La relación entre psicoanálisis y política va desde el intento de vincularlos hasta afirmar que no hay posibilidad de diálogo. Rechazando la idea de “complementareidad”, Jorge Alemán la piensa como “una conjunción inestable, cuyas piezas no terminan ni terminarán nunca de encajar”. A partir de esta premisa pueden efectuarse enlaces con un claro objetivo: caracterizar los rasgos del capitalismo en su etapa actual neoliberal para que surja la posibilidad de construir una hipótesis de emancipación. Para esto va a revisitar conceptos como los de clase, subjetividad, sujeto, identidad, hegemonía, ideología, estructura, completud, poder, dominación socio-histórica y populismo entre los principales, a fin de postular la posibilidad de un horizonte de emancipación (término que recorre todo el libro en la búsqueda de definirla saliendo de la propuesta totalizante, totalitaria, del capitalismo, cuyo crimen perfecto sería precisamente el de clausurar la posibilidad emancipatoria.

Aunque cite, sea para acordar o polemizar, a teóricos como Gramsci, Laclau, Negri, Althusser, Foucault, Badiou, Chul Han, Baudrillard, Žižek, Eugenio Trías o Arend, Alemán señala cuatro nombres fundamentales que orientan esta indagación: Freud, Heidegger, Marx y Lacan. De este último va a tomar la formulación de un discurso capitalista al que Lacan se refirió en una sola ocasión definiéndolo como “muy astuto” y acercándolo al discurso del amo (o sea, a uno de los cuatro grandes discursos que formuló –amo, universitario, histérico, psicoanalítico- que implican las relaciones entre el sujeto, la dominación, el saber y el deseo). Según el esquema diseñado por Lacan, es el sujeto el que aparecería en el lugar del amo, portando el discurso de éste. Tal sutil cambio en el esquema lacaniano permite pensar en el modo actual de dominación teniendo en cuenta que el capitalismo no sólo somete, no sólo opera por coerción y disciplinamiento institucional sino que busca instaurar una subjetividad dócil y apegada a su ilimitado deseo de perdurar. Produce entonces una trama simbólica que funciona de modo invisible, naturalizando las ideas dominantes y escondiendo su acto de imposición. El poder neoliberal se disimula como consenso, disfraza su ideología como “fin de la ideología” y necesita de la aceptación cómplice por parte de los sujetos.

Alemán distingue sujeto de subjetividad. Esta última es la producida por los dispositivos del poder que intentan dominar el orden simbólico del lenguaje por medio de una construcción socio-histórica, mientras que la conformación del sujeto no se atiene a un momento social e histórico preciso. Por ese carácter socio-histórico la subjetividad puede cambiar, pero la constitución del sujeto basada en su advenimiento a algo que lo precede, el lenguaje, funciona como invariante. Para Alemán el discurso y aquello que éste engrendra y soporta (pulsiones, afectos, rituales o liturgias) no pertenecen a la superestructura, sino que constituyen una fuerza material, tan infraestructural como la economía y pertenecen también al orden de la construcción discursiva de la política. El sujeto, desde esta perspectiva, se concibe como un ser hablante, mortal y sexuado que se constituye en Soledad cuando arriba al lenguaje preexistente, el lenguaje que se habla y que Alemán denomina, usando el término lacaniano “lalengua”, lo Común. Propone la expresión Soledad : Común, donde los dos puntos indican la relación de conjunción y disyunción entre ambos.

 

El intento neoliberal de transformar al sujeto despojado de su singularidad en “capital humano”, “empresario de sí mismo”, “ganador”, “líquido y volátil” como la mercancía, apunta justamente a destruirlo desposeyéndolo, convirtiéndolo en consumidor consumido. Puesto el sujeto en esta suerte de individualidad, va a ver sus logros como fruto de sus méritos, lo que produce euforia y compulsión a incrementar la ganancia; y a sus fracasos como resultado de sus incapacidades, lo cual puede sumirlo en estados depresivos. Por ambas cosas, la proliferación de psicofármacos y el auge de las neurociencias.

El neoliberalismo tiene pretensiones totalizantes, quiere cerrar cualquier brecha en lo social, anular la heterogeneidad subjetiva en un proceso de homogeneización donde todo el que no la acepte es excluido. Aparte de la utilización de los medios masivos, el capitalismo al inscribir su lógica en los sujetos y lograr su aceptación parece estar logrando construir un fascismo anónimo que reclama seguridad y protección a costa de la destrucción del otro no asimilado o descartado, vida matable como envase descartable.

Heidegger conjugó la técnica con la voluntad de poder. El capitalismo y la técnica se presentan como engranajes instalados en una especie de presente absoluto y dejan fuera el lugar de la verdad.

Menos como un león que como una termita, el capitalismo actual socava la configuración subjetiva, carcomiéndola, de ahí, que, según Alemán, y como puede comprobarse fácilmente, ya no necesite tener políticos competentes. Del mismo modo, cada vez menos necesita de la democracia, entendida esta como sede de la soberanía popular. Si el soberano, el amo, son las grandes corporaciones y los sujetos se ven como completos y sin falla y no desean enfrentar la carencia que los constituye, sólo hace falta una apariencia institucional para la “gente”, desterrado el concepto de pueblo. Es entonces momento de considerar qué se entiende por populismo. En primer lugar es “el hecho maldito del neoliberalismo”. Ya no es el comunismo el fantasma que desvela al capitalismo, sino el populismo de hoy. En este punto Alemán se opone a la caracterización de un “populismo de derecha” propio de la emergencia de nacionalismos xenófobos, identidades cristalizadas (aun cuando incorporen retóricas supuestamente antioligárquicas), tales movimientos en realidad son, para el neoliberalismo, una especie de servicio para afrontar los conflictos que él mismo causa, digamos un paliativo, que define como “postfacismo”. No así aquellas experiencias populares refractarias a ser fagocitadas por el orden neoliberal mediante una nueva voluntad política (un deseo decidido) para instituir otra (valga la repetición) manera de existir con el otro a partir de “lo colectivo” como matriz para constituir los vínculos sociales. En este sentido el populismo necesariamente es de izquierda, si mantiene su apuesta emancipadora y a partir del reconocimiento de la heterogeneidad, de la relación entre soledad y común redefine lo universal interpelando a lo social desde lo político.