No hay dos sin tres      7 Puntos

Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina

Ricardo Miralles, piano y dirección musical. Antonio García Diego, guitarra y dirección musical; Pancho Varona, guitarra y dirección musical. David Palau (guitarras), José Mas "Kitflus" (teclados), Laura Gómez Palma (bajo), Pedro Barceló (batería), José Miguel Pérez (vientos y acordeón), Tamara Barros y Sofía Mohamed (coros).

Sábado 2 de noviembre. Próximos shows:  jueves 7 y viernes 8 de noviembre.

Estadio: Movistar Arena

Público: 11.000 personas.


El sábado, en el nuevo Movistar Arena de Villa Crespo, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina dieron el primero de los cuatro shows previstos para la inauguración oficial de gran estadio cubierto ubicado en el corazón de la ciudad. El domingo fue la segunda, antes de las conclusivas del jueves y viernes próximos. Aunque según la lógica gastronómica del “aperitivo” el privilegio del primer uso había sido el viernes, para Tini Stoessel, que convocó a unos diez mil usuarios de la empresa telefónica que se cifra en el nombre, el honor de haber habilitado la cartelera del nuevo centro del entretenimiento quedó para los españoles. Por tercera vez, después de Dos pájaros de un tiro (2007) y Dos pájaros contraatacan (2012), Serrat y Sabina combinaron los activos de sus canciones y sus historias en un show. No hay dos sin tres, se llama este de ahora. Nada nuevo en la sustancia, pero todo satisfactorio y en su lugar, según las expectativas de un público fiel hasta la clemencia. La simpatía socarrona, la ironía en ida y vuelta y un repertorio de canciones poderosas y perdurables, enmarcadas por una producción impecable en sonido e imagen, fueron las herramientas con las que los dos viejos lobos de la escena cautivaron una vez más.

Antes del inicio del concierto, mientras en el aire todavía flotaba el polvillo, material y emotivo, de las obras en inminente conclusión, para los vecinos de Villa Crespo se perfilaba un sábado distinto. La apertura de lo que se presenta como el estadio cubierto más grande de Buenos Aires, que en cualquier ciudad más o menos reglamentada de acuerdo a cánones lógicos de convivencia se ubicaría fuera de áreas urbanas densamente pobladas, alteró desde temprano la dinámica habitual de las inmediaciones del Club Atlanta. Calles cortadas, autos a la caza de un estacionamiento, gente buscado su puerta de ingreso, voces por megáfonos dando indicaciones, policías públicos y privados y controles varios, fueron algunos de los rasgos del impacto ambiental contra el cual los vecinos volvieron a manifestarse, sobre la calle Humboldt, con carteles y proclamas. Pero los paquidermos del entretenimiento comercial impusieron sus razones y algunos minutos después de las 20.30, la hora señalada para el inicio del espectáculo, el estadio mostraba el aspecto satisfactorio del “todo lleno”.

Cuando se apagaron las luces del estadio y se encendieron los celulares, un video animado explicó, con la voz en off de Ricardo Darín, cómo dos aves migrantes “cayeron” en Buenos Aires. Enseguida, los vates se apersonaron, recibidos por una gran ovación, y comenzaron las canciones. “Esta noche contigo”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, “Ruido”, fueron algunos de los primeros temas, que se intercalaron con pasos de comedia. “Nos separamos y nos juntamos como replicantes de Patricia Sosa y Oscar Mediavilla”, fue uno de los primeros chistes de la noche; otro fue en forma de jactancia: “actuando juntos trabajamos la mitad y ganamos el doble”. “Las malas compañías”, en versión de tango balcánico, y “De cartón piedra”, a la que Sabina agregó una estrofa de “Balada para un loco”, siguieron entre otras.

En puja constante contra el tiempo, aquellas canciones que de algún modo representan la juventud eterna regresaban, entre los reclamos del deseo y los laberintos de la memoria, en voces entrañables que de distintas maneras han construido su estilo tardío. Sabina sabe cómo representar el más integrado de los apocalípticos y así quedar absuelto de cualquier juicio. Incluso un par de veces usó ese margen para detener a los músicos y comenzar de nuevo, más cerca de la tonalidad acordada para la canción. Serrat, que en este show perfila mejor su personaje que en las dos oportunidades anteriores, todavía confía en su oficio y su instinto de cantor. Así fue que entre el océano de sentidos agitado por las luces, las pantallas, una banda numerosa y los parlamentos, los grandes momentos de la noche llegaron del lado de la intimidad, por ejemplo con la versión de Serrat de “Una canción para Magdalena”, solo con el piano del dilecto Ricardo Miralles. Otro gran momento, como contrapunto, fue colectivo, con “Cantares”, entonado por la multitud.

El mismo Miralles y los guitarristas Antonio García Diego y Pancho Varona condujeron las travesías musicales del entrañable repertorio. Con ellos estuvieron David Palau en guitarras, José Mas "Kitflus" en teclados, Laura Gómez Palma en bajo, Pedro Barceló en batería y José Miguel Pérez en vientos y acordeón, además de las indispensables en este estado de cosas Tamara Barros y Sofía Mohamed en coros. La estremecedora “Nanas de la cebolla”, “Lucía” –con una estrofa de “Romance de Curro el palmo” en el final, la imperecedera “Mediterráneo”, señalaron los rumbos de un repertorio de clásicos de ambos, que incluyó además “Señora”, “Y sin embargo”, “Hoy puede ser un gran día”, “Y nos dieron las diez”, además de páginas menos transitadas como “Es caprichoso el azar”, que Serrat cantó con Mohamed, y “A la sombra de un león”, de Sabina.

Después de más de dos horas y media de un show que combinó mucho de lo que los dos cantautores son capaces de dar, el fervor agradecido del público se pagó con bises. "Contigo", "Paraules d'amor", con Sabina cantando en catalán, y "Pastillas para no soñar", por eso de cómo hacer para vivir cien años, redondearon una noche que más que de inauguraciones, fue de retornos. El regreso de dos artistas instalados en la voz multitudinaria de quienes viven de este lado del mundo, cuyas canciones retumban más allá de ellos mismos y del tiempo.