desde su casa, al principio en el diminuto departamento de Queens y luego en una granja en Nueva Jersey. Las sesiones fotográficas eran un asunto de familia, sobre todo por la ayuda de su esposa Maria Ratti. Sin ella, reconocía Chandoha, no habría podido realizar la mayoría de las fotos porque tenía un don para calmar a los modelos mientras él los fotografiaba con una Hasselblad. “Hubo una época en que se usaba a los gatos para promocionar cualquier cosa. Fotografié para anuncios de compañías que estaban en la lista 500 de Fortune y de empresas que acaban de empezar. Durante un breve período, un año quizá, me atrevería a decir que el 90 por ciento de las fotos en paquetes y latas de comida para gatos o perros eran mías”, recordaba el fotógrafo.

Los gatos eran un asunto de familia también; junto a su mujer rescataron y adoptaron muchos: Tom, Friend (Amigo), Minguina, Kome, Spook (Fantasma), Floyd, Precious (Preciosa) y Rags (Trapo), entre otros. “Es importante que todos se convenzan de que si quieren un gato deben adoptarlo”, afirmaba Chandoha con la convicción inoxidable de un militante de la adopción. “Además de los gatos de la casa, estaban todos los que vivían en el granero para mantener a raya a la población de roedores. Pero mi favorito siempre fue Loco, el responsable de haberme convertido en un fotógrafo de gatos”. Siempre prefirió los gatos a la hora de hacer fotografías porque “son más expresivos que los perros, se meten en más líos que cualquier perro y vocalizan de otra forma: ronronean, gruñen y maúllan con cadencias muy diferentes”, argumentaba Chandoha. Cuando le preguntaban cómo hacía para hacer fotos tan geniales en su intensidad expresiva, él se animaba a dar un puñado de consejos. “Ante todo hay que tener paciencia. Apunten siempre lo que su gato hace o no hace en cualquier situación. Estudien sus costumbres, sus preferencias, sus aversiones. Después de más de sesenta años haciendo fotos, sigo observándolos. Hay que estar al mismo nivel que el gato para conseguir un contacto visual. No teman hacer ruidos para atraer su atención: a veces, el estudio parecía una granja por todos los gruñidos y cacareos que yo emitía. Siempre deben recompensarlos con algo que les guste, un poco de queso, un trozo de buen paté o de atún”, recomendaba el fotógrafo que pudo captar como nadie el idioma de los gatos.