A principios de los 70, cuando tenía 18 años y cumplía con el servicio militar en la República Democrática Alemana (RDA), el cineasta alemán Thomas Heise leyó El Aleph de Jorge Luis Borges y quedó deslumbrado con aquel cuento sobre un objeto metafísico que era espejo y centro de todas las cosas a la vez. De la misma forma podría definirse a su película Heimat es un espacio en el tiempo (Heimat ist ein Raum aus Zeit, 2019), que se podrá ver este viernes dentro del ciclo “Tres cineastas berlineses: Heise, Schanelec, Hartmann” de la Sala Leopoldo Lugones de Buenos Aires (ver abajo), tras su reciente paso por el 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

“Desde entonces Borges es un escritor muy importante para mí”, afirmó Heise en entrevista con Página/12 en Mar del Plata. “Incluso quise llevar al cine uno de sus cuentos, Emma Zunz. Tenía 18 años y pensé hacerla en Súper 8. Obviamente en ese momento fue imposible”, recordó entre risas.

De casi tres horas y media de duración, la última película del director formado en los estudios cinematográficos DEFA y en la Academia de Cine y Televisión de Potsdam-Babelsberg refleja, como si fuera aquel Aleph, más de un siglo de historia alemana a través de la de su propia familia. A partir de ese punto indefinido en que ambas confluyen, Heise logra dar cuenta de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, la división de Alemania y su posterior reunificación sin echar mano de una sola imagen de archivo.

Y lo hace valiéndose de una serie de registros en blanco y negro de paisajes, edificios abandonados, cruces de calles o estaciones de tren, tomados por él y en apariencia aleatorios. Mientras, su voz en off lee fragmentos de cartas y diarios familiares, documentos oficiales y otros textos para reconstruir parte de aquello que quedó perdido en ese tiempo que constituye su “Heimat”, una palabra alemana que entrecruza las nociones de patria y hogar.

De esta forma, el espectador logra reconstruir la Primera Guerra Mundial gracias a las composiciones escolares que escribía Wilhelm, el abuelo de Thomas, o el Holocausto por las cartas que recibía su abuela Edith en Berlín, cuya familia entera fue deportada desde Viena a los campos de exterminio de Polonia. También el proceso de división de Alemania a través de las cartas que recibía su madre, Rosemarie, de un tal Udo, un novio que había quedado separado de ella del lado occidental, o la vigilancia a la que era sometido su padre, Wolfgang, un reconocido profesor de Filosofía de la Universidad Humboldt en Berlín Oriental, a partir de una serie de actas oficiales.

-¿Las imágenes que se ven en la película son los escenarios de la historia familiar?

-La mayoría no se corresponden con los escenarios originales. Uno de los pocos casos en que coinciden es en el de las imágenes que tomé en lo que fue el campamento de trabajo forzado de la organización Todt (dedicada a la construcción de infraestructura civil y militar durante la Alemania nazi), en el que estuvo recluido mi padre y donde hacían trabajar, entre otros, a prisioneros de guerra y a los que llamaban “Mischlinge” (personas consideradas por el régimen nazi como “parcialmente judías”). Ya lo había visitado en 2001, cuando hice mi película Vaterland (Patria, 2002). Al terminar la guerra entró allí el Ejército ruso y lo usó como aeropuerto. Era el aeropuerto más occidental de las tropas rusas en la RDA. Cuando llegué allí solo quedaban los restos. Y ahora es una especie de parque de energía eólica.

-¿Tenía en mente una idea de las imágenes que quería filmar?

-No, la verdad es que no salimos a filmar pensando “para este texto vamos a mostrar esto, para este tal otra cosa”. Lo que sí teníamos en mente eran las 40 carpetas de archivos y material que habíamos leído. Luego viajamos a ciertos puntos a los que sabía que quería ir, como este campamento de trabajo forzado, o la estación de tren Ostkreuz, en el barrio de Berlín Mitte.

-¿Por qué eligió esa estación en particular?

