Se estaba a pocos minutos de la calificación de 10 puntos para Pinola, del monumento a Armani por la atajada del segundo tiempo, de la consagración de Marcelo Gallardo como el mejor técnico de la historia, de la entronización de River como un equipo de maravilla estratégica, del éxtasis de almíbar en los relatos de Mariano Closs y Diego Latorre, a muy poquito del incendio de Flamengo que hasta la final era capaz de pintarle la cara a cualquiera e iba camino a convertirse en una gran mentira. No faltaba nada para que se resaltara la diferencia entre un extraordinario equipo argentino y el buen equipo brasileño, que había sido borrado y barrido. De hecho el autor de estas líneas había pensado al cabo del primer tiempo una idea que lo resumía todo con un juego de palabras: el concierto de River y el desconcierto de Flamengo. Se iba de largo el partido y de pronto el fútbol, que tiene estas cosas y por algo es un juego tan especial, permite que todo quede dado vueltas, patas para arriba, dejando atónito a medio mundo.

¿Qué fue lo que pasó para que se acabarán los exagerados elogios? ¿Se equivocó Gallardo porque no cambio delanteros por volantes para cerrar el partido? ¿Apareció Flamengo en su verdadera dimensión de equipo? ¿Era un falsa imagen la que había dejado River? ¿Subestimó River a los brasileños dando por liquidado el partido? ¿Se equivocó Pratto yendo a buscar el segundo gol en una jugada en la que perdió la pelota y todo terminó en un gol de los rojinegros?

De nada de esto se hubiera hablado, ninguna de estas preguntas se hubiera formulado si el partido terminaba 1 a 0. Es más, se hubiera hablado de la inteligencia de Gallardo para hacer los cambios que hizo, de la audacia para cambiar delantero por delantero. Todo hubiera sido elogio sin límite. Pero el partido no terminó 1 a 0 para River sino 2 a 1 para Flamengo y entonces cambia 180 grados la orientación de los análisis.

Más allá de exageraciones y de comentarios acomodados lo que sí pareció claro fue que en los 15 mninutos finales River se desarmó por cuestiones físicas. En el primer tiempo el equipo de Gallardo había realizado un despliegue extraordinario. Al límite del reglamento para pelear cada pelota (cometió demasiadas faltas, sistemáticas, que debieron llamar la atención del arbitro), no dejó jugar a los brasileños. El buen toque con el que llegaba precedido el conjunto del portugués Jesús no se vio en ningún momento del primer tiempo. Impasable Pinola, superlativos Enzo Pérez y el pibe Palacio en el medio, movedizos los de arriba y disciplinados para cortar el circuito desde el inicio, Flamengo quedó reducido a su mínima expresión. Y de hecho en todo el primer tiempo, no tuvieron ni una sola situación de gol.

El plan se perfeccionó cuando en una de las primeras estocadas a fondo en el área rival, se chocaron dos defensores por ir juntos a la pelota, se avivó Borré para pegarle de media vuelta, la pelota pasó por entre las piernas de un central y se fue a la red. El gol le dio a River la tranquilidad necesaria para saber que si seguía cerrándole los caminos al Flamengo en algún momento iban a aparecer nuevos senderos propios para ampliar la diferencia.

El primer tiempo del conjunto argentino fue casi perfecto. Solo le faltó un poquito más de precisión en el penúltimo toque. Pero por lo demás, hizo todo bien.

En la segunda etapa River se empezó a desdibujar de a poquito y sobre la media ahora se empezó a dudar de la sensación de que estaba todo controlado. De hecho se vio a Gallardo cuando le empezó a pedir aliento a los hinchas y según los periodistas de campo también lo hacía Ponzio. Ahí adentro ellos veían que se necesitaba un plus de esfuerzo físico para sostener la estantería y le reclamaban a los hinchas que acompañaran ese esfuerzo. Pero la verdad es que nada hacía prever que ese dominio que empezaban a ejercer los brasileños se concretara en la red.

Flamengo no jugó bien (hasta algunos jugadores brasileños lo reconocieron) . River fue más en gran parte del encuentro. Pinola jugó un partidazo y simplemente falló en una jugada aislada. Gallardo es un grandísimo entrenador y se puede equivocar como cualquiera y el ciclo de River es luminoso por donde se lo mire.

River lo tenía para ganar y lo perdió. Increíblemente. El fútbol tiene estas cosas. Y por eso es lo que es.