Con cada ladrillo que cae, cae nuestra historia. La historia colectiva y la pequeña, la personal, la que nos constituye….

Cada avance de la topadora se lleva un cacho de vida vivida, de conversaciones que quedaron suspendidas en Ese aire para tejer redes donde atraparnos, de sonrisas como flashes que hacían tintinear las copas, de encuentros que disolvieron las soledades, de felices cumpleaños que fueron sumando velitas a la torta para ver pasar la vida en el mismo escenario, de veranos de vereda de barrio y guirnaldas de luces. 

Cada golpe de picota sobre los muros nos arranca un “lugar” donde habitar las fiestas, los afectos y los dolores. 

No cae un edificio, cae nuestra memoria para ser reemplazada por lo nuevo, reluciente, inaugurador de la modernidad, vacío, anónimo. Y el olvido sobrevendrá con su comparsa de impostores del “progreso”. Nos dejan a cambio un paisaje de hormigón y vidrio. Moles que lucirán como en una pasarela, su anorexia arquitectónica. Una postal de una ciudad “moderna” donde el ciudadano es turista de su propia realidad. Nos ofrecen un escenario previsible y vacuo para unos pocos, mientras el resto se limita a mirar en los escaparates la buena vida de los otros. Al igual que en un concurso de belleza, nos proponen un extraño formato en el que el éxito colectivo es inversamente proporcional a la ferocidad de la competición individual.

Nos están robando…nos están despojando de memoria… nos están saqueando la identidad y sin saber donde hemos estado, difícilmente sepamos donde vamos.

magíster arquitecta Claudia Rosenstein