-Porque es una vieja estación que fue saneada y está irreconocible. Ahora es una estación moderna, aburrida, que perdió su rostro y podría estar en cualquier otra parte. También viajamos a Peenemünde, sobre el Mar Báltico, donde durante la Alemania nazi existió un centro en el que se construyeron los misiles V1 y V2 enviados luego a Londres. Incluso todavía se ven allí los restos de la residencia de Wernher von Braun (N. de la R.: ingeniero alemán quien terminó trabajando para la NASA). También fuimos al Tirol porque nunca había estado ahí: a veces los motivos eran simplemente esos.

-Incluso se ven muy pocas personas en la película.

-Siempre hay una dificultad en hacer una película sobre personas que ya no están. En la televisión se suele resolver con los llamados “re-enactments”. A mí eso me parece una idiotez. Teníamos que encontrar algo que diera cuenta de que no contábamos con la gente. Y creo que fue una buena decisión, porque permite concentrarse mejor en los textos.

Una imagen de

-La cantidad de material que reunió es impresionante si se tiene en cuenta que éste sobrevivió a dos guerras mundiales.

-Sí, de todas formas no pudimos conservar todo. En el caso de mi abuela Edith, por ejemplo, sólo están las cartas que iban en una dirección, de Viena a Berlín. Las respuestas de mi abuela se perdieron porque todos esos familiares fueron deportados. En el caso de Rosemarie y Udo, también tenemos solo las cartas que escribía Udo. Las que le enviaba mi madre no están porque él murió, no sé cómo ni cuándo. De todas formas, me pareció interesante haber contado siempre con solo una dirección, porque eso hace que tengas que imaginar la otra. Ese faltante te obliga a pensar más. Pasa algo parecido con el título. Me gusta porque no se entiende de entrada, te deja pensando. En esta película no está todo servido. Para que funcione, tenés que participar.

-¿Cuándo tomó consciencia de que todas esas cartas, diarios y documentos podían constituir el material para una película?

-Empecé a transcribir cosas en los años 80 y siempre tuve la sensación de que tenía que hacer algo con eso. Un día llegó el momento. No es que me propusiera conscientemente reconstruir a mi familia, pero después de hacer la película me di cuenta de que todas esas figuras abstractas se habían convertido en personas. Creo que también tiene que ver con las deportaciones, porque hay un montón de gente que no llegué a conocer. Eran sólo nombres. En abstracto, una tía abuela no significa nada. Pero de alguna manera logré darle cuerpo a mi familia gracias a la transcripción de estas 40 carpetas de documentos para la película. Y eso abarca incluso a mis padres, porque me permitió conocer aspectos de ellos que desconocía. Wolfgang, por ejemplo, se relacionó como profesor de Filosofía de la Universidad Humboldt con muchísimos intelectuales de la RDA.

-En la película lee un texto del dramaturgo Heiner Müller de 1992 en el que éste dice que la revolución pacífica de 1989 en la RDA fue la perdición alemana. A 30 años de la caída del Muro, ¿por qué lo ve así?

-El problema de la revolución es que no se la llevó adelante hasta el final, sino que comenzó y terminó con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre. De repente, todo empezó a girar en torno a la reunificación con la República Federal Alemana (RFA). Y allí, por supuesto, no hubo ninguna revolución. La revolución hubiera sido tal si también hubiera tenido consecuencias para la RFA. Ahora se festeja como si ése hubiera sido el objetivo de la revolución, pero no era ese.

-¿Cuál era en su opinión?

-Hasta el 4 de noviembre, cuando se produjo la gran manifestación en el Alexanderplatz de Berlín (N. de la R.: para pedir reformas políticas en la RDA), la idea de una Alemania socialista no era rechazada. Eso vino con la caída del Muro. Hay que decirlo. La gente quería una RDA socialista pero diferente, una que les permitiera viajar al resto del mundo y regresar. No querían a (el canciller alemán) Helmut Kohl. Eso vino después y fue aprovechado de forma muy inteligente por él. Por su parte, la dirección del partido en la RDA abrió las fronteras para descomprimir la tensión. Entonces la gente dejó de manifestarse y se fue a hacer compras al oeste. De repente, para la gran mayoría, lo político había desaparecido. Y así se puso fin a las reformas y se llegó a la unidad.

