El periodismo narrativo intenta “ver, en lo que todos miran, algo que no todos ven”. Leila Guerriero vislumbra que la paciencia es una gran aliada para estar tantas veces como sea necesario en el lugar de la historia que quiere contar. La realidad suele jugar a las escondidas ante los ojos de los impacientes. Ella --en vez de gritar ¡piedra libre!-- prefiere volverse invisible para mirar como si lo viera todo por primera vez. La periodista y escritora ganó por unanimidad el Premio Internacional Manuel Vázquez Montalbán en la categoría “Periodismo cultural y político” porque a través de sus artículos, crónicas y libros “ha puesto de manifiesto y relevancia la necesidad, la importancia y la fuerza del periodismo; un oficio que no sólo insta a ir, ver, volver y explicar, como ella misma ha descrito, sino también a contestar para qué, por qué y cómo se escribe”.

“Me sorprende que gente tan lejos de casa ponga el ojo en uno, más todavía cuando es un premio que reconoce una línea de trabajo”, advierte Guerriero a Página/12. “Lo que uno siente es como una palmadita en la espalda y que te dicen: ‘¡vamos, piba, vas más o menos bien’! Me sorprendió mucho que mi trabajo se hubiera abierto camino hasta allá, aunque publico bastante en España”, agrega la cronista y recuerda una frase de Ricardo Piglia, cuando ella lo llamó en 2013 como miembro del jurado del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas para comunicarle que lo había ganado. “Es muy agradable tener el reconocimiento de los pares”, le dijo el escritor. “Yo no soy una par de Piglia porque no escribo ficción, pero me quedó dando vueltas esa idea del reconocimiento de los pares. Que mis pares por unanimidad digan ‘sí, démoselo a esta chica que vive en el cono sur’ me pareció muy grato”, subraya la periodista que publica crónicas, reportajes y artículos en La Nación y Rolling Stone, de Argentina; Gatopardo, de México; y El País, de España.

¿Qué desafíos tiene el periodismo hoy en tiempos de fake news? “Hay dos géneros periodísticos: el periodismo bien hecho y el periodismo mal hecho –plantea Guerriero-. El desafío para el periodismo bien hecho es hacer el buen viejo periodismo de siempre, que consistía en ir, ver (aplicar a esa realidad una mirada que siempre va a ser subjetiva pero honesta), y volver y contar. Los periodistas últimamente hemos empezado a mirar la realidad teniendo una especie de teoría previa que queremos confirmar; entonces lo que no encaja lo recortamos porque molesta a la hipótesis que tenemos de base. Después pasan cosas como que nadie pensaba que iba a ganar el ‘no’ en Colombia cuando se hizo el plebiscito. Que nadie pensaba que iba ganar el Brexit. Que nadie pensaba que iba a ganar (Donald) Trump. Que nadie reflejó bien lo que pasó con (Jair) Bolsonaro en Brasil; porque nos empeñamos en mirar una realidad deformada por una teoría previa”.

Guerriero (Junín, 1967) ha publicado Los suicidas del fin del mundo (2006), Frutos extraños (2009), Una historia sencilla (2013) y el más reciente Opus Gelber. Retrato de un pianista (2019), entre otros libros. “Hay que acabar con esta idea de que todo el mundo puede ser periodista –propone-. El hecho de ser una persona con un celular en una esquina donde pasa algo no te transforma en periodista. Esta idea del periodismo ciudadano ha hecho bastante daño al oficio. El periodista es una persona que busca fuentes, evalúa información, sabe cómo contrastarla y equilibrarla. Un señor o señora que pasa por la calle puede ser ingeniero, verdulero o arquitecto, pero no tiene por qué saber cómo evaluar la información”. Guerriero --que ganó el Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2010 por su crónica “El rastro de los huesos”, sobre el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF)-- percibe que hay más personas interesadas por las técnicas de escritura. “El cómo se escribe nunca puede ser más importante que lo que se dice –explica la cronista-. Hay una consciencia mayor entre los colegas de que si las cosas están bien hechas lo que se dice no se puede divorciar de cómo se lo dice, porque muchas veces hay investigaciones estupendas que terminan estando mal escritas o escritas de una manera anodina que no llegan a comunicar. Si escribimos es para que llegar a un lector. Pero ese cómo se escribe nunca puede estar al servicio del ego propio, de mostrarle al lector: mire lo que soy capaz de hacer, las metáforas que se me ocurren. Lo protagónico tiene que ser la historia, no el lucimiento del autor”.