Ariel Ardit forma parte de la generación que, a fines de los ’90, renovó la escena tanguera. Durante años, sus notas hablaban de “tango joven”. Y es curioso, porque apenas pasa de los 40 años y lleva casi media vida sobre los escenarios. Lo distingue de sus coetáneos una voz con entrenamiento lírico, que se transformó en su sello personal y en el puente para acceder a un público más allá del mundillo estrictamente tanguero. Este sábado celebrará sus 20 años con el género con un recital en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), a las 21 y con multitud de colegas invitados que lo acompañaron estas dos décadas. El show oficiará de festejo, pero también supondrá el fin de una etapa. Es que, explicará el cantor a lo largo de la entrevista con Página/12, siente que agotó todo lo que podía hacer dentro de los marcos más estrictos del tango y que es hora, desde allí, de abrirse a otros géneros. Aún si todavía no se atreve a decir hacia dónde rumbeará.

“En estos 20 años fui ocupando los distintos formatos: cantor con orquesta, con guitarras, el formato sinfónico”, rememora. Hizo, cree, todo lo que quería y se le ocurrió. Primero en el mítico Boliche de Roberto, con un fugaz paso por una casa de tango (donde, recuerda, en 1998 le pagaban 40 dólares por cantar tres tangos por noche), hasta lo que él marca como hito fundacional que fue el encuentro con la Orquesta El Arranque, con la que llegaron sus primeros discos y giras. “El año pasado no me imaginaba celebrando estos 20 años –confiesa-, pero sí notaba que se me estaban agotando las ideas, que tenía que buscar un cambio de rumbo, pero a partir de eso también entendí que lo hecho hasta ahora es muy importante y lo tengo que festejar”.

-Haciendo una memoria de estos 20 años, ¿por qué el tango?

-Primero por Gardel. Como consecuencia de Gardel es el tango. Yo estudiaba canto lírico, pero empecé a escucharlo a él y me fanaticé. De casualidad acá cerca escuché en un boliche a uno que cantaba fuerte, me arrimé y alguien del barrio que me conocía sabía que yo estudiaba canto, y me invitaron. Sabía dos tangos nomás. Pero ahí empecé, de manera amateur. En ese espacio después de dos años me escucharon del Arranque, que estaban sin cantor, me tomaron audición y empecé a trabajar. Tomo como referencia marzo del ‘99, cuando debuto con ellos en el Tortoni.

-¿Y antes?

-Tomo como referencia El Arranque porque si bien cantaba tangos de antes, no era mucho. Ya lo sentía propio, pero no pensaba trabajar de eso. Seguía en una casa de fotografía, con las clases de canto lírico y como pasatiempo los jueves cantaba en el Boliche de Roberto. Después llega la primera gira, los discos.

-Menciona el Boliche de Roberto, El Arranque, espacios fundacionales para este momento del tango.

-Soy consciente que me tocó estar en el momento en que se dio el recambio generacional que se venía necesitando. Capaz en diez años hay otro, pero este fue muy fuerte porque en los ‘80 el tango estaba medio extinguido. Los amigos que trabajaban en esa época cuentan que era berreta o mersa hacer tango. Los músicos iban en el colectivo y ponían el bandoneón abajo porque si no hacías rock u otra música, era grasa. Le tocó una mala época a muchas figuras y músicos que laburaban muy poco.

Ardit fue parte de ese renacer del género que también incluía a Lidia Borda, a la Fernández Fierro, a Andrés Linetzky, el Tape Rubín, La Chicana, Brian Chambouleyron, Glorias Porteñas, el Cardenal Domínguez, Alfredo Piro y La Biyuya, entre otros. “Éramos una generación de llegados de otras chozas”, recuerda. “Algunos venían del rock, Lidia del jazz, Brian de la música brasileña, yo de lo lírico”. Durante muchísimo tiempo, fueron “los jóvenes”, aunque los años pasaran y para muchos aparecieran las canas o desapareciera el pelo. “Pasa que la brecha entre nosotros y un Rubén Juárez era de 40 años, y ni hablar de Alberto Podestá que entonces todavía estaba vivo”, señala el cantor. Como otros de su generación, él también empezó a golpear puertas para preguntar y pedir un traspaso de ese conocimiento de quienes aún estaban vivos. En su caso fue hablar con cada cantor de orquesta que se cruzó, desde los más reconocidos hasta los más ignotos. “Si me decían que allá había uno que había grabado un disco y después por un accidente había dejado de cantar, yo iba a escucharlo”, plantea. Lo distintivo para él y sus colegas, entiende Ardit, fue la actitud autogestiva que definió a su generación de todas las demás. “Nos inventamos el producto”, afirma. Aún hoy él se produce sus espectáculos de punta a punta. Concepto, vestuario, músicos, linea musical, cada detalle pasa por sus manos. En la previa al Coliseo, se reconoce agotado por el trabajo. “Pese a que es más duro y trabajoso, es lo que yo no debería perder”, considera.

-Volvamos a su primera inspiración: Gardel.

