No hay mayor desnudez que la del rostro. Expuesto y amenazado funciona también como un límite. En la muestra que realiza Maricel Álvarez se presenta entero en la pantalla y levemente desarmado bajo la forma de un puzzle, en una imagen que abre la probabilidad tanto de unir sus piezas como de destruirlo.

No hay un contexto para el rostro. Ella ocupa la pantalla de video en su totalidad. No hay espacio por fuera de su cara. Maricel Álvarez realiza la sustracción de un personaje. No está actuando, asume lo que significa la desprotección de la cara. En ella irrumpe el dolor porque ofrecer el rostro tiene que ver con la piedad. Para Emmanuel Lévinas el rostro es “lo que no se puede matar”

La fisonomía de la cara tiene un sentido por sí sola. Se suspende el pensamiento frente a esa oportunidad de encontrarnos con un rostro. La voluntad de buscar una significación se desmorona. No se sabe nada sobre un rostro y es imposible saberlo. La relación que se establece con él es ética, sostiene Lévinas, el filósofo que inspira este proyecto de Álvarez. Si para el autor ruso el rostro habla en la medida que hace posible el discurso, la ausencia de palabras de 2000 piezas infinito/singular, demuestra que estar frente a un semblante requiere un lenguaje.

La propuesta nos lleva a la contemplación sin otro propósito. La singularidad es lo que convierte el acto de herir al otro, en un drama. Se puede castigar y reprimir, según Lévinas porque el rostro entra en la serie. La práctica de aislar un rostro que realiza Álvarez lleva a encontrarnos con la singularidad. Pero Lévinas introduce lo infinito como la oportunidad de pensar lo desigual, la idea apunta a algo que es infinitamente mayor que el acto. Álvarez toma las dos palabras, lo singular y lo infinito para invocar ese deseo que no puede ser satisfecho. Lévinas lo describe como el pensamiento que piensa más de lo que piensa. Lo que la actriz exhibe es una parte que apela a un infinito. Cuando la subjetividad se vuelve tangible, es inevitable la responsabilidad con el otro. Aquí no importa ya la acción sino la mirada. La subjetividad no es para sí, es para lxs demás.

Esta suerte de ensayo, de filosofía materializada en imágenes, se concentra en el despojo de la intencionalidad y le da un protagonismo a la proximidad. El rostro del otro es su manera de significar. 2000 piezas infinito/ singular obliga a esa detención sin significado, incluso desde la incomodidad de no saber qué hacer frente a esa mujer que por momentos llora. Si el acceso al otro siempre es ético para Lévinas, la propuesta de Álvarez intenta recuperar lo que implica esa cercanía.

En la historia de la plástica el autorretrato ha sido un procedimiento de reescritura de una identidad, de decirse pero también de alterar eso que el artista es, como si quisiera descifrarse o mostrarse como un ser maleable a su propio ojo, aquí quien verdaderamente compone la imagen es el que mira. El rasgo de autoría, Álvarez se lo deja a lxs espectadorxs.

La actriz no personifica, no se pone una máscara. La sala reducida de la Fundación Osde ayuda a establecer cierta soledad con el rostro. Hay una relación entre lo Uno y lo Múltiple que rechaza el absoluto porque bajo esa norma todos los rostros serían iguales. La cara es única, una señal de identidad que hoy empieza a reemplazar a la huella dactilar como procedimiento de identificación, en una versión cruel de esa particularidad. En oposición, el proyecto de Álvarez humaniza a ese rostro que la inteligencia artificial quiere capturar como dato. Dice que su asimilación es tan definitiva como la decisión de herir o salvar al otro.

2000 piezas infinito/singular se presenta de lunes a sábados de 12 a 20 en el Espacio de Arte - Fundación OSDE. Arroyo 807. CABA.