-Entonces lo que le faltó a la revolución no fue violencia, sino tiempo…

-La pregunta sigue abierta. La RFA estaba muy interesada en mantener su propio sistema a salvo de estos alborotos. ¿Qué hubiera pasado si en la RFA la gente se hubiera preguntado si también quería cambios? Los alemanes de la RDA tuvieron que aceptar la Constitución de la RFA. Primero les decía lo que tenían que hacer con el Partido Socialista Unificado de Alemania (N. de la R.: el principal partido de la RDA) y después les terminó diciendo lo que tenía que hacer con la RFA. Y eso se siente hasta hoy. No hay ni un solo rector de universidad ni un solo juez en el territorio de la ex RDA que sea de allí. Es toda gente que llegó del oeste.

- Usted fue uno de los primeros cineastas en retratar a los skinheads. ¿Cree que si la reunificación se hubiera producido de otra manera, hoy día sería menos notorio el avance de la extrema derecha en el este?

-No sé qué hubiera pasado. Hubiera sido interesante que surgiera algo distinto. Pero creo que lo que más influyó fue la increíble cantidad de personas que fue despedida en Alemania del Este en los años 90. Sin embargo, me parece erróneo ver esto como un fenómeno alemán o de Alemania del Este. Lo vemos en toda Europa y a nivel global: en Francia, en Austria, en Estados Unidos, en Polonia, en Hungría. Probablemente el porqué sea algo bastante más amplio. Mirar solo hacia el este es tener una mirada estrecha.

Tres cineastas berlineses

Heimat es un espacio en el tiempo podrá verse en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Avda. Corrientes 1530) en el marco del ciclo titulado “Tres cineastas berlineses: Heise, Schanelec, Hartmann”, que comienza hoy jueves y termina el próximo domingo. El ciclo fue organizado por el Complejo Teatral de Buenos Aires, el Goethe-Institut Buenos Aires, el Gobierno de Berlín –a través del Festival Invasión de cine argentino de Berlín– y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Reúne cuatro películas de tres de los directores más relevantes de la actual cinematografía alemana.

En Mar del Plata se exhibieron tres de los cuatro largometrajes que integran el ciclo de la Sala Leopoldo Lugones: el ya mencionado film de Heise, Jirafa, de Anna Sofie Hartmann (en las secciones Autores y Nuevos Autores, respectivamente), y Yo estaba en casa, pero…, de Angela Schanelec. Este último, que formó parte de la Competencia Internacional, acaba de alzarse allí con el Astor de Plata a la Mejor Dirección, compartido ex aequo con el portugués Pedro Costa por Vitalina Varela. Una distinción que no debería sorprender después de que la radical propuesta de Schanelec sobre el duelo que atraviesan una madre y sus dos hijos fuera distinguida a principios de este año con el Oso de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de Cine de Berlín.

Para el ciclo en la Sala Leopoldo Lugones, que se lleva a cabo en el marco del 25° aniversario del tratado de hermanamiento de las ciudades de Berlín y Buenos Aires, se proyectará además el film anterior de Schanelec, El camino soñado (2016), que retrata el fin del amor a través de las historias de dos parejas separadas en el tiempo por 30 años. Se lo podrá ver este jueves a las 14, 16.30 y 21.30 horas, y nuevamente el domingo 24 a las 14 horas.

Por su parte, Jirafa es el segundo largometraje de Hartmann después de Limbo. Nacida en Dinamarca, Hartmann estudió dirección en la Academia Alemana de Cine y Televisión de Berlín. El dato no es menor ya que en Jirafa la cineasta parte de la construcción de un túnel que unirá Dinamarca –su país de origen- y Alemania -su país de residencia actual- para contar la historia de Dara, una etnóloga que recorre una serie de granjas a punto de demolerse al igual que el modo de vida que representan. La película se proyectará solo el domingo en dos funciones, a las 16.30 y 21.30 horas.

 

Por su parte, debido a su duración de casi tres horas y media, solo habrá dos funciones para quienes deseen ver Heimat es un espacio en el tiempo. Las mismas tendrán lugar el viernes a las 14 y 19 horas. Mientras que Yo estaba en casa, pero…, de Angela Schanelec, tendrá tres proyecciones el sábado, en los horarios de las 14, 16.30 y 21.30 horas.