-Gardel aparece como un referente, para mí, que no es desde el canto solamente. En la medida que entrás en su mundo encontrás primero al cantante, pero es la punta del iceberg. Escarbás y hay mucho más. Hay mucho más Gardel del que se oye. Es compositor, “el” melodista del tango. Es “el” melodista para las voces. No hay ningún compositor que haya compuesto melodías más apropiadas para la voz de un cantante que las de Gardel. Vos podés cantar “Sur”, “Malena”, “Fuimos”, “Barrio de tango”. Son preciosos. Incluso “Uno” tal vez sea la mejor construcción entre letra y música. Ahora, hechas a medida para la voz, las de Gardel son lo mejor que le puede pasar a un cantor. Están hechas físicamente para el cantante. Después Gardel es productor de sí mismo, es el constructor del mito desde el gordito del Abasto al galán de la Paramount. Él fue el encargado de generar controversias sobre su nacionalidad. No había internet, entonces construían el mito. Pasa que después lo sostenían artísticamente. Cuando yo entro al tango, entro sabiendo que él lo había hecho todo. Aunque no necesariamente se le hubiera ocurrido a él. Pasa que como ejecutor también le tocó estar en momentos históricos que lo ubican en otra categoría. Entonces, ¿quién canta mejor que él? Nadie. Es otra cosa, una construcción vocal, técnica, energética... Pero si te olvidás de eso, lo analizás en su contexto, su vida te enseña un montón de cosas.

-Volviendo al presente, ¿qué es ese agotamiento del que habla?

-Creo que es algo natural del paso del tiempo, de la edad. Lo primero que me preguntaste fue mi balance de estos 20 años. Nunca hice un balance. Tengo una ansiedad de lo que viene que me evita hacer balances. Ponele: ayer fui a la tele, me mandan el link para verlo y no lo hago porque para mí ya es viejo. Y no lo veo por miedo a que haya algo que no me gusta porque sé que hoy lo haría distinto. Eso me hizo vivir en un vértigo. Esa energía me ha ayudado. Hacía un disco y ya pensaba en el próximo. Hace poco había grabado un disco con piano que va a salir ahora, Íntimos, y no se me ocurría nada nuevo. ¿Qué hago? Volver a presentarme con la orquesta? ¿Sólo con piano? Sentí no un agotamiento, pero sí un aburrimiento.

-¿Aburrido del tango?

-Más bien me aburría pensandome a mí mismo haciendo lo mismo que hace 20 años. Fue una etapa de no estar conforme, porque además no puedo tomarme un año sabático para pensar compositivamente para dónde llevo mi carrera. Entonces, ¿qué carajo me pasaba? Descubrí que los formatos por los que había pasado ya habían agotado mis expectativas. Entonces tengo qque hacer una construcción nueva y buscar algo más. Yo en el tango estuve 20 años tratando de justificarme, de buscar una esencia, ir a lo más puro: Gardel, la voz, la técnica, el cantor de orquesta. 20 años dándole así. Esos me justificó ante los tangueros, que me pusieron en una vitrina junto a cantores del ‘40 cuando yo no soy de ahí.

-Pero es heredero de esa tradición.

-Sí, ¿pero hasta cuándo? Yo no puedo autojustificarme en una generación a la que no pertenecí. Toda esa esencia que yo necesitaba expresar por el conocimiento de haber leído, de haber tratado a estos tipos, yo siento que ya lo tengo. No tengo que pedirlle más permiso a nadie. Entonces tiene que ver con eso, llevar esa esencia a otro lado. Desde el tango, pero abrirme a cantar otras cosas.

-¿Cuáles son esas cosas?

-Por ahora es un boceto anotado de otras posibles cosas. Básicamente tiene que ver con el formato y buscar un disco distinto a los que ya hice. Luego todo lo que uno explica con palabras se resume en lo que puede hacer arriba del escenario. Abajo con palabras somos todos fenómenos. Quiero pensarme en un formato musical con otras sonoridades. Eso sí va a ser una apuesta. Puedo cantar un tango u otra cosa, pero manteniendo la esencia que ya tengo. Yo no puedo ser otra cosa hoy. No puedo meterme en la piel de otro cantante. Tampoco estoy inventando nada: Gardel es el primer cantor de tango, viniendo del folklore, y es el primero en transgredir el género. Después canta pasillo colombiano, foxtrot, jimmy, paso doble, jota, grabó en francés, inglés, italiano. Yo quiero lograr no desdibujar mi personalidad como cantante mientras canto otros géneros, pero al mismo tiempo sin dejar el tango. A ese tango que me preocupé porque sea purista o clásico, ponerle una impronta mía o con un músico que me aporte cosas nuevas.

-¿Cómo maneja lo del purismo tanguero?

-El tango en varios momentos de su historia se ha puesto cercos muy rígidos. Que yo defendí y seguiré defendiendo, de decir “esto es tango y esto no”. Pero mientras muchos géneros se retroalimentaran o se abastecieron de otros géneros, el tango no. Cuando en realidad este es un género de fusión. Ponerle barreras tan rígidas al tango no dejó el ingreso a otros públicos, a otro tipo de oyentes, de músicos que puedan asistirlo. Y todo lo que se cierra mucho se estanca y por ahí en algún momento toma feo olor. Además, cualquier artista internacional en algún momento se siente en la necesidad o el deseo de cantar algún tango. Y el tango es muy generoso en eso. ¿Qué prevalece? El tango. Porque es una música tan genialmente escrita que resiste cualquier interpretación. Podés hacerlo lindo, feo, bien o mal, pero no desfigurás un tango.

-Y si toca salirse de ese purismo, ¿hacia dónde va el próximo Ardit?

-Hay dos posibilidades. Tengo un repertorio elegido donde veo dos mitades: uno es llevar esta manera tanguera de cantar para ir a otra cosa. Con mi estilo, claro. Y después puedo agarrar un tango hiper clásico y construirlo o deconstruirlo, desarmarlo y armarlo de otra manera, asistiéndole otras cosas. Es un camino de búsqueda, de transformación. Pero el tango va a seguir ahí.