Un día lluvioso en Nueva York               5 puntos

A Rainy Day in New York; EE.UU., 2019.

Dirección y guion: Woody Allen.

Fotografía: Vittorio Storaro.

Intérpretes: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Selena Gomez, Jude Law, Diego Luna, Liev Schreiber, Rebecca Hall. 

Duración: 92 minutos.

Filmada hace más de dos años y archivada desde entonces en los Estados Unidos por Amazon, el estudio que la produjo, a raíz de la tormenta mediática y judicial que Woody Allen viene atravesando por acusaciones de abuso sexual de una de sus hijas , Un día lluvioso en Nueva York vendría a ser algo así como “la película prohibida” del director de Dos extraños amantes. Nada más lejos, sin embargo, de esa aura nefanda que el abúlico largometraje número 48 del realizador y el primero que lleva en su título –Manhattan o Broadway Danny Rose no cuentan, porque son distritos o calles-- el nombre de la ciudad que ama y a la que le ha dedicado gran parte de su obra.

Suerte de nuevo paréntesis en su largo y seguro exilio europeo, al que acaba de regresar , A Rainy Day in New York es poco más que lo que promete su título. Una joven pareja llega a la Gran Manzana desde su espléndida residencia universitaria para pasar el fin de semana en la ciudad, pero se tropieza con distintos azares que los separan en vez de unirlos en lo que imaginaban una escapada romántica.

El (Timothée Chalamet) se llama Gatsby y --como sugiere el nombre del protagonista de la novela de Francis Scott Fitzgerald-- es alguien no sólo acostumbrado al lujo sino a todo aquello que se asocia con la sofisticada Nueva York de otras épocas: el jazz, el penumbroso Café Carlyle, las comedias musicales en blanco y negro. En fin, una suerte de alter ego de Allen, pero de 23 años. Ella se llama Ashleigh (Elle Fanning) también nació en la riqueza, pero en Tucson, Arizona, y por lo tanto no tiene ni la cultura ni el roce social de su novio. Se podría decir que es la invariable rubia tonta y provinciana, que en el cine clásico que Allen tanto admira seguramente hubiera sabido dar vuelta su suerte, pero a quien aquí el director no le permite esa oportunidad.

En Un día lluvioso en Nueva York es más evidente que nunca algo que siempre estuvo de manera más o menos latente en las últimas dos décadas de la obra de Allen (lo que no es decir poco, considerando que filma al ritmo de una película al año): la pereza, la dejadez, la falta de rigor, el todo vale, como si Woody ya no quisiera tomarse la molestia de pegarle una segunda revisada al guion o de pensar alguna solución a la puesta en escena que no sea el más ramplón y cómodo plano y contraplano con elemento decorativo de fondo.

Ese abandono tan evidente en muchos de sus tours cinematográficos por Europa –como en la bochornosa A Roma con amor (2012)-- había gozado de una bienvenida tregua en Café Society (2016) y La rueda de la fortuna (2017), sus dos películas inmediatamente anteriores, también filmadas en los Estados Unidos y donde se advertía un esfuerzo por construir mundos y personajes más allá de los estereotipos. Un día lluvioso en Nueva York, en cambio, es lo que Hitchcock llamaba un “run for cover”, un refugio rápido y fácil en el cual Allen apenas si se permite algunos ajustes de cuentas dedicados al periodismo (“la profesión más antigua del mundo después de la prostitución”) en medio de su guerra personal con los medios, al punto de que dice del New York Times que “al final todos los periódicos se vuelven sensacionalistas”.

¿Lo mejor de su nueva, anacrónica película? Las actuaciones secundarias de Liev Schreiber y Jude Law como un director y su guionista, respectivamente famosos y también alcohólicos y mujeriegos. Y la banda de sonido, por supuesto, que en plan neoyorquino depresivo-melancólico incluye como leitmotivs dos baladas eternas: “Misty”, por su autor, Erroll Garner, y “Everything Happens To Me”, interpretada por el propio Timothée Chalamet. ¿Lo peor? Algún chiste de mal gusto sobre la risa ridícula de la cuñada del protagonista (que no hace nada por ganarse el afecto de quienes consideran misógino a Allen) y el tremendo error de casting de Selena Gomez y Diego Luna, fatales ambos, como si el productor lo hubiera convencido de incluirlos para satisfacer al mercado latino. ¿El virtuoso fotógrafo Vittorio Storaro? Bien, gracias. Si no hubiera pintado un artificioso atardecer en los rostros de los personajes aún cuando está lloviendo, la película luciría un poco menos falsa.