El jueves --segundo día de la expedición de Greenpeace a aguas internacionales en la que se participa Página/12-- amaneció apacible. Después de casi 36 horas de navegación, durante la mañana, todo lo que rodeaba al Esperanza era mar y un horizonte limpio. El barco avanzaba firme, a poco más de nueve nudos, hacia el Agujero Azul.


La actividad a bordo empieza temprano. Entre las siete y media y las ocho se sirve el desayuno. La franja entre las ocho y las nueve se dedica a la limpieza del barco. Todas las personas a bordo se anotan en una lista, pegada en la pared del pasillo central, justo a la salida del comedor. Las opciones son pasillo; baños; duchas; cocina; comedor. Este jueves, a las diez, hubo entrenamiento para los recién embarcados. El ejercicio tuvo lugar en la zona del helipuerto, en la parte trasera del barco, al aire libre, y consistió en trepar una escalera colgante y en movimiento, del mismo modo que se hace cuando se accede a abordar un barco “enemigo”.

Pasadas las 13 el barco ya navegaba en aguas internacionales. La segunda oficial -- la tercera en autoridad luego del capitán y el primer oficial--, la joven finlandesa Karin, mantenía su mirada glacial sobre el límite visible del océano, cuando el radar empezó a marcar los primeros puntos amarillos, es decir, los primeros barcos. Aun antes de cruzar la frontera invisible en donde termina la Zona de Explotación Exclusiva de Argentina, los puntos se multiplicaban: primero aparecieron dos, luego otros tres, después seis más. Si bien se encontraban por fuera del área de soberanía argentina, el radiooperador del Esperanza, Pablo, detectó que algunos tenían sus sistemas de posicionamiento satelital (AIS) apagados. El AIS es lo que brinda la información sobre los barcos: su nombre, bandera y hacia dónde se dirigen. El radar del barco --un círculo azul oscuro con una delgada línea verde que marca la dirección y otra que gira en círculos--, reconoce las distintas naves, a pesar de no poder acceder a su información mediante el AIS.

Minutos más tarde la monotonía del horizonte se rompió con una delicada figura blanca. Uno de los barcos empezó a ser visible desde la sala de navegación. En menos de una hora, ya se veían otros tres. La excitación fue en ascenso entre los tripulantes del Esperanza, que se fueron juntando en el salón más alto para ver el espectáculo. “Es muy impresionante porque esperábamos encontrar algunos barcos, pero aparecieron un montón más”, sostuvo la coordinadora de la Campaña de Océanos de Greenpeace Argentina, Luisina Vueso.

Al acercarnos un poco más, el capitán Sergiy y la segunda oficial Karin pudieron corroborar que se trataba de un barco español que estaba ensayando la pesca de arrastre de fondo, una técnica que elimina todas las especies animales y vegetales, y produce un daño en el ecosistema que tarda muchísimos años en recuperarse. “Esto confirma nuestras sospechas de que cada barco sigue sus reglas, que las reglas acá no existen. Tienen todos los radares apagados; están haciendo arrastre y arrasando con todo, por más que saben que no es temporada. Se vio claramente lo que venimos denunciando. Y que te aparezcan otros barcos que no sabés de qué país son, confirma también otras denuncias, como el ingreso al Mar Argentino para pescar ilegalmente. Nosotros a esta zona le pusimos el wild west porque no hay ningún tipo de regulación”, explicó la coordinadora de la Campaña.

En pocas horas todos los puntos amarillos que marcaba el radar ya eran visibles: el Esperanza estaba rodeado de pesqueros de origen español y chino. “Esto es el Agujero Azul”, afirmó Vueso. Fue entonces cuando los activistas decidieron preparar una acción. Ya era tiempo de poner en práctica el entrenamiento de la mañana.